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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Nostálgicos de los dos rombos

El líder del Vox, Santiago Abascal (i), e Iván Espinosa de los Monteros

Pablo García de Vicuña

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Es posible que después  de términos como España o Patria, Adoctrinar sea el concepto más utilizado por las y los políticos de Vox. Dedicaré unas líneas  a reflexionar sobre ello.

No hay día en que los medios no se hagan eco de alguna noticia relacionada con adoctrinar o “el adoctrinamiento”. Parece ser la consigna asumida, de forma insistente, por los divulgadores del partido, antes de iniciar su actividad diaria: no volver a casa sin haberlo pronunciado, al menos una vez; inundar las ondas y los espacios escritos de esta jerga; confundir con la palabra para que la bola de denuncias, la vorágine difamatoria, siga creciendo. Lo importante es que el concepto siga en el candelero político y lo accesorio que haya algo de verdad en lo que se pretende denunciar.

Vayamos a los últimos hechos que han provocado esta interminable ola de propaganda “voxista”. En tan solo una semana, la transcurrida entre el 17 y 24 de diciembre, el partido ultraconservador ha encontrado varios momentos para continuar con su discurso “antiadoctrinamiento” y la censura a cualquier precepto formativo que escape de los estrechísimos límites –según sus postulados-  impuestos a la  tarea formativa que la Escuela debe hacer.

La primera de ellas, mostrando el apoyo de su organización a la denuncia presentada por los padres de una niña de un instituto de Baena (Córdoba) a la que consideraban tratada inadecuadamente por la información transmitida en su aula con motivo de la celebración del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Siendo de sobra conocida la campaña negacionista de la violencia machista de Vox, la iniciativa de esta familia cordobesa, cumplía perfectamente sus intereses. De este modo, el partido ultranacionalista daba un ejemplo más de estar viviendo fuera de la realidad, ignorando lo obvio, que miles de mujeres –millones, si ampliamos el foco español- sufren y denuncian continuamente la violencia machista en su vida cotidiana.

Vox y los denunciantes ignoran, una vez más, las explicaciones que profesorado del centro, Delegación de Educación y la propia LOMCE han realizado para justificar la necesidad de celebrar los 25 de noviembre. Este partido continúa buscando el espacio para imponer el PIN Parental en todo el área educativa andaluza, basándose en soluciones torticeras, como la de negar la realidad que demuestra la insoportable cifra de mujeres asesinadas, 55 en el año recientemente finalizado.

Un par de días después, en esta ocasión en Pamplona, surgía la noticia de la denuncia de una madre al centro escolar al que llevaba a su hijo, “maltratado”- según su opinión- al haberle puesto una bata rosa en el comedor. Al parecer, el trato degradante causado hacia su hijo venía generado por un color y no por reproches injustificados, insultos desproporcionados o exclusiones intencionadas del personal cuidador (que hubieran justificado tal denuncia). Era el  color rosa en la bata utilizada para impedir que el niño se ensuciara mientras comía, el generador de tanta ignominia.

No he encontrado apoyo explícito de la formación ultranacionalista en esta ocasión. Desconozco si ha sido consecuencia de la falta de empatía de la denunciante con Vox, al no exigir en la denuncia la utilización del verde en la bata -color del partido extremista, según sus dirigentes por representar adecuadamente los valores fundacionales: “frescura, esperanza y vida”-. Pero no hay duda de que la actitud de la familia pamplonesa casa perfectamente con la visión tradicional que el partido ultra otorga a las identidades de género. En ambos casos parecen sentirse cómodos con las palabras de Damara Alves, la ministra de familia de Bolsonaro, quien hace ahora un año zanjó la cuestión de los colores infantiles aludiendo al respeto necesario a la identidad biológica: los chicos, de azul; las niñas, de rosa. Y se acabaron las dudas.

El último desatino del año llegó de las Baleares. En esas islas mediterráneas, la obsesión de Vox en controlar lo que se introduce en las mentes de los púberes pensantes le ha llevado a exigir a la Conselleria de Educación la inspección de 54 centros por parte de sus tres parlamentarios autonómicos. El objetivo parece claro: utilizar el ardid del adoctrinamiento lingüístico y feminista que sospechan está sufriendo el alumnado isleño, para comprobar el afecto/desafecto hacia los valores patrios que el partido atesora (unidad indisoluble del país, mantenimiento a ultranza del orden, Iglesia y Monarquía incuestionables,…) De esta supervisión que parece inevitable –como dice la propia Conselleria- nos llegarán ecos inmediatos de separatismo recalcitrante, perversión formativa o engaños intencionados que atesora la juventud balear. Al tiempo.

Vox y el adoctrinamiento, o el cuento de nunca acabar. Probablemente lo más urgente sea definir el término para conocer exactamente de qué están hablando –o denunciando- algunos/as. La RAE define adoctrinar como sinónimo de inculcar a alguien determinadas ideas o creencias. Sin embargo, creo más ajustadas otras dos definiciones encontradas en la jungla de Internet: 1. “Enseñar los principios de una determinada creencia o doctrina, especialmente con la intención de ganar partidarios” y 2: “Dar instrucciones a alguien sobre cómo tiene que comportarse u obrar”. Es decir, asumir -desde una posición de privilegio- una función activa de velar por los intereses (emocionales, morales) de cualquiera, con el objetivo de modificar conductas, pensamientos o acciones. (¿No encajaría bien aquí, el objetivo político de Vox?)

Tradicionalmente, esta función correctora de los desmanes patrios la han venido realizando la Iglesia y/o los Estados no democráticos (en ocasiones, como en la España franquista, ambos a la vez). Eso sí,  con importancia variable, en función de la fuerza y el respeto que acólitos o feligreses  de cada institución hayan tenido en el transcurso de los siglos.

Como expresa con suficiencia Ramón Sánchez Ramón ('Sobre enseñar y adoctrinar. Por una educación crítica e independiente'. Fundació Rafael Campalans. Marzo, 2018), “la condición necesaria del adoctrinamiento es cerrar la posibilidad de la duda, negar la libertad de pensamiento y sustituir la argumentación y el diálogo por la confianza en quien adoctrina, sustituir el pensamiento propio por la fe emocionada. El adoctrinado renuncia a pensar por su cuenta, renuncia a su condición humana y sustituye la razón por la literalidad de la doctrina y la fe en razón del origen”. 

Y aquí es donde hace su aparición Vox y sus “influencers”. Ante el argumento base de una Iglesia en horas bajas -desaparecida y arrinconada por las múltiples denuncias ciudadanas- y de un Estado vendido a los enemigos de la Patria, es el Partido, es Vox, quien debe asumir la función de guía de la moralidad. Una moralidad que recuerda a los tiempos franquistas en los que “alguien” -ni pensar en nosotras/os  mismas/os- debía velar por nuestra conducta, señalando el camino a seguir, avisando de los riesgos reales de perdición a los que podíamos someternos si nos abandonábamos a placeres mundanos o bebíamos de influencias culturales perniciosas. Durante la época oscura de nuestra historia reciente, Franco entre otros títulos aduladores, fue conocido como el “Vigía de Occidente”, conservador de las esencias patrias, receptor de la buena moral, castigador de los descarriados.

Son aquellos tiempos de la censura los que se añoran, deseando fervientemente su retorno. Tiempos en los que no era necesario pensar, porque ya otros decían hacerlo por nosotros/as. Era la España obligatoria en blanco y negro, que creíamos haber dejado atrás definitivamente.

Vox, sin embargo, pretende hacernos volver a un país regulado y organizado en base a creencias en desuso, a costumbres trasnochadas, a una educación de libreto en la que un alumnado desmemoriado siga pendiente de lo que se le obliga a ser.

Hace mucho tiempo que la escuela dejó de ser el agente casi único y privilegiado de socialización secundaria. Vox intenta volver la vida del revés. Fomentará una Escuela centralizada, homogénea, sin fisuras ni dilaciones; una escuela en la que el esfuerzo personal y la competencia descarnada sean elementos básicos de aprendizaje. Y mientras se avanza en esta marcha atrás, seguirá utilizando las cadenas televisivas, las redes sociales y cuantos medios de información se pongan a su alcance para promover su propio adoctrinamiento. No reparará en medios, mientras vea que encuentra apoyos en gente sin formación, desheredada de la tierra, recelosa de un sistema que abandona, a pasos de gigante, sus creencias primarias. Personas confundidas y temerosas de un mundo en continuo cambio del que no sabe cómo participar. Todas ellas, nostálgicas de los dos rombos, seguirán esperando que alguien (¿Vox quizás?) les indique qué significa ser ciudadanas del siglo XXI.

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