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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Nuevos viejos tiempos

Procesión del Corpus, en Pamplona

Javier Lorente Doria

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Sostiene el filósofo Daniel Innerarity en su ¨Política en tiempos de indignacion¨ que “cualquiera que no esté en el gobierno representa al cambio, que no es un valor ni de izquierdas ni de derechas, sino de la oposición”. En 2015 alcanzaron gobiernos municipales y autónomos partidos y candidatos que, en su mayoría, no habían pisado un despacho oficial en su vida y se autodenominaron gobiernos o ayuntamientos “del cambio”. Una denominación que crearon ellos pero luego los medios de comunicación han repetido y propagado acríticamente durante los 4 años siguientes. En realidad, los gobiernos “del cambio” se convirtieron en pocas semanas en gobiernos a secas. La oposición “del cambio” vio su llegada con el mismo estupor con el que la nobleza versallesca vería cómo los sans-culottes se bebían sus vinos a morro. Se les pasó rápido y se pusieron en la labor de recuperar algo que han considerado siempre propio por derecho y no por resultado de la elección popular. 

Una de las armas más eficaces para convencer al electorado de la necesidad del retorno de “los de siempre” ha sido la apelación a la tradición como si de un tótem tribal se tratara en los intentos de los gobiernos “del cambio” por establecer límites entre lo civil y lo religioso.

Cuenta Antonio Muñoz Molina en su “Todo lo que era sólido” que ésta fue una de las grandes asignaturas pendientes de la Transición. Describe él, que la vivió, el repentino fervor de alcaldes de izquierdas por encabezar procesiones religiosas con el mismo, o mayor, ímpetu que los camisas azules de las décadas precedentes. Quienes no la vivimos leemos con asombro en “Con Cristo o contra Cristo”, de Javier Dronda, cómo las recién llegadas autoridades republicanas suprimieron la presencia de la corporación municipal de Pamplona en la procesión de San Fermín o la de la diputación foral en otros actos católicos. Asombro por la comparación con los últimos 4 años en los que el mayor avance laico en ese evento ha sido que el alcalde, Joseba Asirón (EH Bildu), ha desfilado, de frac y chistera y con todos los atributos oficiales detrás de la figura-relicario del santo pero a la hora de la misa posterior se ha ido a almorzar con sus compañeros de gobierno. “La procesión tiene una dimensión religiosa pero también social mientras que la misa es un acto de fe más privado en el que deben estar los que de verdad lo sienten así”, fue la justificación del regidor sobre esta curiosa visión de la laicidad. 

El gobierno de Navarra de Uxue Barkos (Geroa Bai) eliminó del programa oficial del día de Navarra, el 3 de diciembre, la misa en el castillo natal del patrón, San Francisco Javier. Mantuvo, sin embargo, la recepción a San Miguel de Aralar. La figura de plata, de unos 70 centímetros, es recibida tras la semana de Pascua con el protocolo de jefe de Estado en el Palacio de Navarra. Misa en el Salón del Trono incluida que el ejecutivo justifica en que es una solicitud del santuario que ellos se limitan a atender. Hubiera tenido su gracia que el imán de Tudela usara esa justificación para pedir celebrar el final del Ramadán en ese mismo salón con oraciones mirando al este.

Los avances en el resto de España han sido también irregulares. En Madrid, la primera polémica en esta materia de Manuela Carmena fue sobre los atuendos futuristas de quienes encarnaron a los 3 reyes en la cabalgata del 5 de enero de 2016. “Mi hija de 6 años: Mamá, el traje de Gaspar no es de verdad.No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena. Jamás”, escribió Cayetana Álvarez de Toledo, actual diputada del PP. Nadie cuestionó qué pinta un ayuntamiento organizando directamente ese tipo de actos.

Tampoco acabaron de cuajar ideas como la cabalgata de las “Magas de Enero” de Valencia. Se supone que recuperó una idea surgida durante el tiempo en el que Valencia fue capital de la República pero se ha interpretado como un intento por sustituir la tradición navideña por otros eventos de una suerte de nueva religión. Recuerda a la idea revolucionaria francesa de convertir Notre Dame en el templo a la diosa Razón. Pero con peor fortuna, ya que la España actual no es la Francia recién salida del feudalismo de hace dos siglos. El 70 por ciento de la población se considera católica, pero sólo un 30 acude con cierta regularidad a oficios religiosos. La laicidad no se trata de crear nuevas religiones sino de permitir a cada cual adorar o creer en lo que quiera sin que el poder público participe en esas adoraciones. O no creer en nada, sector de la población que se ha multiplicado por 3 desde la recuperación democrática, según el CIS.

Al igual que describe Dronda en la Navarra de 1931, los actos religiosos y su reivindicación han sido el refugio de los sectores conservadores para convencer a los indecisos del peligro que corren “nuestras tradiciones”. Se ha confundido política y religión hasta el punto de crear nuevas tradiciones, como que se interprete el himno nacional de España en la salida de la procesión de Jueves Santo de Pamplona, algo nuevo, al menos, desde la vuelta de la democracia. 

Con la laicidad ocurre como con la memoria histórica. Si los pasos los dan cargos de izquierda se les acusa de revanchismo y anticlericalismo. Por eso quizás sería beneficioso que los gobernantes del nuevo cambio de 2019 profundizaran en esa materia para sacarlo del debate público. En Francia ningún partido discute que la Republique no tiene religión, por mucho que se sobrecojan con el incendio de Notre Dame. Un templo de propiedad pública, por cierto, como todos los del país. Ingenuamente quizás, algunos pensamos que al menos no se atreverán a volver atrás los tímidos avances de los 4 años anteriores. Ingenuidad porque, en Pamplona por ejemplo, el alcalde Maya (Navarra Suma) ha estrenado retorno volviendo a la procesión del Corpus con vara y collar, pese a estar prohibido usar esos atributos por el reglamento de protocolo municipal que apoyó su partido en 2016. Y ha declarado con orgullo que la ciudadanía pamplonesa volverá a pagar los 2000 euros que cuesta el manto de flores por el que desfila la infraestructura de plata que contiene una oblea que los católicos consideran que es la encarnación física de dios. Nuevos viejos tiempos.

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