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“La sentencia del Prestige es una chapuza con tintes políticos”

Voluntarios vascos, entre ello Iñaki Díez, en Muxía antes de entrar en faena contra el chapapote. / Foto cedida por Iñaki Díez

Aitor Guenaga

Bilbao —

Iñaki Díez tenía 37 años cuando llegó a Muxía, la 'zona cero' en la catástrofe ecológica del Prestige. Pese al tiempo transcurrido, recuerda perfectamente aquel intenso olor del chapapote que lo impregnaba todo. Como centenares de vascos, no tuvo ninguna duda de que había que echar una mano. Entonces no existía ni el 15-M, ni ninguna de las mareas multicolores que se manifiestan por España de arriba a abajo para defender los servicios públicos.

Pero la cociencia ecologísta en Euskadi nunca había sido flor de un día. Ni la solidaridad tampoco. Hasta los arrantzales dejaron sus tareas diarias para pescar chapapote, en Euskadi “galipó” hasta entonces para todos los que alguna vez habían ido a la playa y se habían llevado pegado a la planta del pie o a la toalla una especie de chicle negro negruzco y tan pegajoso como la goma de mascar. En total, más de 1.700 kilómetros de costa 'asfaltada' por la incompetencia de nadie, a tenor de la sentencia judicial.

“Lo vimos muy claro. El grupo Ekologistak Martxan montó un bus y nos subimos casi 50 personas en él, Había que estar allí. Llegamos A Muxía un viernes por la tarde. El intenso olor del chapapote echaba para atrás”. En algún lugar de su habitación Iñaki, el 'ekolo', como le llaman sus amigos, debe guardar una de aquellas banderas de plástico que pasaban de mano en mano en la que se podía leer sobre la bandera gallega la leyenda “Nunca Máis”, el movimiento que denunció, y aun lo hace, las responsabilidades de esta catástrofe. Los voluntarios que fueron junto a Díez se calzaron las botas, los buzos blancos -en una imagen repetida hasta la saciedad que dio la vuelta al mundo de pequeñas motas del color de la leche entre tanta negrura del chapapote- y se pusieron manos a la obra.

“Había 50 centímetros de chapapote. Todo estaba negro. Menos mal que el Gobierno Vasco nos facilitó buenos guantes, máscaras con filtros de carbono. A nuestro lado había gente que llevaba guantes de cocina y máscaras de papel de los que usan los pintores. ¡qué locura!”, recuerda. Este ecologista bilbaíno metido ahora a funcionario público en Navarra se ha enterado de la sentencia sobre la catástrofe del Prestige por Internet.

Asumir responsabilidades

“Tengo que reconocer que no me ha dado tiempo aun a leerla al completo, pero he repasado lo que han publicado algunas ediciones digitales”, admite a primera hora de la tarde del miércoles. “¿A qué huele? Mira aquí lo que ha pasado es que entonces los políticos no quisieron asumir sus responsabilidades. Sobre todo los que decidieron alejar el barco en vez de llevarlo a una zona abrigada en El Ferrol, y ahora llegan los jueces con una resolución que se queda en nada, ¡a-lu-ci-nan-te!”, se queja Díez.

11 años después, Iñaki está convencido de que todo ha ido según un guión casi preestablecido: “Dilatar en el tiempo es una estrategia muy vieja. Alargar el proceso para que todo se diluya completamente. Y ahora, tras once años de instrucción y del juicio, llegan los jueces con una sentencia que no atribuye prácticamente ninguna responsabilidad”. Díez reconoce que no es jurista, pero analiza que “el delito de vertido es de los más críticos. Pero parece que aquí no hay delito ecológico porque el mar no es de nadie. Es incomprensible”, añade.

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