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“La frontera es un auténtico negocio”

Mahmud Traoré, en Ceuta.

Txema G. Crespo

Vitoria-Gasteiz —

'Partir para contar' recupera la odisea de Mahmud Traoré, que tardó tres años en llegar de Senegal a Ceuta, desde una visión inédita de los migrantes, lejos de la burda criminalización o la compasión beata

“Todavía hoy guardo en la memoria el ruido de las ropas desgarrándose en las alambradas”. Es Mahmud Traoré, un joven senegalés que participó en el asalto a la valla de Ceuta el 29 de septiembre de 2005, quien lo recuerda en un libro escrito por Bruno Le Dantec y que relata la odisea de Mahmud durante tres años desde su Temanto natal hasta Sevilla, donde reside en la actualidad. 'Partir para contar' (Pepitas de Calabaza) da la voz a la peripecia vital de este joven que tenía 20 años cuando salió, desde una óptica inédita en la visión de los migrantes, lejos de la burda criminalización o la compasión beata con la que se vive este fenómeno. “En el relato, que no es singular, sino que es el de la mayor parte de quienes cruzan el Sahara rumbo a Europa, se caen muchos tópicos sobre la migración”, resume el periodista francés Le Dantec, que conoció a Mahmud en la capital andaluza.

Son muchos y diversos los motivos que empujan a los jóvenes de, en este caso, el África subsahariana, en busca de otros mundos. En el caso de Mahmud, que no sufrió en su pueblo, cerca de Dakar, ni hambre ni guerras, pesan las cargas familiares: “Me sentí responsable desde muy niño de mi familia; mi madre invertía todo el dinero en mis estudios y quería que fuera funcionario, pero yo dejé de estudiar en contra de su voluntad, después de morir mi padre, y ahí entramos en un conflicto que me superaba”. Y al final, un día, se marchó de casa.

Lo que no sabía cuando tomó esa decisión es que no hay vuelta atrás una vez que cruzas el Sáhara. “Partir para contar” es en este sentido, un relato iniciático. “Mahmud tenía muchas ganas de dar voz a esa odisea moderna, ese viaje tan doloroso y azaroso, que emprenden miles de personas” recuerda Le Dantec. Las vejaciones por parte de las distintas policías de los paises que cruza son constantes, lo que le lleva a pergeñar todo tipo de argucias para evitar sus abusos y robos, la dureza del camino, el dormir al raso, la falta de alimentos, los amigos que se van quedando por el camino... “Cuando salí no sabía los peligros que me esperaban, pero el orgullo y la esperanza te hacen seguir adelante... y el miedo a decepcionar a los tuyos, porque en el pueblo te consideran un referente”, explica Mahmud.

Son los más valientes quienes se animan a cubrir este viaje, que conlleva muchas veces trabajos penosos o pedir limosna, y que no está exento de nuevas posibilidades de vida, como cuando una viuda argelina, con comercio propio, Malika, le solicita en matrimonio. Pero Mahmud quiere seguir adelante. Y continúa, con otros senegaleses, guineanos, malíes, nigerianos, de Sierra Leona y el Congo, de Liberia o Ghana... Y va descubriendo cómo “la frontera es un auténtico negocio” y más conforme se acerca a la última de ellas, la de Ceuta y Melilla.

En los alrededores de estas dos ciudades vivirá en los campamentos (como el famoso de Gurugú) auténticas microciudades, con sus autoridades, policías, tenderos, cocineros. Y sus respectivos presidentes, que “organizan conferencias internacionales para ratificar las leyes del bosque, decretar normas de convivencia pacífica y conseguir que se respeten: es lo que llamamos la 'Unión africana'”, recuerda Mahmud. En uno de estos guettos llegó a vivir cerca de un año, junto a Ceuta, en Beliones, un enclave a las afueras del pueblo marroquí de Villarejos. Intentó por tres veces saltar la valla, con resultado negativo. Y otras tantas, la Policía y el Ejército marroquíes le expulsaron y le llevaron hasta el desierto, en la frontera argelina, a más de 500 kilómetros, desde donde regresó a pie, salvando toda clase de peligros.

Pero también gozando de la generosidad de los lugareños. “En general, la población civil es mucho más amable que la policía, que siempre trata de aprovecharse” recuerda Mahmud. Y son los vecinos de los pueblos que cruzan a su paso (porque el regreso desde Argelia siempre es andando, doce días de penalidades) quienes les proveen de comida y ropa. Hasta les avisan de las patrullas policiales y bandas de asaltadores que jalonan el recorrido. Y, a pesar de que parece tarea de Sísifo, siempre vuelta a empezar, Mahmud y sus amigos no pierden el buen humor. Como cuando le señalan que podía dedicarse a guía turístico, después de tantas veces repitiendo el trayecto entre el desierto argelino y Beliones.

A finales del verano de 2005, la paciencia de Mahmud llega a su fin, al igual que la de tantos otros que ven cómo la presión de las policías marroquí y española es insufrible. Tienen noticias de asaltos masivos a la valla de Melilla y se disponen a organizar uno a la de Ceuta. Prescinden de la jerarquía del guetto, se organizan en asambleas con traductores para hacerse entender en esa torre de Babel y finalmente, el 29 de septiembre de 2005, pertrechados de escaleras rudimentarias, hechas con ramas y cintas de caucho, cerca de un millar asaltan la valla y más de 500 consiguen entrar en Ceuta, a pesar de las concertinas y los tiros de la Guardia Civil que matan a cinco personas y hieren a decenas.

Mahmud quería contar su historia para que llegue a sus paisanos en Senegal. “No pretende desanimar a nadie, pero sí mostrar el desengaño que le ha producido Europa”, apunta Bruno Le Dantec, colaborador de la revista CQFD. “Desde el punto de vista económico, Europa no es ningún chollo. Los africanos creen que los europeos son ricos, pero nadie lo es. La gente curra durante 40 años para pagar la hipoteca de su piso. Muchos mueren antes de que sea suyo”, añade Mahmud, cuyo primer viaje a Dakar, de vuelta, también se recoge en el libro, con un evidente sabor agridulce.

'Partir para contar' se cierrra con un epílogo en el que Le Dantec, buen conocedor de la migración africana a Europa, analiza aquellos hechos de septiembre de 2005, alrededor de la cumbre hispano-marroquí que se celebraba precisamente en esos días, además de informaciones de contexto, el propio relato de Mahmud y más testimonios. “La inmigración ilegal”, señala, “beneficia, sobre todo a los empresarios. Por la puerta de atrás, el viejo continente atrae a la juventud del Sur para compensar una demografía que se encuentra en horas bajas, abastecer el mercado laboral de mano de obra flexible y, de paso, obtener nuevo consumidores”. Y concluye: “Hoy, día, circular sin trabas por 'la aldea global' es privilegio de las mercancías, el capital y los ciudadanos occidentales. Ir y venir libremente permitíría a la juventud africana experimentar el mundo tal y como es, sin quedar atrapada en el intento, y de sopesar los pros y los contras del exilio”.

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