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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¡Hagan Vds. escuelas!

La rebelión de las faldas por obligación en las aulas

Pablo García de Vicuña

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Recordaba recientemente una anécdota sobre Víctor Hugo que recoge Baltasar Garzón en su libro 'Indignación Cívica' (Planeta, 2018). Parece ser que un grupo de empresarios franceses se dirigió al ilustre novelista inquiriéndole soluciones a los problemas de corrupción que tenía la Francia de mediados del siglo XIX. La respuesta del autor de la impagable “Los miserables” no pudo dejarles más estupefactos: “¡Hagan Vds. escuelas!”

Supongo que si se trasladase al tiempo presente esta conversación parisina el grado de sorpresa sería similar, si no aún mayor. El pasmo actual de los empresarios no podría esconderse y darían mil explicaciones para justificar el error en la apreciación del aclamado novelista: la práctica escolarización completa del alumnado –al menos del europeo-, las fuertes inversiones –gasto público en su concepción economicista-, el tratamiento igualitario en las aulas y hasta señalarían al avance en la igualdad de oportunidades mencionando el abultado número de egresados universitarios que colapsan determinadas salidas profesionales.

Muy probablemente de este asombro empresarial también se contagiarían las y los políticos de profesión, si se les trasladase la expresión “hugoniana”. ¿Quiénes mejor que ellos y ellas para saber el nivel educativo de nuestra educación contemporánea? ¿Cómo se puede dudar del salto sideral realizado en los últimos cincuenta años? ¿Qué retorcidos y obscuros intereses puede haber tras semejante afirmación?

Y es que tanto aquellos –los seguidores de Tío Gilito- como éstos –los/as abducidos/as por la diosa “Alcachofa Microfónica”- siguen sin entender prácticamente nada. Continúan instalados/as en la confusión de que escolarizar y educar, además de verbos de igual conjugación, son sinónimos; pretenden hacernos creer que con la instrucción escolar se satisfacen los deseos de mejora social y humana a los que aspiran las sociedades; están convencidas/os de que nunca como ahora más seres humanos dispusieron de mayores oportunidades para ser mejores profesionales y se olvidan de que estos tiempos marcan el índice más alto en la historia humana de jóvenes insatisfechos/as que malogran sus vidas ante el desinterés general por sus circunstancias personales, sexuales o identitarias.

Unos y otros/as pretenden olvidar y hacernos olvidar que nuestra educación bebe de las fuentes que el sistema económico dominante impone, más allá de deseos formativos individuales o colectivos. Y que tal dependencia establece prioridades, estímulos y olvidos.

Con todo, para estos grupos, tremendamente sorprendidos, lo más sorprendente es que la respuesta del escritor francés (mejor valorado por sus propios conciudadanos/as, como Shakespeare en Reino Unido o Cervantes en España, que no es sinónimo de ser los más leídos en sus respectivos países) sea una respuesta extemporánea, una salida de tono, sólo al alcance de personalidades excéntricas, autorizadas a expresar cualquier cuestión, sin dar la solución que se espera. “¡Pretende darnos lecciones de moralina cuando le estamos planteando problemas serios para la economía de nuestro país! ¿A qué viene ahora mezclar educación con corrupción?” –pensarían los bienintencionados empresarios.

Y probablemente todos ellos y ellas –salvo Víctor Hugo- están olvidando que cualquier formación realizada para el ser humano, debe ser, por principio, una educación humanista, en la que la primera consideración sea la de la persona y su dignidad para que pueda llevar adelante su proyecto de vida y éste le sirva para transformar la sociedad en la que se encuentre. Así se entiende que Víctor Hugo crea en la escuela como el lugar en el que la sociedad puede iniciar su transformación. Crear más escuelas y que éstas sean públicas dará el plus de revolución moral que Francia necesita para acabar con los males del país. “No quiero confundir el profesor con el fraile”, asentaría en la Asamblea Legislativa de Francia, en 1850 el dramaturgo –no se olvide, de ideas conservadoras-.

Una educación que trabaja las emociones personales como elementos formativos, pero que enseña los riesgos de aceptar sin discutir ni criticar la vida que otros nos imponen. Noam Chomsky ['La (des) educación'. Crítica, 2000], quizás uno de los humanistas más críticos con la educación estadounidense, afirma con su habitual crudeza: Si la escuela fuera un auténtico servicio público y general, nos proporcionaría técnicas de autodefensa, pero eso quiere decir enseñar la verdad sobre el mundo y la sociedad. Y siempre hay intereses –económicos, políticos, estratégicos- que conviene esconder. De ahí que el lingüista inste al profesorado a dirigirse a su alumnado no como auditorio, sino como integrante de esa misma comunidad con preocupaciones compartidas: “(…) no debemos hablar ”a“, sino ”con“…. El aprendizaje verdadero, en efecto tiene que ver con descubrir la verdad, no con la imposición de una verdad oficial; esta última opción no conduce al desarrollo de un pensamiento crítico e independiente”.

Una educación humanista que no haga del esfuerzo personal el único indicador para medir éxitos y fracasos, porque seguiríamos martilleando en el clavo del neoliberalismo actual (Cada uno tiene lo que se merece porque todo depende del esfuerzo de cada persona). La cohesión social no podrá venir de la suma única de los progresos personales, porque estaremos excluyendo a un colectivo importante de seres con distintos intereses, competencias y destrezas. (Ha sido especialmente preocupante la cantidad de mensajes y propuestas políticas en estas recientes elecciones que han apelado directamente al individuo, instándole e beneficios personales, a logros particulares, olvidando el ser comunitario; tan sólo en la propaganda para el Parlamento europeo, esa institución que nuestros políticos/as consideran que vemos tan lejana, se han dirigido a la primera personal del plural).

Una educación, en fin, que trabaje en clave democrática, inclusiva y equitativa; cuya finalidad, además de fomentar el gusto por el saber sea formar una ciudadanía crítica y comprometida con la sociedad en la que vive; que no busque clientes sino personas activas en la construcción de una sociedad más justa y solidaria.

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