En cierta ocasión, Roosevelt, presidente de EEUU, tuvo una reunión con los sindicatos donde éstos le fueron expresando sus reivindicaciones. Al final de la reunión, el presidente les dijo: “Muy bien, estoy de acuerdo con todo lo que exponéis; ahora, salid a la calle y obligarme a hacerlo”. El presidente estadounidense no era un cínico; antes al contrario, entendía el ejercicio del poder como un diálogo con la sociedad donde las movilizaciones era necesarias para empujar las políticas públicas. En esa dialéctica entre demandas sociales y políticas públicas, el sindicalismo es una pieza básica por ser sujetos colectivos del mundo del trabajo, una de las centralidades de la sociedad.
Los sindicatos son legítimos representantes de los trabajadores a través de tres elementos básicos: la afiliación, los delegados (sobre la base de elecciones democráticas) y la negociación colectiva. Por ello, todo lo que afecta a las relaciones laborales es de su incumbencia y deben participar de forma activa. Así, recientemente, se ha hecho en las fábricas navarras de VW o TRW. En un caso, gestionando una situación traumática; en el otro, una situación de aumento de producción. Pero además la participación del sindicalismo de clase en el diseño de políticas públicas (empleo, modelo productivo, protección social...) supone una mayor calidad democrática. En los países nórdicos europeos, los sindicatos están involucrados en la cogestión social de la prestación del desempleo, la formación, o la política industrial. La Estrategia de la UE para “Un crecimiento inteligente, sostenible e integrador”, heredera del Tratado de Lisboa, reconoce el Diálogo Social como un factor de identidad de Europa. No es que sea la síntesis superadora de la lucha de clase. Es, ni más ni menos, una herramienta de los trabajadores para la construcción de modelos sociales sostenibles.
Soy consciente de que sus estructuras sindicales están anquilosadas; que necesitan un profundo impulso regenerador. También hay que hacer notar que las profundas transformaciones del trabajo nos empujan hacia un nuevo sindicalismo. Las propias direcciones son conscientes de todo ello.
Pero la crisis del sindicalismo, como otras tantas crisis, no es otra cosa que el anticipo de nuevo tiempo que no suprimirá la necesidad de los trabajadores y trabajadoras por vincularse, por defender mutuamente sus propios intereses de clase.
En Navarra, existe una profunda división sindical que obedece a diferentes modelos políticos, laborales, incluso culturales. No es grato apreciar esta fractura sindical que en muchas ocasiones depara enfrentamientos dialécticamente muy duros. En cualquier caso, es legítimo que cada sindicato establezca su propia estrategia ante la concertación social con los poderes públicos. Pero desde la ciudadanía navarra necesitamos de acuerdos sociales entre el Gobierno y sindicatos. Y lo necesitamos porque ellos nos aseguran un contenido progresista, participativo y dialogado de los mismos. Merece la pena avanzar en diálogo y concertación social porque ello nos dotará de prosperidad y protección social. En el caso de Navarra quizás haya que concertar de forma asimétrica; que cada sindicato llegue hasta donde quiera llegar. Porque como dijo Cándido Méndez, en su despedida, el sindicalismo es como el aire cuando falta es cuando se percibe lo necesario que es.
Sobre este blog
Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.
0