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Yo también quiero ser vasco

Eduardo Azumendi

Vitoria-Gasteiz —

Una profesora organiza en su aula una actividad relacionada con la integración y la diversidad. Sus alumnos son pequeños de entre 3 y 6 años. El 60% son extranjeros. Al menos eso es lo que dice ella y por eso manda a los niños que hagan un mapa del mundo y que dibujen muy grandes los continentes de África, América y Asia. Europa se queda muy pequeña y Euskadi más aún. Después les da chinchetas para que las claven en sus países de procedencia. La escena final le sorprende: la mayoría ha clavado la chincheta en Euskadi, que se ve desbordada en el mapa. La anédocta la relata Brígida Ridruejo, representante de SOS Racismo BIzkaia y refleja el sentimiento de las segundas generaciones de familias migrantes: se sienten vascos a todos los efectos. Sin embargo, la sociedad de acogida no lo tiene tan claro. ¿Hasta cuando es considerada una persona como migrante? Es una pregunta a la que los expertos y los coletivos que luchan por los derechos de los inmigrantes tratan de dar respuesta, a la vez que advierten de que este es el nuevo reto para los próximos años.

Coincidiendo con el Día Internacional del Migrante que se celebra hoy, los colectivos que trabajan en este campo reivindican el respeto a los derechos y libertades fundamentales de este colectivo y la importancia de la cooperación internacional. En la actualidad, en Euskadi hay 148.165 extranjeros censados, casi 4.000 menos que el año pasado. En conjunto, los extranjeros representan casi el 7% de la población residente en Euskadi. La actual situación de crisis económica ha provocado un aumento del recelo hacia la población migrante. El último barómetro del Observatorio Vasco de Inmigración-Ikuspegi refleja que el Índice de Tolerancia es el más bajo desde el año 2007.

Gorka Moreno, director de Ikuspegi, asegura que la correcta integración de la segunda generación de las familias inmigrantes es “fundamental”. “Ya paso la época de la acogida a los inmigrantes y también la de la integración. Ahora hay que abordar qué pasa con la segunda generación. La primera generación tiene unas aspiraciones limitadas, siempre en comparación con su país de origen. Así, con poco que prosperasen siempre van a estar mejor”. Pero la cosa cambia con sus hijos y más si han nacido en Euskadi o llevan más años aquí que en su país de procedencia. “Su punto de referencia es el país de acogida. El sistema educativo es la clave para el ascenso social”.

Colmar aspiraciones

Precisamente porque la educación es el mejor vehículo para la integración, Moreno muestra su preocupación por los resultados del último informe PISA, que mide los resultados educativos en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En el caso de España y de Euskadi, las diferencias en los resultados escolares obtenidos por los inmigrantes y por los estudiantes autóctonos se han acrecentado a favor de éstos. “Hay que tener mucho cuidado para evitar cosas como las que han ocurrido en Francia, donde no se han colmado las aspiraciones de la segunda generación”.

“¿Cuándo se acaba de ser inmigrante?”, se interpela Moreno. “Para la sociedad de acogida se trata de un proceso largo y más en un momento tan complicado como el actual. ¿Cómo es posible que a una persona que ha nacido en Euskadi le llamen inmigrante?”.

Para Brígida Ridruejo, de SOS Racismo Bizkaia, “la sociedad de acogida no es consciente de que ya hay una segunda generación. Los hijos de inmigrantes tienen claro que son de aquí, que esto es lo que más conocen y el ambiente en el que se han criado, pero para el resto de la sociedad aún no es así”. “Aún queda mucho camino por recorrer, no hemos trabajado suficiente la mirada hacia el otro. La sociedad no está preparada para recibirles ni desde los derechos ni desde la convivencia. A pesar de que se trata de niños que se sienten de aquí y que el euskera se ha convertido en su lengua de uso”.

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