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Cuando el escenario se come al teatro

Una representación teatral de una opera infantil.

Txema G. Crespo / Txema G. Crespo

Vitoria-Gasteiz —

Abierto el plazo para las subvenciones del Gobierno vasco a la producción teatral en distintas modalidades, una mirada al sector de la escena en Euskadi ofrece un panorama que es fiel reflejo de la realidad social: buena parte de los profesionales rondan la precariedad o directamente están en el paro, mientras que las grandes salas gozan de una salud envidiable. En efecto, también en el teatro, la crisis ha acentuado las desigualdades, aunque al mismo tiempo ha impulsado el espíritu crítico al margen de las propuestas “mainstream” que programan las principales salas. Así y todo, según datos de la Red Vasca de Teatros (Sarea), que agrupa a 54 salas de pequeño y mediano formato, la asistencia creció un 4,5% en 2014 con respecto a cifras del año 2012 y alcanzó los 509.000 espectadores. También aumentó el número de representaciones, que llegó a las 1.835 (un 6,6% más). A estos datos habría que añadir los de los auditorios de las capitales (Euskalduna en Bilbao y Kursaal en San Sebastián), que juegan en otra liga.

“Las dos realidades son ciertas, quizás pasa como con los datos económicos que ofrece el Gobierno y la realidad cotidiana: depende de dónde se ponga el acento. Lo que está claro es que está aumentando la desigualdad, como en la sociedad, de manera muy notable. Y eso que el teatro, como espectáculo en directo, no está tan sujeto a la crisis digital que han vivido otras artes como la música o el cine”, apunta Pello Gutiérrez, miembro de Kultura Abierta y coordinador de Jakinbox, la revista de Eskena (Asociación de empresas de producción escénica de Euskadi).

Precisamente en la introducción a esa publicación, se señala cómo estamos ante un cambio de era en el ámbito teatral, paralelo al que se vive en lo económico o lo político. “En 2008-2010 culminó un período de curvas estadísticas crecientes durante el cual nunca antes tanto dinero público y privado había posibilitado a tantos talentos y profesionales producir tantos espectáculos con tantas funciones y recaudación”. Y estamos ante una nueva realidad en la que “el gran hermano impone con escasa resistencia su modelo hacia una sociedad conducida a través de las pantallas, que cada vez más ocupan el horario privado y el espacio público. Obviamente, el teatro no puede vivir ajeno a esta revolución de la que no conocemos aún sino sus primeros actos”, y que ha devenido en una profunda crisis, como Ana Pimenta, presidenta de Eskena, diagnosticó a eldiarionorte.es hace unos meses.

Y si ya se vislumbra la incertidumbre ante el futuro del teatro, y de las artes escénicas en general, de lo que se tiene una total certeza es del daño que ha hecho el 21% de IVA. “Esta subida ha provocado verdaderos estragos: un recorte añadido del 10% a los presupuestos de las instituciones públicas que ya habían reducido su inversión en este ámbito, a límites insospechados”, comenta Imanol Agirre, técnico cultural en Sopela y director artístico del Festival Internacional de Teatro de Calle de Lekeitio, el decano en su ámbito en Euskadi. Y habla por experiencia: “Nosotros por ejemplo tenemos un 30% menos de presupuesto que el festival de hace siete años, antes de que llegara la crisis”.

Una crisis que ha desvelado también las profundas desigualdades entre continente y contenido del sector: muchos auditorios públicos para poco impulso público a la producción. Ramón Barea lo comentaba en una entrevista con motivo de la concesión del premio nacional: “Se ha hablado de la burbuja inmobiliaria, pero no de la burbuja cultural, que en el caso de las artes escénicas, llevó a esas grandes inversiones en auditorios que se cargaron la empresa privada de un plumazo. Apareció la figura de los gestores culturales como una especie de nuevo oficio que con el dinero público, con muy buena voluntad, quiso llevar a la ciudadanía al teatro. Se ha demostrado que el público no es capaz de mantener esa burbuja cultural de auditorios que están vacíos y esa gran red de funcionarios y técnicos que fueron y son en muchos casos fuegos artificiales”.

Ramón Barea es el impulsor de la sala Pabellón 6, que muestra cómo no es tanto el teatro el que está en crisis, sino la gestión del mismo. Tal y como dice Imanol Agirre, ajeno por completo a esta sala, “durante todo el mes de mayo, Pabellón 6 ha mantenido  la misma obra con dos funciones cada día del fin de semana, llenándose la sala; por otra parte, cada vez hay más producciones y de mejor calidad, aunque sean menos ambiciosas; vivimos el mejor momento creativo que he conocido en mi vida”.

Estos aspectos positivos que señala el director del festival lekeitiarra, también son asumidos por Pello Gutiérrez, cuando se le pide una propuesta de futuro a quien fuera asesor del Gobierno vasco con el socialista Patxi López. “El aspecto creativo no se ha visto tan afectado como los profesionales, que viven en la precariedad, porque quizás las compañías han aguantado mejor: en el sentido de que se ha pasado a obras de menor formato. Pero los que no han sufrido han sido los teatros y sus gestores, de manera clara. Así que entiendo que hay que buscar nuevas fórmulas de trabajo, que supere esta disfunción entre producción privada y exhibición pública”, comenta.

En su opinión, habría que ir hacia modelos mixtos, en los que la gestión del teatro se licite y se entre en un modelo público/privado, al estilo del teatro Campos de Bilbao. “O bien, que los teatros públicos impulsen la producción escénica, bien garantizando la exhibición posterior de la obra, bien financiándola directamente”, comenta.

E Imanol Agirre asevera: “La mejor producción en 2013 fue Soinujularen semea, de Tanttaka, basada en la novela de Bernardo Atxaga, coproducida, con gran nivel en un gesto casi excepcional y que debería ser lo común, por el Arriaga, el Principal y el Victoria Eugenia. En este sentido, soy muy crítico con el Arriaga por su escasa apuesta por la producción centrada en nuestra cultura. Y no es difícil: nosotros, desde Sopela, a nuestra manera, tratamos de impulsar este tipo de colaboración, con la apertura de nuestro teatro a producciones a cambio del estreno”. Así es: en breve, la bailarina Idurre Azkue y el guitarrista Joseba Irazoki presentarán su última obra: Bailar por bailar, la última de seis producciones en este pequeño auditorio de 180 butacas, que muestra que otro teatro es posible.

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