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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Tras Franco, ¿de quién era la calle?

Fotografía del libro 'La calle es nuestra: la transición en el País Vasco (1973-1982)' / FOTO: Mikel Alondo

Raúl López Romo

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Se ha dicho que vivimos en la era del testigo. Esto tiene mucho que ver con la exaltación de la memoria, que no tiene por qué ser perniciosa, salvo, entre otras cosas, si se construye por oposición a la historia académica. “El que vio y vivió para contarlo” es necesario para dar cuenta, por ejemplo, de las atrocidades del siglo XX. Primo Levi es el arquetipo de esto (su trilogía sobre Auschwitz es un trabajo monumental e imprescindible), aunque para él los testigos más fidedignos, los que conocieron el horror en toda su inmensidad, fueron los que entraron en las cámaras de gas, es decir, los que no volvieron y callan para siempre.

Aparte, uno, como historiador, no puede evitar señalar que en nombre de la memoria se dicen muchas simplicidades, y que abundan los testigos que, ante un mismo hecho, según el modelo de gafas que gasten, ven cosas opuestas o no ven nada. Valga la muestra: unos recuerdan que la Transición fue un tiempo en el que Euskadi vivía bajo un estado de excepción no declarado, en el que las tanquetas de la Policía se enseñoreaban de las calles. Otros sostienen que por aquel entonces los policías eran unos pobres diablos que vivían en barrios muy humildes, expuestos a los atentados de ETA y aislados del resto de la población, que los despreciaba. Solo esto ya da que pensar sobre esa sentencia tan castiza, que se emplea como argumento de autoridad con excesiva frecuencia: “yo estaba allí; yo sé lo que pasó”. Ojalá fuera así de fácil. En realidad, las fuentes orales son más valiosas para reconstruir narrativas subjetivas que para obtener datos incontrovertibles.

En sus memorias, Stefan Zweig narra un episodio iluminador. Durante un viaje suyo a Viena en los convulsos años 30, estallaron en la capital austríaca fuertes enfrentamientos entre los socialistas y las autoridades. A su vuelta a Salzburgo, donde residía, varios conocidos, creyendo estar ante un testigo ocular, le preguntaron qué había ocurrido. Zweig, con toda franqueza, contestó: “no lo sé; mejor cómprense un periódico extranjero”. Necesitamos testigos e historiadores honestos. Lo importante es identificarlos.

Acaba de ver la luz un libro sobre la Transición en Euskadi, publicado oportunamente a los 40 años de la muerte de Franco, tras los otros 40 años que duró su dictadura. Antonio Rivera y Santiago Burutxaga, dos protagonistas de aquellos años de intenso y acelerado cambio, firman el prólogo y el epílogo respectivamente. Como Zweig, ambos reconocen, cada uno a su manera, que su experiencia directa llegó hasta donde llegó, a un ámbito limitado, y que otra cosa es lo complejo de la realidad. Rivera, consagrado historiador aparte de testigo (y esta doble cualidad confirma que las cosas no son blanco o negro), escribe que, aunque entonces no lo vieran, “no estábamos solos (…) junto a los miles de entregados pasionales estaban también los no partidarios, los que habían defendido la dictadura…”. Y Burutxaga remata la idea: “la mía es la transición de las trencas y las barbas, las primeras feministas y los puños en alto. Una de las muchas tribus. Antes de que se me olvide, es necesario confirmar que la mayor parte de la población estaba en otras cosas”.

La calle es nuestra se nutre de las fotografías de Mikel Alonso y de los textos de un historiador, Gaizka Fernández Soldevilla, que nació en 1981, cuando la transición terminaba. Su relato, que calificamos como desapasionado (ya que sabemos que “objetivo” es una meta tan noble como imposible), es el complemento perfecto a la pasión que traslucen las imágenes de Alonso. El resultado, la combinación de palabras e instantáneas, es sumamente sugestivo, y lo es tanto para los jóvenes que quieren conocer los entresijos de un periodo hoy políticamente muy discutido, como para los veteranos que vivieron el momento y desean volver a asomarse a él por nostalgia, por ansias de saber más o para quejarse de que no aparece tal o cual episodio. Estos últimos lo van a tener difícil.

El libro reúne un completo ramillete de temas en torno a una idea principal, la de que, pese a los deseos del que en 1976 era Ministro de Gobernación, o sea, responsable de las Fuerzas de Orden Público, Manuel Fraga, la calle había dejado de ser suya (o sea, de las autoridades del Estado) para pasar a estar en manos de la gente corriente. Una versión canónica terminaría la frase diciendo que la calle pasó a ser de la gente corriente que reclamaba y construía las libertades. Una versión más compleja e incómoda, como la de Fernández Soldevilla, remarca que, junto o frente a estos últimos, la calle también fue disputada por liberticidas diferentes a los franquistas y sus epígonos, esta vez al grito de “ETA mátalos” y barbaridades similares, y que su matonismo les terminó generando jugosos réditos en términos de control social. Pero sería injusto y erróneo decir, como se ha dicho no pocas veces, que el monopolio de los movimientos alternativos era de signo nacionalista vasco radical. No hubo tal monopolio, y menos para lo que tiene que ver con las primeras fases de la Transición, en la segunda mitad de los 70, sino, como queda reflejado en la obra, una relación compleja y conflictiva.

El ecologismo, el euskera, el feminismo, el mundo obrero, y también episodios oscuros, como el terrorismo o los abusos policiales; todo ello conforma la espina dorsal de este libro, primorosamente editado bajo la batuta de Mikel Toral, otro testigo inquieto, a cuya labor de promoción cultural debemos la aparición de este precioso (y honesto, en todas sus facetas) volumen. Dice Susan Sontag que “las fotografías procuran pruebas. Algo que sabemos de oídas pero de lo cual dudamos, parece demostrado cuando nos muestran una fotografía”. Y más adelante Sontag añade que “en lo fundamental, tener una experiencia se transforma en algo idéntico a fotografiarla, y la participación en un acontecimiento público equivale cada vez más a mirarlo en forma de fotografía”. Sumando ambas afirmaciones, diríase que las fotos de Mikel Alonso son pruebas rotundas, poderosamente evocadoras de una experiencia determinada, la de los revolucionarios de izquierdas que querían transformar el mundo y sus circunstancias; mientras los textos de Gaizka Fernández completan la panorámica aportando datos, diferentes puntos de vista, matices e interpretaciones generales sobre cada asunto, lo que no es sino la labor bien entendida de un historiador solvente. No queda más que felicitarnos por el hecho de que estos profesionales de talla hayan unido sus fuerzas.

Mikel Toral (ed.), textos de Gaizka Fernández Soldevilla y fotografías de Mikel Alonso, con la colaboración de Antonio Rivera y Santiago Burutxaga: La calle es nuestra: la transición en el País Vasco (1973-1982). Bilbao: Cultura Abierta, 2015. 242 pp.La calle es nuestra: la transición en el País Vasco (1973-1982)

La calle es nuestra se presenta el 20 de noviembre a las 19:00 en el centro cívico del Casco Viejo de Bilbao, edificio de la Bolsa.

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