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Los masones vascos sacan la cabeza

Aitor Guenaga

Los tiempos en los que la propaganda franquista acuñó la coletilla del “contubernio judeo masónico” para intentar perseguir, denigrar y sepultar en las catacumbas a los masones españoles quedan ya muy lejos. Tan lejos que cuando el letrado y escritor Javier Otaola, que lo ha sido todo en el mundo de los masones, es preguntado por ese halo de misterio que aun rodea a la masonería, aprovecha para explicar que los masones no esconden nada. “Lo nuestro es básicamente una tradición filosófica con un fuerte contenido simbólico que sobre todo pretende ser útil, para los que nos incorporamos a una logia, en nuestro crecimiento personal. Lo nuestro no va de filosofía erudita, ni nos da por citar a Platón, Hegel o Descartes cuando nos juntamos. Lo que en realidad pretendemos es reflexionar sobre nosotros mismos y dar respuesta a tres preguntas básicas: ¿Quién soy yo?, ¿qué es el mundo para mí? y ¿cómo voy a afrontar la muerte”.

Lo que en un primer momento llama más la atención de la masonería es todo su ropaje simbólico, sus saludos secretos, la estética que acompaña las tenidas (reuniones de masones que están muy pautadas y que cada logia organiza a su antojo), sus manos entrelazadas en círculo en torno al fuego o los ritos iniciáticos que sus miembros deben observar para incorporarse a una logia. La simbología masónica y toda la parafernalia que supone esa particular tarjeta de visita de los masones fue precisamente lo que captó la atención de Otaola, letrado en el Gobierno vasco y ex síndico de Vitoria, hace ya más de tres décadas. Aquel 24 de junio de 1981, este letrado bilbaíno se convertiría en el primer iniciado en la masonería en el País Vasco desde el fin de la II República y el periodo de persecución durante la etapa franquista. “Tenía 22 años y me acuerdo perfectamente. Otro joven se inició conmigo. Mi flechazo con la masonería se produjo a través de sus símbolos. Es cierto que el contenido de ateneo, de rasgo anticlerical, de foro de librepensadores que rodea a esta tradición filosófica me parecía muy interesante, pero fue el elemento simbólico lo que me enceló finalmente”, confiesa.

Desde entonces las logias y sus miembros (aprendices, compañeros o maestros) se han ido repartiendo por la geografía vasca. En total, en el País Vasco hay poco más de un centenar de masones, en un país en el que la masonería no tendrá muchos más de 3.000 seguidores, según sus propias estimaciones. Nada que ver con un movimiento que por ejemplo suma hasta 400.000 miembros en Gran Bretaña o 125.000 en Francia. La Luz del Norte, en Bilbao, Manuel Iradier, en Vitoria-Gasteiz, y Altuna, en San Sebastián, son las logias decanas en el País Vasco, a las que más tarde se han ido sumando otras como Gipuzkoa Fraternidad, Tolerancia, en la capital vizcaína, o la Logia filosófica Illargia.

“Impulso personal”

¿Qué atractivo puede tener la masonería en el siglo XXI para una persona que ahora tenga la edad que tenía en 1981 Javier Otaola cuando fue iniciado en su logia?

Los masones no hacen proselitismo. En su forma de ver el mundo, cada persona es la que tiene que verse por sacudido por esta tradición filosófica. Esperar a ese “impulso personal” del que hablan los masones. “No invitamos a nadie, cada uno tendrá que descubrir la llamada”, afirma un pudoroso Otaola, que no se ve actuando como arponero de nuevos adeptos. Es precisamente ese contenido visual, ritual, filosófico sin utilizar conceptos complejos, la parte estética y simbólica de la masonería la que “toca enseguida el corazón de la gente”, en palabras de Otaola. Las logias, además, no son grupos de acción. “No somos un think-tank o el Banco Central Europeo”, añade gráficamente Otaola, que llegó a ser gran maestro de la Gran Logia Simbólica Española (GLSE), a la que guardan obediencia las logias diseminadas por Euskadi.

Sin embargo, la Gran Logia Simbólica Española pudo sorprender el pasado 23 de julio de 2012 cuando remitió un inusual comunicado de fuerte contenido político. En el documento, dirigido a las autoridades, los masones recordaban a los que nos gobiernan “que su primer deber y responsabilidad no es someterse al dictado de los acreedores e instituciones financieras, sino servir a los ciudadanos a quienes representan” y clamaban abiertamente contra la corrupción: “Las instituciones han hipotecado la salud económica del país contrayendo, en nombre de todos los españoles, deudas gigantescas. A menudo lo han hecho a través de operaciones irregulares, perjudiciales y, en algunos casos, inequívocamente indecentes”. Y también denunciaban el gobierno de la ciudadanía basado en el miedo. “El miedo a la pérdida del empleo, el miedo al futuro, se convierte en sumisión servil y pasiva ante quienes pueden decidir en cualquier momento si uno conserva o pierde su trabajo. El gobierno por el miedo está en el origen de todos los fascismos”.

Es verdad que en las reuniones de masones, las discusiones sobre política o sobre religión no tienen cabida. Sus miembros consideran que para eso hay otros foros y agrupaciones que, además, recuerdan, no son incompatibles con la masonería. “Nuestra pertenencia a una logia masónica no excluye otras militancias en partidos o determinadas creencias religiosas”, resume Otaola, que ya prepara su tercera novela, un libro que tendrá de nuevo como protagonista a la investigadora de la Ertzaintza, Felicidad Olaizola. Él mismo es un buen ejemplo de esa doble o triple militancia, ya que forma parte de la Asociación de Escritores de Euskadi, la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, de Gesto por la Paz o de Ayuda en Acción-España, entre otras.

Reivindican la privacidad de sus ritos y de sus miembros –hay una regla escrita según la cual nadie debe revelar el nombre de ningún masón si él no quiere que se conozca-, pero reniegan del secretismo mal entendido. Ese que pulula por Internet en forma de ruido interesado y falso, denuncian. Pese a lo que pueda parecer, no se mueven a gusto en las tinieblas. De hecho, los masones vascos llevan tiempo trabajando en la creación del Colegio Vasco de Maestros Masones y tienen previsto presentarlo ante la opinión pública. “Tenemos un especial interés en que el colegio sirva para que tengamos una imagen propia y ayude a nuestra proyección social”. Da la impresión de que los masones en Euskadi quieren sacar la cabeza y enviar al baúl de la historia esa imagen distorsionada de un movimiento que, en realidad, pretende “hacer crecer personalmente a sus miembros” dentro de la hermandad masónica.

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