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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Garoña

Valle de Tobalina concede permiso para el almacén temporal de residuos de Garoña (Burgos)

Carlos Alonso Cidad

Miembro de Ekologistak Martxan y de la Coordinadora contra Garoña —

Santa María de Garoña es una central nuclear cerrada y sin funcionamiento desde hace más de tres años. En diciembre de 2012 Nuclenor (la empresa propietaria, formada al 50% por Iberdrola y Endesa) lo decidió así, para evitar el pago del nuevo impuesto sobre los residuos nucleares que habría de gravar a las centrales nucleares. Y ello, pese a que no se habían cumplido los 4 años de prórroga que Zapatero concedió en julio de 2009 (prometiendo que sería la última) y que Rajoy había anunciado que ampliaría sin límites.

Ese cierre anticipado formaba parte del pulso que entonces las eléctricas sostenían con el Gobierno para evitar nuevos impuestos a los residuos radiactivos y también las nuevas inversiones en materia de seguridad, exigidas a nivel europeo como consecuencia de la evaluación de enseñanzas a raíz del accidente de Fukushima.

Este tiempo sin Garoña ha demostrado lo que algunos veníamos sosteniendo desde mucho antes. Se trataba de una central nuclear que desde el punto de vista de la producción eléctrica ni era necesaria ni era barata para la sociedad. Tres años y medio de cierre y ni se ha resentido el suministro eléctrico ni se han alterado las tarifas por ello, como anunciaban los agoreros que defienden la continuidad de la nuclearización. Garoña suponía entonces el 0,6% de la potencia eléctrica instalada en el Estado español y en sus últimos años menos del 1,5% de la producción total anual. Y la tarifa eléctrica ni se ha disparado, ni la razón de sus oscilaciones tiene que ver con ello, sino con garantizar los crecientes beneficios del sector eléctrico. Incluido, si es necesario, socializar algunos gastos que costeamos y costearemos entre todos, como la gestión de los residuos nucleares durante miles de años.

Pero además Garoña no era una central segura. El 2 de marzo de 2011 cumplió 40 años de conexión a la red eléctrica, con un historial plagado de incidentes y problemas: emisiones fugitivas, agrietamientos variados, acumulación de residuos radiactivos, calentamiento de las aguas del río Ebro, inexistencia primero e insuficiencia después de planes de emergencia…

Justo nueve días después de ese cumpleaños, una central nuclear gemela sufría uno de los accidentes más graves de la historia nuclear. Garoña y el reactor 1 de Fukushima fueron conectadas a la red el mismo año (1971), con la misma tecnología (BWM o agua en ebullición), con el mismo sistema de contención (Mark-1) y similar potencia (460 y 439 MW, respectivamente). Meses antes del accidente, el Director de Mantenimiento de Fukushima 1 y 4 declaraba en una visita de intercambio a Santa María de Garoña “hemos evaluado la posibilidad de operación de nuestro reactor 1 hasta los 60 años y hemos concluido que es posible”. Ya no va a ser posible, a los 40 años se fundió el reactor.

El accidente de Fukushima no alcanzó las dimensiones trágicas de Chernobil, cuyos 30 años recordamos estos días. Se calcula que las emisiones radiactivas totales se acercan al 20% de las de Chernobil. Pero en Ucrania y alrededores se ha estimado que las muertes indirectas provocadas podrían ser entre 4.000 personas (informe de la Organización Mundial de la Salud en 2005, supervisado por la Agencia Internacional de la Energía Atómica), 100.000 (datos del Gobierno de Ucrania) y 200.000 personas (según la Academia de Ciencias Rusas). Los daños económicos se valoraron en 320.000 millones de euros. No está estimado el sufrimiento humano.

Garoña no puede seguir el camino de Harrisburg (1979), Chernobyl (1986), Vandellós-1 (1990), Fukhusima (2011). Somos demasiadas las personas que vivimos cerca, pendientes de un hilo. Garoña es una central nuclear cerrada y va a seguir siéndolo. Iberdrola lo ha anunciado estos días por razones económicas. La sociedad lo demanda por razones de seguridad y supervivencia. Cualquier otra alternativa es jugar a la ruleta rusa.

Este verano se cumplen 40 años de la masiva manifestación en Plentzia (agosto, 1976), que bajo el lema “Por una costa vasca no nuclear. Por un control público de nuestro medio ambiente” supuso convertir en un amplio movimiento social el incipiente movimiento antinuclear vasco. Y supuso abrir una historia de imposición e irracionalidad que se cerró con la paralización y el desmantelamiento de la central nuclear de Lemoiz. Buena fecha, por tanto, para volver a reflexionar sobre el presente y el futuro de la energía nuclear.

La energía nuclear civil es una apuesta fallida del desarrollismo en la segunda parte del siglo XX por aprovechar y amortizar las investigaciones militares en el armamento atómico y ofrecer una energía limpia, segura y, sobre todo, barata. Hoy sabemos lo que ese camino ha dado de sí. Y además tenemos tecnologías y alternativas que la hacen innecesaria.

Anunciar el cierre definitivo de Garoña, la central más vieja del parque nuclear español, debe ser la primera lección de ese aprendizaje.

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