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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¡Atención: Habla el Banco Mundial!

El presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim

Pablo García de Vicuña

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Es recurrente el refrán que habla de los árboles y el bosque cuando se trata de llamarnos la atención por poner demasiado énfasis en los detalles y desatender el conjunto a observar. Ocurre a menudo, en una órbita local como la de nuestra educación vasca. Criticamos, en el día a día, los lentos avances –cuando no incumplimientos- de la Consejería o la obstinación de la patronal católica educativa a la hora de atender justas demandas sindicales y se nos olvida mirar, aunque sólo sea de vez en cuando, hacia lo que está ocurriendo en el mundo laboral y también en el de la educación internacional. Nos preocupa el futuro de la nueva ley vasca y la imposibilidad de negociar buenos convenios, pero se nos olvida consultar por dónde pretenden algunos que transcurra el futuro de las relaciones laborales mundiales y el papel que le asignan a la educación en este siglo.

Viene esto a colación tras conocer el informe que publicó el mes pasado el Banco Mundial sobre el desarrollo mundial esperado para el año 2019 y de las críticas que, inmediatamente, provocó. Este organismo internacional, nacido al calor de las medidas socioeconómicas y políticas tomadas tras la II Guerra Mundial, si se ha caracterizado por algo en los últimos tiempos es por provocar incendios mediáticos –algunos probablemente intencionados- con sus valoraciones y propuestas. Su coincidencia –quizás mejor, complicidad- argumental con los postulados defendidos por otro organismo creado en la misma época, el Fondo Monetario Internacional, ha supuesto en ocasiones problemas medioambientales, movimientos masivos de población o actuaciones favorables hacia gobiernos violadores de derechos humanos. Hay una opinión sólidamente generalizada en identificar a este organismo con propuestas y ayudas económicas hacia los países industrializados, en detrimento de los más desfavorecidos, a los que, sin embargo, debería apoyar de forma más entusiasta.

Las polémicas decisiones que adopta en este informe el Banco Mundial sitúan perfectamente la posición favorable o crítica de las dos fuerzas sociales  que existen actualmente en el mundo y que podrían simplificarse en dos: élites gobernantes, detentadoras del poder -básicamente económico y político y que escuchan con mucho interés las recomendaciones de estos órganos internacionales- y fuerzas progresistas, críticas con el sistema capitalista actual en cuestiones como reparto de riqueza, movimientos sociales y equidad mundial. En cada país –me atrevería a decir que en cada grupo social- estas “almas” están presentes y no responden exclusivamente a cuestiones de pertenencia social. La identificación ideológica y, en consecuencia, la intencionalidad política, también pesan a la hora de apoyar o criticar las consignas de informes como el citado.

En síntesis, el informe del Banco Mundial para el desarrollo mundial del 2019 parte de la premisa de que en, un mundo del trabajo en continuo cambio, hay que introducir propuestas políticas que sirvan a los gobiernos para adaptarse a la nueva realidad. Vayamos por partes, porque aquí empiezan los despropósitos.

En primer lugar, se señala a la tecnología como el elemento distorsionador y disruptivo del mundo laboral que conocemos y traemos heredado de la Revolución Industrial. Pero no se hace crítica negativa de ella, sino que se pretende ensalzarla con tres características positivas: una, modifica los procesos de producción, pero ayuda a acelerar el proceso de cambio, abaratando los costos; dos, cambia las habilidades humanas rutinarias y manuales en el mercado laboral, pero acelera la necesidad de más habilidades cognitivas; y tres: la tecnología actúa sobre las condiciones laborales, las temporaliza e inestabiliza, pero permite más accesibilidad y flexibilidad a cualquier tipo de trabajador/a. Pocas veces ha sido tratada la tecnología con tanta dulzura expositiva. Acaba siendo un ejercicio de empoderamiento frente a las débiles críticas sociales que se enseñan al comienzo de cada argumento.

Tras este análisis, establece las tres recomendaciones para los gobiernos, una por cada premisa señalada sobre la tecnología. Primera propuesta: Es imprescindible aumentar el capital humano y el aprendizaje permanente (“Los sistemas educativos tienden a resistirse al cambio, por lo que una parte importante del ajuste de la oferta [se entiende, educativa]  debe ocurrir fuera del ámbito de la educación obligatoria. La primera infancia, la educación terciaria y el aprendizaje en la edad adulta fuera del ámbito del trabajo son aspectos cada vez más importantes para satisfacer los requerimientos en materia de habilidades que tendrán los mercados laborales del futuro”). Dicho de otro modo, centralicemos las bases del cambio tecnológico en aquellas etapas educativas menos controladas o dirigidas desde los gobiernos.

Segunda propuesta: Se necesitan nuevas formas de protección social y políticas laborales en un mundo en el que el mercado laboral será cada vez más dominio de trabajadores/as eventuales y con escasa cobertura social. La propuesta pasa por aumentar esa protección a través de sistemas subsidiados de manera progresiva, participaciones en entidades privadas de forma voluntaria y la generalización de un salario mínimo social garantizado, evitando con ello que los ingresos de los futuros desempleados/as se cubran desde el seguro de desempleo y no gravando a las empresas, como hasta ahora, con las indemnizaciones por despido. En román paladino: no pongamos puertas al campo (especialmente si viene con marchamo de privacidad, porque las responsabilidades públicas en cuanto  a protección social están al borde del colapso).

Y propuesta tres: Mejorar la política fiscal de los gobiernos con la  generalización de impuestos actuales (como el IVA, aún no instalado en todos los países), la creación de otros nuevos (sostenibilidad ambiental, impuestos al carbono y al consumo de energía) y un control estricto de la evasión fiscal. Sin duda, la propuesta más cercana a proyectos progresistas, pero que está siendo tremendamente contestada desde un sistema capitalista con escasa voluntad de rectificación (por ejemplo, la ley de amnistía fiscal del Partido Popular, la renuncia de Trump a limitar consumos industriales contaminantes…

Como era de esperar, tal informe fue inmediatamente contestado desde otras instancias internacionales, por la Confederación Sindical Internacional y por la propia Internacional de la Educación. La frase que resumía la opinión de esta última señala nítidamente su posición: “Una vez más es peor el remedio que la enfermedad”. Acusa al Banco Mundial de exacerbar las desigualdades económicas y sociales y plantear respuestas anticuadas que no conseguirán disminuir  ni tan siquiera la situación de desequilibrio actual. Se le critica que se hable demasiado de capital humano y capital social, pero nada de derechos humanos ni de justicia social. Predominan nociones y alabanzas al individualismo como herramienta de futuro, pero se ignoran conceptos como solidaridad y progreso colectivo.

En lo que respecta a la educación –recordemos que es uno de los capítulos estrella en el informe del Banco Mundial- la visión no puede ser más pesimista. Parece intuirse un único objetivo interesante para el organismo internacional: satisfacer las necesidades económicas del capitalismo imperante. Ni una línea sobre la importancia de construir ciudadanía democrática o consolidar actitudes críticas con la desigualdad, la falta de libertad o la vulneración de derechos humanos. Sin referencia a la labor que desempeñan los millones de docentes en esta tarea, ineficaz y ampliamente mejorable para los parámetros economicistas, insoslayable, sin embargo, en la formación personal de cualquier trabajador/a. De ahí que haya que celebrarse la propuesta actual del Ministerio de Educación español para recuperar la obligatoriedad de impartición de la Ética (en la ESO) y de la Filosofía (Bachillerato) en el currículo escolar, asignaturas que la actual LOMCE había relegado a la opcionalidad, que era tanto como expresar su desprecio por las mismas.

Preocupa, por tanto, observar los mensajes que desde una atalaya como la del Banco Mundial se lanzan, tanto en el diagnóstico como por el tratamiento propuesto. Y preocupa por el grado de seguimiento que las élites gubernamentales hacen de estas recomendaciones (¿se ha olvidado ya el giro copernicano de la coalición griega Syriza, tras las visitas de la Troika, apenas hace un par de años?). Unas élites que como comentaba Víctor Pérez Díaz repiten mantras (la construcción europea, por ejemplo) sin creerlo, más pendientes como están de la respuesta que sus bases nacionales les marcan. Es necesaria la tarea gigantesca de la educación y de experiencias de vida para construir proyectos sólidamente asentados en lo que las sociedades desean. Y concluye el sociólogo Pérez Díaz, “La oportunidad  del momento está en el potencial de puesta en cuestión de las élites… y en el potencial de desarrollo de la ciudadanía, que, por lo pronto, suele disponer de reservas notables de sentido común y sentido moral; es decir, sentido de los límites”. Pues eso.

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