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“Los derechos humanos son algo transversal, deben impregnarlo todo”

Susana Irisarri, a la derecha, es la responsable de Cooperación al Desarrollo de la UPNA.

Garikoitz Montañés

La cooperación al desarrollo no es caridad; es un diálogo en el que, entre dos, se prestan ayuda, comparten experiencias, se apoyan para avanzar. Este es el mensaje que desde la Universidad Pública de Navarra quieren trasladar a sus alumnos en su formación solidaria, un programa que cada año reparte en torno a 30 becas para que estudiantes, normalmente de último año, puedan viajar a zonas como Bolivia, Ecuador o El Salvador y aplicar sus conocimientos y, básicamente, aprender de ese viaje. Para ayudar a completar ese curriculum, la UPNA también organiza, en colaboración con el Instituto para la Promoción de los Derechos Humanos, Ipes, un curso sobre la situación internacional de los Derechos Humanos. El objetivo es dar conocimientos prácticos sobre este tema a los asistentes, para que conozcan las plazas disponibles en organismos internacionales para trabajar en este ámbito y, con su labor, pelear por que se respeten estos derechos básicos. La responsable de cooperación al desarrollo de la UPNA, Susana Irisarri, explica los objetivos de este curso y su impresión sobre el compromiso de los jóvenes con este tipo de experiencias.

¿Hasta qué punto la UPNA está comprometida con la cooperación al desarrollo?

Hacemos muchas cosas. En 2013, por ejemplo, se aprobó la estrategia de cooperación al desarrollo pero, además, intentamos transmitir desde las herramientas de la universidad al alumnado que hay un modelo alternativo al desarrollo. También colaboramos entre universidades, por ejemplo con centros de Mozambique, Ecuador o Palestina, para desarrollar programas conjuntos de investigación, solucionar lagunas formativas… Pero eso es algo habitual. En cooperación al desarrollo, el programa estrella es el de formación solidaria. Mediante él, alumnos de todas las titulaciones pueden optar a realizar una estancia de entre tres y seis meses en países como Bolivia, Ecuador, El Salvador…

¿Diría que los jóvenes muestran interés ante la posibilidad de cooperar?

El programa lleva ya doce años y la respuesta es muy positiva: habitualmente tenemos unas 80 solicitudes por año. El proceso de selección es muy estricto y, al final, disponemos de unas 30 becas. Y el interés de este viaje es doble: los estudiantes pueden aportar sus conocimientos y, además, intentamos que la estancia esté relacionada con su desarrollo profesional. Por ejemplo, las titulaciones más demandadas habitualmente son Magisterio o Ingeniería Industrial.

Habla de una función doble. Es una forma de superar la idea de cooperación simplemente como solidaridad o, incluso, caridad.

Es lo que intentamos evitar. La cooperación siempre es entre dos, es un enriquecimiento mutuo. Intentamos crear personas que sean transformadoras de la sociedad que les rodea.

Una de las cuestiones que más se ha criticado de la nueva ley educativa, la LOMCE, es que precisamente busca crear alumnos más apáticos.

Pues aquí, el estatuto de los estudiantes establece la obligación para la universidad de ofrecerles este tipo de experiencias, así que los alumnos tienen derecho a recibirla. Otra gran área en la que aportar formación es en nuestro compromiso de generar ciudadanía crítica. Y ahí es donde encaja este curso entre la UPNA e Ipes [se desarrolla desde el 2 de octubre hasta el 21 de noviembre, los jueves y viernes, y para inscribirse hay que mandar un e-mail a cooperación.desarrollo@unavarra.es]. La iniciativa surge precisamente a raíz de un convenio firmado con Ipes para colaborar en el marco del programa de Formación Solidaria, con dos plazas para trabajar en casos concretos de defensa de derechos humanos en colectivos indígenas.

Un curso centrado en los derechos humanos puede sonar ambicioso…

Por eso intentamos ser muy prácticos. Puede haber gente que desconozca que hay organismos internacionales, como la ONU, que ofertan plazas centradas en este tema. Nuestra idea es ofrecer formación a profesionales, de cualquier tipo, que quieran orientarse hacia ello. Tiene que ser personas que, seguramente, tengan que estar dispuestas a viajar. No digo que no se pueda trabajar en este ámbito desde aquí, pero también es evidente que las organizaciones internacionales tienen su sede en otros países. Y es un mundo apasionante.

Los derechos humanos es algo a lo que, a menudo, se apela, sobre todo cuando se incumplen. Como, por poner dos ejemplos actuales, en el conflicto entre Israel o Palestina o el salto de la valla en Melilla.

Todo tiene sus luces y sus sombras, y sí que es verdad que los casos negativos tienen una mayor atención mediática. También hay entramados políticos e intereses que se escapan a la ciudadanía. Pero quiero pensar que, sin este trabajo en los derechos humanos, la situación sería peor. La base de nuestra filosofía es que los derechos humanos son la base de todo, es algo transversal, deben impregnarlo todo. Y hay un cambio fundamental por el que tiene que pelear gente como tú y como yo: que es decirle a los sistemas que queremos un cambio. Y eso hay que demostrarlo a los de arriba cambiando nuestras pautas de consumo, apostando por modelos alternativos de finanzas… Todos debemos darnos cuenta de ello.

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