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El hogar de los más excluidos

El obispo de Bilbao Mario Iceta, en la celebración de los diez años de Hontza./EDN

Alberto Uriona

Bilbao —

Es el único hogar para los excluidos de los excluidos. Sería la definición más acertada de Hontza, el único centro de acogida nocturna para toxicómanos en Euskadi, que acaba de cumplir 10 años. Un total de 3.568 personas, los que están en la primera línea de la exclusión social, han visto un poco de humanidad en sus desechas vidas, simplemente con algo tan elemental como una cama y un café caliente.

“Apostamos por los últimos, los que están en una gravísima exclusión”, afirma Carlos Bargos, director de Cáritas Bizkaia, la entidad dependiente del Obispado de Bilbao que ha luchado para mantener este centro al lado del Casco Viejo de Bilbao. A diario se atiende a 50 personas, 18 de ellas para dormir en una cama y una treintena más para lo que en Hontza denominan café y calor: cuatro horas en la madrugada para sorber algo caliente y tener alguien con el que conversar y recibir algo de atención. “Tenemos una media de 600-700 personas distintas todos los años”, relatan Sonia Costillas e Iñigo Cortazar, los coordinadores del centro.

El perfil del usuario es un hombre de 37 años (las mujeres suponen el 17%), de nacionalidad española y sin hogar, con problemas graves de adicción a las drogas. En esta década ha cambiado la tipología, ya que del 90% de nacionales, se ha pasado a un 68% y los extracomunitarios alcanzan ya el 27%. Se trata además de policonsumidores (antes eran heroinómanos), con una “cronificación mucho más grande y el 60-70% tienen además una patología mental”. Por ello la inicial atención de albergue ha ido evolucionando al cuidado sanitario, acompañamiento educativo e incluso se hace seguimiento de sus vidas cuando dejan el centro. La demanda es mayor a la oferta y siempre hay lista de espera para las 18 camas disponibles. Pero no hay más centros de atención nocturna a toxicómanos en Euskadi.

Pese al horario (desde las 21 hasta las 8 horas), se cuenta con siete voluntarios, además del personal fijo, lo que es valorado por sus responsables. “Ha sido determinante desde sus comienzos”. El presupuesto anual es de 600.000 euros, de los que tres cuartas partes son financiados por las instituciones públicas, como el Gobierno vasco, la Diputación de Bizkaia y el Ayuntamiento de Bilbao. En la celebración de los diez años, que se desarrollará esta semana con actividades como exposiciones fotográficas, una jornada de puertas abiertas del centro o un acto de presentación del Manual de Buenas Prácticas, quedan atrás los grandes problemas iniciales del proyecto. Se implantó inicialmente en 2001 en otro barrio de Bilbao, en Zamakola, pero la fuerte presión vecinal, contraria a la presencia de toxicómanos en su barrio, obligó a su cierre temporal durante varios meses.

Entonces, los usuarios tenían que ser trasladados a Hontza en coches de voluntarios y la entrada era custodiada por la Ertzaintza. Incluso varios toxicómanos fueron agredidos por personas contrarias al centro. La persistencia del Ayuntamiento de Bilbao y la implicación del Obispado de Bilbao, que ofreció el traslado a la actual ubicación en la iglesia de San Antón, posibilitaron que el centro perviviera. “Era un servicio al que no se podía renunciar”, afirma el obispo de Bilbao, Mario Iceta, presente en los actos de celebración del décimo aniversario. El apoyo de los vecinos del Casco Viejo y el tejido asociativo y comercial ha sido clave. “No hemos estado solos. El Casco Viejo ha hecho gala de su carácter integrador y solidario”, afirma Iñigo Cortazar. Esta noche, como las 3.650 anteriores, un grupo de personas agradecerá que exista Hontza.

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