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Menores en hogares de acogida: cuando una clave es que recuperen la autoestima

Una de las actividades organizadas por la asociación.

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“Tienen que saber que, hagan lo que hagan, tú siempre estás dispuesto a echar una mano”. Laura Iparaguirre, subdirectora de la asociación Navarra Nuevo Futuro, se refiere de esta forma a cuál es una de las claves para atender a menores en centros de acogida. Aunque insiste en que esa disponibilidad no puede estar exenta de “firmeza”. Ella es también la coordinadora de los nueve hogares de este tipo que la entidad gestiona en la actualidad en Navarra, y que dependen Gobierno Foral. En ellos, acogen a chicos y chicas sobre todo de entre 12 y 16 años, a los que el Ejecutivo ha decidido temporalmente separar de sus padres y madres. En muchos casos, por situaciones de maltrato entre la pareja o hacia el propio menor.

Ante ese contexto delicado, el Gobierno Foral puede, tras detectar los casos por ejemplo desde los servicios sociales de base o los centros educativos, decidir separar al menor de su contexto familiar. Pero sin llegar a romper esos “lazos”, porque resulta vital “trabajar con ellos”. Lo habitual es que pasen una media de tres años en el hogar de acogida, y que después regresen con su familia tras este proceso para “reforzar el sistema familiar”. Otra opción es prepararles para la emancipación al llegar a los 20 años, algo que se da en menos de dos de cada diez casos. Lo más frecuente es que las personas acogidas sean menores, pero el proceso no tiene por qué terminar cuando llegan a la mayoría de edad.

Nuevo Futuro, recientemente premiada por la Caixa por sus acciones de inserción sociolaboral con personas en riesgo de exclusión social, inició su andadura en torno a 1971 centrada en la creación de hogares de acogida más especializados, alejados de la macroinstitución que entonces parecía el orfanato de Navarra. En la actualidad, según explica su directora, Elena Vizcay, cuenta con nueve pisos, que gestiona mediante un concurso público con el Ejecutivo. La mayoría “están en Pamplona y comarca, además de en Tudela”, y son inmuebles normalizados dentro de los barrios, para entre seis y ocho usuarios o usuarias. En total, atiende a 64 personas, una cifra fija desde hace 15 años.

Como “una pérdida”

En cualquier caso, se trata de hogares abiertos, sin medidas de contención. No obstante, esta coordinadora reconoce que los y las jóvenes atendidos reaccionan “como pueden”, y, por tanto, hay conflictividad. Porque, para intentar evitar que se reproduzcan (por imitación) este tipo comportamientos que se producían en sus hogares, “es necesario trabajar en esa situación”.

Iparaguirre reconoce que, cuando se detectan estos casos, es habitual que tengan “secuelas” por ejemplo en la vida escolar, porque afrontan “situaciones no resueltas”. De hecho, compara esta situación con “una pérdida”, con una situación de duelo, al que en este caso se hace frente con un trabajo “de intensidad”: “A menudo los menores se responsabilizan de la situación, se sienten culpables por lo ocurrido, porque piensan que si su padre y su madre riñen es por su culpa. Eso mina la autoestima, que es clave por ejemplo para enfrentarse al ámbito escolar”.

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