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Un 8 de marzo cualquiera. De mujeres y Universidad

María Teresa Laespada

Doctora en Sociología —

Un 8 de marzo de 1910 se autorizaba por primera vez en España la matriculación de alumnas en universidades con el reconocimiento de igualdad en el acceso al título universitario, lo que venía a corregir una situación claramente discriminatoria, ya que a las mujeres en 1888 se les permitió el acceso a la universidad, pero sólo como estudiantes privados, es decir, sin derecho de acceso al título que permite el ejercicio. Tres mujeres fueron las pioneras que nos abrieron el camino: Concepción Arenal, Maria Elena Maseras y Dolores Aleu. Este artículo es un homenaje de gratitud a aquellas valientes que pelearon por sus derechos de acceso a una educación univesitaria restringida a los hombres. Nos abrieron el camino a las que vinimos detrás y aunque no lo tenemos fácil, ni con mucho llegamos a su valentía y arrojo.

Hemos caminado mucho desde entonces, pero no todo lo rápido que debiéramos. En los últimos años, la incorporación de la mujer al sistema educativo ha sido plena y las cifras lo ratifican. Una mayor proporción de mujeres accede a la universidad porque son ellas quienes más se presentan a las pruebas de acceso y lo hacen con mejores calificaciones y, lógicamente, hay mas mujeres en el sistema universitario español (55%). Pero no sólo eso, entre los titulados universitarios que terminan, el 60% son mujeres, luego, proporcionalmente, el fracaso en la universidad es algo más masculino que femenino. Y no sólo eso. Ellas se egresan con una media de 7,04; ellos se egresan con una media de 6,80. Atrás quedaron los años en los que sólo las mujeres copaban algunas titulaciones. La presencia de la mujer es mayoritaria en todas las ramas, con la excepción de las titulaciones técnicas. Este es el único reducto masculino universitario y de ello deben tomar nota y tomar medidas en enseñanzas medias, puesto que no hay razón ninguna -más allá que culturales- que haga que ellas escojan menos las carreras técnicas.

Pero además, la mujer tiene una presencia mayoritaria entre los Erasmus españoles, también, ellas salen más y van a otros países en mayor proporción mientras son estudiantes. Si revisamos las tasas de género por postgrado de Master, también son ellas quienes en mayor proporción cursan estos estudios. Ellas mejores, más preparadas y rinden más.

Hasta aquí. Aquí termina la igualdad. Comienza la desigualdad.

Comienza la carrera de obstáculos. Durante el proceso educativo la igualdad de acceso y de trato es real y no tiene dudas a la vista de los resultados, pero en el momento en el que toca incorporarse al espacio laboral, la primacía masculina da vuelta dramáticamente a estos resultados y las mujeres quedan relegadas o refugiadas en los puestos auxiliares y técnicos pero con escasa presencia en puestos de mayor responsabilidad y ello ocurre también en el mismo espacio universitario. Incuestionable en igualdad educativa, muy cuestionable en igualdad laboral. La universidad ensombrece dramáticamente sus resultados en igualdad de género porque optar por la carrera docente en el sistema español y ser mujer es hacer una carrera de obstáculos desconociendo las alturas de las vallas y los agujeros existentes. En este momento prácticamente la mitad de las tesis doctorales defendidas son de mujeres pero éste debe ser el techo de cristal. A medida que debe materializarse en la incorporación de nuevos docentes en la universidad, el perfil masculino comienza a brillar y las mujeres quedan relegadas a contratos de rango menor. La proporción de mujeres titulares de universidad es del 40%, catedráticas del 20%. De rectoras ni hablamos. Sin embargo, la proporción de personal técnico de universidad y de personal investigador sin ser responsables es, de nuevo, muy femenino, al igual que el personal de administración y servicios.

¿Qué está pasando?, sencillo y perverso. El curriculum universitario postdoctoral se forja a través de proyectos de investigación y del liderazgo en proyectos de investigación (IP). Para cuando una persona alcanza el grado de doctor y quizás consigue una plaza de profesor en la universidad, comienza su carrera de fondo a base de muchísimas horas extra laborales de investigaciones, publicaciones, etc., condición imprescindible para el acceso a titularidad, y se ha puesto alrededor de los 35 años. Edad más que respetable para haberse independizado de sus padres y tener un proyecto vital propio. Para hacer su propio curriculum investigador, debe caminar bajo la sombra de un IP que tiene potencia para presentarse a ayudas de investigación competitivas. Si el 60% de titulares y el 80% de catedráticos son hombres, a quien escogen? A hombres. Y aquí, no hay ley de igualdad que valga. La selección del equipo de investigador la hace el IP y así se presenta a una convocatoria que no entiende de igualdad de género, no se debate cómo han sido seleccionados los miembros del equipo, si hay mujeres u hombres, sino los méritos del IP y de su equipo y así se perpetúa la especie.

A esa edad, en una sociedad muy poco igualitaria en el reparto de tareas del cuidado, las mujeres van adquiriendo su otra tarea laboral no remunerada, el cuidado de los demás, progenitores e hijos. Y como las mujeres doctoras decidan que quieren tener hijos, es como si se ponen delante del Everest, sin oxígeno y sin sherpa que les acompañe. Se produce un quiebro sustancial en su carrera universitaria porque sus colegas varones seguirán su marcha sin mayores dificultades pero ellas deberán lidiar con una jornada laboral triple, maternidad –con escasa implicación masculina en esto de tener hijos o hijas- docencia universitaria y, además, el interminable horario de la investigación, para procurarse un buen curriculum y poder seguir prosperando académicamente. ¿Cómo hacer una estancia en universidad extranjera de seis meses, por ejemplo, si se lleva en la mochila algún hijo?, sólo un 20% de las docentes lo hace frente al 80% de los docentes. La universidad no está pensada precisamente para la conciliación de la vida laboral y familiar. La competencia es dura y exige multitud de horas no pagadas, no contabilizadas. Las mujeres somos expertas en eso y no es lo que asusta, ni lo que lo imposibilita, pero esa competencia dura demasiado confrontadora, hace que las mujeres prefieran no liderar. En esa liga juegan pocas mujeres. Y así, las mujeres quedan de segundonas en proyectos de investigación. Son las perfectas compañeras que se llevarán las partes más ingratas de los proyectos de investigación que debieran liderar cerrándose las posibilidades de formar parte del cuerpo docente por no haber sido la IP.

Si queremos tener a los y las mejores en la universidad, si queremos ser muy buenos, hay que tomarse en serio y de forma urgente la cuestión de la igualdad en la docencia universitaria. Es prioritario eliminar las barreras de acceso a la docencia, invertir en la participación de mujeres en equipos de investigación y al liderazgo de proyectos de investigación. Es necesario poner medidas en clave de igualdad porque ya están, sólo se trata de visibilizar sus potencialidades. Se trata de ponernos en el lugar que nos corresponde y que nos merecemos y dejar de ser las acompañantes eternas, las perfectas segundonas de algunos IP que brillan porque han sabido apoyarse en ellas. Y por ello, debemos tomarnos en serio que la conciliación familiar exige una implicación real por parte de los hombres, no se trata de que hagan cosas, sino de que se impliquen en la responsabilidad del cuidado familiar.

* M.Teresa Laespada es doctora en Sociología. Facultad de Psicología y Educación de la Universidad de Deusto

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