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Entre los Estatutos de Sortu y el 'suelo ético' (La virtud no está en el medio)

Sortu sitúa la citación de Arraiz en la "involución" de "los enemigos de la paz"

Aitor Guenaga

Bilbao —

Cuando el 31 de enero de 2011 Miren Karmele Agirregabiria, José Javier Artola Zubillaga, Maider Etxebarria y Rakel Jausoro se reunieron en San Sebastián a las 17 horas para dar carta de naturaleza legal al partido Sortu, la izquierda abertzale heredera de Batasuna atravesó su particular Rubicón. Un destacado dirigente del Gobierno que entonces lideraba el lehendakari, Patxi López, al valorar ante sus colaboradores aquel definitivo paso, lo sintetizó así: “Esto es definitivo. Esto se ha acabado”.

Casi tres años después, y con una ETA en 'stand by', ese movimiento se enfrenta de nuevo a una decisión histórica: la de la madurez política en democracia. Y para ello, la mejor receta es seguir avanzando por el mismo camino trazado en aquella reunión en una sede donostiarra. Y no atrincherarse. La clave de la treintena de páginas de los Estatutos de Sortu está en la página dos: el nuevo partido, dirigido ahora entre otros por Joseba Permach, Pernando Barrena, Rufi Etxeberria y presidido por Hasier Arraiz se mostraba claro en su papel político como formación. Por un lado, puso negro sobre blanco su voluntad de contribuir “a la definitiva y total desaparición de cualquier clase de violencia, en particular, la de la organización ETA” y a la “superación de las consecuencias de toda violencia y terrorismo”, así como al “reconocimiento y reparación de todas la víctimas originadas por las múltiples violencias que han tenido presencia en nuestro pueblo en las últimas décadas”.

El corolario de todo ello quedaba casi al pie de esa página segunda de los Estatutos, cuando sus impulsores afirmaban con contundencia que “el compromiso del partido político con las vías exclusivamente políticas y democráticas es firme e inequívoco, no sujeto a variables tácticas o factores coyunturales, por lo que articulará la defensa de su ideología sobre la base del respeto a los procedimientos democráticos y mediante el empleo de medios legales de intervención en la vida pública”. Por si no quedaba claro, Sortu cerraba esa página con otra frase lapidaria: “Ello comporta que serán la adhesión popular, la movilización democrática, la lucha ideológica y la participación político-institucional sus únicos instrumentos de acción política”. El resto de páginas, hasta la 36, son comparables a las de cualquier partido político.

Cuatro sedes del PP han sufrido ataques de violencia callejera de diferente intensidad en San Sebastián, Amurrio, Getxo y Barakaldo en las últimas semanas. No es lo mismo, policialmente hablando, que alguien lance pintura roja contra una sede, a que tire dos bombas incendiarias. O a que revuelva unas basuras (¡qué obsesión con el tema en ese mundo!) y luego le dé fuego al chaparral. Hay un salto cualitativo evidente. Pero a nivel político, el amedrentamiento, la extorsión, el señalamiento, el ataque al adversario-enemigo político y, finalmente, su eliminacion, muestran el mismo componente antidemocrático: no respetar al que piensa diferente.

Desconozco si el dirigente de la izquierda abertzale Joseba Permach volvió a leer la página dos de los estatutos del partido en el que milita. A buen seguro que no lo necesita. Su desmarque -la palabra rechazo y mucho más el término condena siguen siendo tabú entre sus dirigentes- “nítido y claro” sonó más a una intervención de consumo interno, al tiempo que el canutazo necesario para que los medios de comunicación difundieran a los cuatro vientos que lo de Barakaldo no iba con ellos. Lo que les pedía a sus cachorros con esas palabras es que si querían “seguir trabajando” a favor de los presos de ETA, que lo hicieran con “métodos pacíficos y democráticos”.

Hay una anécdota -tal vez habría que calificarla de algo más, pero no la quiero elevar a categoría- en una manifestación de esas multitudinarias en Bilbao en las que la izquierda abertzale muestra músculo y se mueve como pez en el agua. Estábamos en plena tregua de Lizarra (1998-1999). Y, al igual que ahora, los sectores más impacientes del movimiento comenzaban a dar muestras de agotamiento ante el proceso abierto con la tregua de ETA. En aquella manifestación todo un general, metido entonces a parlamentario de Euskal Herritarrok, como José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, Josu Ternera, recriminó a unos jóvenes de la gasolina embozados que pretendían arruinar una movilización de masas con unos 'cócteles mólotov. Contaban los policías de la época que en esa etapa hasta el propio Permach tuvo también dificultades en alguna asamblea cuando censuró los rebrotes de la kale borroka, que hay que recordar la inventó ETA para reforzar su lucha terrorista y para servirse de su componente humano como cantera futura. Los casos son múltiples.

Han pasado ya muchos años. Todo el mundo se ha hecho viejo, pero siempre viene alguien por detras empujando fuerte. Desconozco si Permach lee a los clásicos. O si le gusta la filosofía. Releo sus ultimos tuits y no lo veo claro. Pero siempre me ha parecido una falacia aquella máxima aristotélica de que “la virtud está en el término medio”. Entre los Estatutos de Sortu y el 'suelo ético', la virtud no esta a medio camino. Cuando apuestas por la democracia, no hay estación intermedia. Y Sortu lo hizo con claridad meridiana en 2011 al señalar en sus Estatutos que defenderá como “parte de su programa político un modelo de sociedad acorde y coherente con el concepto de ”sociedad democrática“ definido en el Convenio Europeo de Derechos Humanos, y sustentado en un pleno y real ejercicio de la democracia, del pluralismo y de las libertades políticas (página tres)”.

No es posible ser demócrata a tiempo parcial. Y Permach y hasta Josu Ternera lo saben. Por eso Aristóteles ha muerto y la virtud no está en el medio. Como la respuesta hace tiempo que ya no flota en el viento al que cantaba el juglar de Minnesota.

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