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La programación escénica huye del compromiso social

Imagen de la representación de la obra 'Desencadenarte' sobre las cadenas de trabajo femenino de la plataforma Tirante.

Laura Murillo Rubio

Bilbao —

Dice Mario Vargas Llosa en su último ensayo ‘La civilización del espectáculo’ que en el pasado, “la cultura fue una especie de conciencia que impedía dar la espalda a la realidad” pero ahora “actúa como mecanismo de distracción y entretenimiento”. Para darse cuenta de ello, basta con echar un ojo a la programación escénica de los principales palacios de artes y teatros. Pocas obras de reivindicación feminista, ni una sola que plasme el drama de la inmigración y demás movimientos sociales. “Y no es porque no las haya, -asegura Estíbaliz Villa, actriz y creadora de la plataforma Tirante- es porque se programan como espectáculos de igualdad y no culturales”.

Las pequeñas compañías que dedican sus esfuerzos a crear obras con enfoque social lo tienen complicado para entrar en la programación teatral habitual. Los integrantes de Tirante empezaron a hacer teatro social “sin querer”, sin ser conscientes del enfoque feminista de todas sus obras. “Planteábamos los argumentos y al final nos dábamos cuenta de que siempre acabábamos tirando hacia la realidad que nos encontramos a diario. Es un forma de decir lo que sentimos”, asegura Villa sobre sus creaciones, que aún no han tenido cabida en el espacio cultural propiamente dicho. Y es que la plataforma vende sus espectáculos escénicos a técnicas de igualdad y no de cultura, lo que les llevó a replantearse algo: “Es verdad que a nivel cultural no hay una visión tan social, creo que prima mucho más lo artístico, lo estético y que, a rasgos generales, la escena actual se centra en eso”, cuenta la actriz sobre su experiencia con técnicos de cultura y programadores de teatro. “En las entrevistas les empiezo a hablar de feminismo e inmigración y no siento una cercanía. Claro que lo artístico es importante porque estoy haciendo teatro, pero para mí también es muy relevante lo que queremos contar y transmitir”, señala.

Sin embargo, un profesional de políticas culturales consultado por eldiarionorte.es, que por sus relaciones con las compañías prefiere mantener el anonimato, considera que el problema no radica en la temática, sino en las “marcas”. “Carmen Machi, por ejemplo, hace un espectáculo de profundo compromiso social y los programadores aceptan la obra por el nombre que su interpretación conlleva”, cuenta sobre esta situación en la que se impone la lógica economicista. “El balance de resultados económicos marca el final de cada temporada y entonces vamos a lo de siempre: se traen espectáculos que metan en el patio de butacas un numeroso grupo de espectadores”, apunta.

No obstante, este experto reclama que desde la perspectiva pública se debe hacer “un mayor hueco” a obras de índole feminista o social. “Hay una atonía y falta de compromiso por parte de los programadores funcionarios en este sentido. Por un lado, vienen obligados a comprar aquello que genera beneficios; por otro lado, no se atreven a probar con estas temáticas más sociales y, por otro, les supone una sobresaturación de trabajo en la mayor parte de los casos con la cual no ganan nada”, asegura. En su opinión, las compañías pequeñas que crean obras con contenidos comprometidos “no lo tienen difícil por los temas que plantean, sino por su tamaño y el hecho de que no se constituyan como un reclamo de marca conocida por los espectadores”. Asimismo, considera “reducido e injusto” el apoyo institucional actual hacia las plataformas emergentes. “Las salas privadas pueden programar lo que quieran, pero las públicas deberían tener más presente esta realidad”, sostiene.

‘Fast show’

‘Fast show’Por su parte, la asociación Keli, dedicada a la cultura ecológica, libre e imaginaria,ha acuñado un nuevo término sobre lo que ellos consideran el mundo del espectáculo actual. “Esto es un fast show, como el fast food de comida basura pero aplicado a la escena”, cuenta Jose Ibn, integrante de la misma. “Desde las instituciones solo se valora el elemento artístico y algo que haga divertir y desconectar, porque como ya está todo bastante mal, es lo que necesitan para callar y amainar a las fieras”, asegura sobre el panorama actual. “Cuando intentas vender algo mucho más social que revuelve por dentro, porque al final lo que va a hacer es cuestionarnos nuestros propios comportamientos, siempre dicen: no sé si esto es lo que quiero vender a mi pueblo o ciudad”, asegura desde su experiencia.

Joseba Villa, otro miembro de Keli, comparte la misma opinión en relación a la escena en nuestro país. “El teatro permite disfrutar de algo brillante, artístico e interesante, y el tema no tiene por qué ser intrascendente”, dice Villa quien opina que a través de la escena se puede tratar todo “porque no es una moda pasajera y no podemos estar ajenos a la realidad en la que vivimos”. “Se puede pasar un buen rato y concienciarnos a la vez. Me parece que el arte es increíblemente útil para llegar y hacer pensar”, insiste.

Tanto Keli como Tirante seguirán trabajando por introducir sus creaciones en círculos culturales, aunque Jose y Joseba entienden la actitud pesimista de muchos compañeros que comparten la misma visión que el escritor Vargas Llosa recoge en su libro, al atribuir que “nuestra irreprimible vocación por el juego y la diversión, ha hecho de la cultura uno de esos vistosos pero frágiles castillos construidos sobre la arena que se deshacen al primer golpe de viento”. Pero a pesar de las dificultades, Estíbaliz se muestra confiada en que sus obras reivindicativas, feministas y sociales no las derribará ni un huracán, “porque esta es la realidad que tenemos y debemos mostrarla para pelear contra ella”.

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