Retirada

Siempre nos habían dicho que el progreso indefinido nos traería la paz, el bienestar general y la felicidad, pero con tanto glaciar derritiéndose, tanto río contaminado, tantas toneladas de plásticos formando islas inmensas en los oceanos y tantos coches convirtiendo el aire de las ciudades no solo en irrespirable sino también en mortífero, uno acaba mostrándose bastante escéptico respecto a las teorías que nos decían que la felicidad de los pueblos y de los hombres radicaba en el progreso indefinido. Nuestros abuelos presenciaron inventos quizá mayores que los nuestros y nadie los libró de la barbarie, el salvajismo, las dictaduras criminales del siglo veinte y el aburrimiento.

No es que uno no se haya dado cuenta que en un automóvil cualquiera, en menos de un par de horas, puede abandonar la tumultuosa ciudad donde habitualmente reside y plantarse en algún despoblado poblacho mesetario donde te venden el silencio como si de un artículo de lujo se tratara, sino que duda que este hecho pueda sustituir la violencia, el desconcierto y la debilidad natural del hombre por el optimismo que produce la velocidad y la satisfacción que nos proporciona la inmediatez de las cosas y el desarrollo hasta el infinito de todos los medios materiales.

Hemos progresado. No sé cuanto, pero no me cabe ninguna duda de que hemos progresado. Ahora, ya no vertemos a la calle nuestros excrementos por las ventanas, no hay escupideras en los rincones de las casas, ni moscas, ni roñosas bañeras instaladas en el interior de las cocinas. Ahora ya no hay infecciones que no se puedan remediar con antibióticos, ni cucarachas que no se exterminen con un buen insecticida, ni tampoco políticos que traten de redimirnos mediante la implantación de ideologías totalitarias. Pero aún así, con todo lo que esto tiene de mejora, no me parece que haya mucha diferencia entre nuestra mentalidad y la de nuestros antepasados.

El mundo de hoy es un mundo dominado por las cosas. Esa es la diferencia sustancial. Un mundo sometido por todo aquello que conforma el progreso material: los coches, los frigoríficos, los aviones, los ordenadores, las video consolas, los móviles... Es innegable que todos estos objetos nos hacen la vida más llevadera, menos incómoda, además de proporcionarnos numerosas ventajas con respecto a nuestros antecesores – incluso sutiles placeres -, pero las ilusiones respecto a que este progreso material pudiera modificar de alguna manera la naturaleza humana, sospecho que hace ya tiempo que se desvanecieron.

Como tantas otras cosas el progreso material ha terminado por desilusionar, no solo a las asociaciones ecologistas, sino también a ciertos sectores de la población conscientes ya de que más un desarrollo sostenible cada vez es más necesario una retirada sostenible de nuestros modos de vida para evitar futuras fatalidades. Pero, en fin, tampoco está todo perdido. Supongo que en muchos aspectos de la vida la eliminación de las ilusiones resulta saludable y positiva ya que, como escribiera Josep Pla, “las ilusiones hay que reservarlas para aliñar las pasiones del amor y humanizar la ironía, para hablar con los amigos, para simplificar la vida...”