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“El mercado y la bolsa pueden obligar a las empresas a ser socialmente responsables”

Pep María charla sobre la extracción de minerales de sangre en las oficinas de Alboan en Bilbao. /G. A.

Gorka Ascorbebeitia

Bilbao —

Quizás no lo sepa, pero es muy posible que el teléfono móvil o el ordenador que usa a diario estén construidos gracias a los minerales de sangre extraídos en las minas del lago Kivu, situadas en la frontera entre la República Democrática del Congo y Ruanda. Pep María, sacerdote jesuita, profesor de análisis social y ética empresarial en la universidad catalana Esade y experto en la responsabilidad social corporativa de empresas de minería ubicadas en países en vías de desarrollo extracción, ha estado en Bilbao para participar en un seminario internacional organizado por la ONG Alboan cuyo tema era precisamente su área de conocimiento. María ha visitado la república africana en 5 ocasiones. En las dos últimas, en 2010 y 2011, estuvo en la zona de Katanga, al sureste del país, donde lo principal es la extracción legal de cobre y cobalto. Allí constató que toda la población vive “al borde de la supervivencia menos los líderes de los grupos armados”.

Pregunta: ¿En qué consistió su investigación sobre el terreno en el Congo?

Respuesta: Visité empresas, ONGs y las administraciones públicas con el propósito de ver cómo estaba la situación del sector minero en relación con la Sociedad.

P: ¿Es esa la zona donde se extrae el famoso coltán?

R: No, el coltán viene de una zona dominada por las guerrillas al nordeste del Congo. Es la zona alrededor del lago Kivu que tiene frontera con Ugada, Ruanda y Burundi. Es un área con una situación muy compleja originada en el genocidio de 1996 en Ruanda, que desbordó hacia el este del Congo.

P: ¿Cómo es aquella zona?

R: Los alrededores del lago Kivu no habían tenido mucha tradición minera. Sus habitantes se dedicaban a la agricultura y al comercio de larga distancia. Sin embargo, en el 96, cuando el conflicto se extendió a sus hogares, los kivus se dieron cuenta de que era mucho más seguro para ellos dedicarse a la minería porque sus campos y animales se veían asolados cada vez que llegaban los militares.

P: ¿Y este cambio en su modo de vida mejoró la situación de los habitantes de la región?

R: No tuvieron alternativas. Al dejar la agricultura se vieron obligados a importar alimentos y esto produjo una especie de inflación porque todo el mundo empezó a ganar más dinero. Sin embargo, con ese dinero tenía acceso a menos bienes. Hay una tesis económica contrastada que dice que cuando aparece un recurso natural muy valioso en un país, al cabo de un tiempo baja el producto interior bruto.

P: ¿17 años de conflicto?

R: Sí y se sigue perpetuando gracias a la financiación de la extracción ilegal del coltán. Las guerrillas agotan la riqueza de los pobres artesanos mineros requisando gran parte de lo que extraen.

P: ¿Quién compra estos minerales?

R: Los guerrilleros tienen los contactos para pasar el mineral de contrabando a Uganda y sobre todo a Ruanda, desde donde se vende ‘legalmente’. Ruanda exporta ahora mismo diez veces más coltán del que producen sus minas, normalmente a Asia, que es donde se producen los componentes electrónicos que llevan los teléfonos y los ordenadores.

R: ¿Los consumidores finales somos cómplices?

R: Sí, pero hay alternativas. Por ejemplo, existe una empresa holandesa que se llama Fairphone que intenta hacer teléfonos que estén libres de minerales en conflicto en Europa. La presión también la pueden hacer los propios consumidores, pero yo no recomiendo un boicot absoluto al coltán del Congo.

P: ¿Por qué no?

R: Porque los artesanos mineros se quedarían sin alternativas y entrarían en los grupos armados. Nosotros recomendamos una presión más sutil por parte de los consumidores como interesarse por la procedencia de los componentes de la electrónica directamente en los puntos de venta y exigir que estén ‘limpios’.

P: ¿Hay alguna otra alternativa?

R: Primero lo mejor es abogar por el comercio justo y empresas como fairphone. La otra alternativa es la presión legislativa. Precisamente en este seminario hemos discutido cómo hacer campañas para sensibilizar a la población y cómo influenciar a la Unión Europea para que regule con una directiva el comercio de componentes electrónicos provenientes de regiones en conflicto.

P: ¿Esto acabaría con el control de las guerrillas en los lagos Kivu?

R: La vía económica en sí probablemente no es suficiente para acabar con las guerrillas. Habría que potenciar al ejército regular, que tiene la legitimidad democrática, con apoyo internacional. Después habría que desmilitarizar a los rebeldes y permitir que los artesanos mineros se puedan seguir aprovisionando de las minas, pero sin un conflicto de fondo.

P: ¿Algo parecido a lo que hay en el sur del país, en la región de Katanga que visitó?

R: En el sur hay empresas multinacionales que viven de la extracción de mineral y emplean a los congoleses.

P: ¿Y la población vive mejor?

R: Ciertamente. Sin embargo, al sustituir a los artesanos mineros por procesos industriales, normalmente les acaba sobrando gente. La población pide a las empresas que ocupen a todos los habitantes de la zona, pero en muchos casos es imposible. De todas formas, la mayoría de las compañías tienen programas de responsabilidad social como la construcción de viviendas o los microcréditos, pero las hay más y menos responsables.

P: ¿De qué depende?

R: A las empresas que cotizan en mercados de bolsa en países desarrollados, sus accionistas les pueden cascar si no crean programas para mejorar las condiciones de vida de la población. Mientras que las compañías pequeñas chinas, por ejemplo, tienen las manos libres. La paradoja aquí es que el mercado y la bolsa pueden obligar a las empresas a ser socialmente responsables.

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