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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Construyendo puentes, no muros

Rescatados más de 700 inmigrantes en el mar de Alborán

Pablo García de Vicuña

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Emigrar es desaparecer para renacer después. Inmigrar es renacer para no desaparecer nunca más. Con estas palabras, Sami Naïr situaba, hace ya casi una década, la realidad de tantos millones de personas que inician un camino, probablemente de no retorno, encontrándose, en numerosas ocasiones, con muros de incomprensión, desprecio y miedo.

Y continúa advirtiéndonos el sociólogo francés que la inmigración no es un problema político, sino un fenómeno social como el crecimiento demográfico, el aumento de los matrimonios o de los divorcios o la distribución territorial de la población al que hay que aceptar cuanto antes porque está en la identidad humana buscar un porvenir mejor y aceptar a quien desea intentarlo. De ahí que cuanto antes se acepte que pese a la profunda evolución que marca en la comunidad receptora la inmigración, ésta acaba por enriquecer su identidad.

Viene a cuento esta introducción por el conocimiento de la reciente publicación del Informe de la UNESCO del año 2019, presentado en Bilbao por la Unesco Etxea y el propio Departamento de Educación del Gobierno Vasco, bajo el título 'Migración, desplazamiento y educación. Construyendo puentes, no muros'. Este informe realizado por el equipo de seguimiento de la Educación en el mundo tiene como objetivo velar por la consecución del Objetivo de Desarrollo Sostenible nº 4 (Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad).

Ya en el prólogo del informe, firmado por la directora general de la UNESCO, Audrey Azoulay, se constata un fuerte tirón de orejas a los gobiernos de los países desarrollados: “Actualmente las leyes y políticas no cumplen para con los niños migrantes y refugiados, al privarlos de sus derechos y hacer caso omiso de sus necesidades. Estos figuran entre los grupos de población más vulnerables del mundo. Sin embargo, se les niega a menudo rotundamente el acceso a las escuelas, que son para ellos un refugio seguro y entrañan la promesa de un futuro mejor.” Y advierte, además, que no basta con proporcionar educación, dado que el entorno escolar debe adaptarse a las necesidades específicas de las personas desplazadas. Por eso, el informe plantea un reto interesante: ayudar a las y los docentes para que lleven a la práctica la inclusión educativa, única solución que garantice la cohesión social necesaria entre grupos humanos de culturas, lenguas y costumbres distintas.

Algunos datos para la reflexión: aproximadamente una de cada ochenta personas se ve desplazada dentro o fuera de las fronteras nacionales por conflictos o catástrofes naturales; nueve de cada diez de estas personas viven en países de ingresos bajos y medios; los logros y el nivel educativo que alcanzan las y los estudiantes migrantes son, a menudo, inferiores a los de sus condiscípulos de las comunidades de destino. Según ACNUR la tasa de matriculación de las personas desplazadas era del 61 % para la Escuela Primaria y baja hasta el 23 % en la Secundaria. Globalmente, cerca de cuatro millones de refugiados de 5 a 17 años no iban a la escuela en 2017. Estos datos indican con claridad que los sistemas educativos de los países receptores no realizan una atención inicial ni un seguimiento de la escolarización similar a la que llevan con la población autóctona estudiantil, más allá de las características culturales específicas de la población migrante (visión restrictiva del papel social de la mujer o de la necesidad de aportar ingresos familiares desde edades tempranas), que pueden coadyuvar en este abandono escolar.

Son fundamentales, por tanto, políticas educativas inclusivas que superen los problemas de falta de documentación, de dominio limitado (cuando no de desconocimiento total) del idioma, de interrupciones de los estudios y de pobreza. Si cualquiera de estos ingredientes no está suficientemente sopesado y tratado, la integración educativa será un verdadero fracaso, más allá de la inversión económica realizada en tal apuesta.

Pero visto o visto, no es suficiente. Este país, encuadrado en el grupo del Primer Mundo, tiene una responsabilidad ética y humana con cuantas personas acceden en busca de una vida mejor, garantizándolas el acceso a una educación comprometida que evite la segregación, erradique los prejuicios y estereotipos y trabaje en beneficio de la convivencia multicultural. Y eso no está ocurriendo. La población migrante sigue siendo la que menos tiempo permanece escolarizada, la que obtiene resultados educativos más escasos y la que sigue obteniendo, en consecuencia, menos oportunidades de mejora personal. Todos los estudios realizados hasta la fecha indican que cuanto más y mejor educada está una sociedad (cuanto mayor sea el porcentaje de personas con estudios de nivel terciario y secundario) más tolerante es, mejor visión tiene de las personas migrantes y más crítica resulta frente a las ideas prejuiciosas y mensajes xenófobos.

Llegados a este punto hay que recuperar de nuevo a Sami Naïr para recordar que hay que trabajar, ante todo, hacia una identidad democrática moderna, nueva, que no venga determinada por el origen étnico, la cultura o la lengua, sino por su permisividad de acceso a la categoría de ciudadanía. “Abordar la cuestión de la identidad de forma democrática es ser capaz de afirmar que blanco, moreno, negro o amarillo, no deben, en absoluto, ser un obstáculo para una vida en común”. Porque los identarismos de exclusión siempre temerán ver diluida su identidad autóctona, constantemente sentirán la degradación de lo propio y se opondrán al posible mestizaje.

Y en este cometido, una vez más, es la escuela la encargada de fomentar los valores de tolerancia y mestizaje. Para ello, necesita de un colectivo docente correctamente preparado para atender la diversidad en las aulas. Y, aquí, el informe de la UNESCO vuelve a ser muy crítico con las carencias encontradas: el 52 % de los maestros/as entrevistados en España, Francia, Irlanda, Italia, Letonia y Reino Unido no se sienten adecuadamente apoyados por la administración escolar para manejar la diversidad, carentes de recursos formativos para la resolución de conflictos interculturales y de conocimientos específicos en tratamientos psicológicos para el alumnado necesitado.

Mal estaremos haciendo nuestro trabajo si estas recomendaciones del informe de la UNESCO continúan cayendo en saco roto. La desatención de una sola de estas advertencias seguirá alejando el objetivo final que mencionaba Naïr sobre el “humanismo mestizo”, el gran desafío de los próximos años para una Europa, hasta hace poco orgullosa de ser la creadora de la universalidad, pero que día a día parece alejarse de esta misión concreta.

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