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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Satisfechos/as, pero inapreciados/as

Pablo García de Vicuña

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Con esta única frase podía cerrarse la intervención de Paulo Santiago, miembro de la OCDE, en su conferencia inaugural de la jornada organizada hace unos días por el Ministerio de Educación y Formación Profesional, “Educar para el siglo XXI. Desafíos y propuestas sobre la profesión docente”. Resumía de este modo, la opinión de docentes y miembros de las direcciones de los centros escolares españoles de Educación Secundaria que participaron en la última edición publicada del Informe TALIS, en 2013 (La próxima saldrá este mismo curso, 2018).

Este informe de la OCDE plantea averiguar el funcionamiento de los procesos de enseñanza vista desde la óptica del profesorado, comparándola a su vez, con la visión internacional que aportan el resto de los países participantes. “(…) un estudio de percepciones no deja de ser útil para conocer la evolución del desarrollo profesional de los profesores, de sus prácticas de enseñanza y sus actividades de aprendizaje, cómo se enfrentan a las innovaciones y a las tareas burocráticas, cómo se relacionan con sus colegas y buscan conexiones entre ellos por medio de reuniones informales, formación permanente presencial, plataformas profesionales de interacción y otros medios diversos.”, argumentaba el propio Ministerio de Educación en el prólogo de presentación de este trabajo, hace ya 5 años.

Y es que parece que en opinión de las y los gobernantes educativos es necesario conocer lo que piensan las personas que se dedican diariamente a ejercer esta función social, básica en la configuración de las sociedades humanas: educar. La respuesta española no puede ser más clarividente: el personal se encuentra a gusto, satisfecho con su trabajo, partícipe de esa función social descrita, pero tremendamente desesperado por el reconocimiento social que recibe a cambio.

La mayoría del profesorado de Enseñanza Secundaria –tal y como revela el estudio- considera encontrarse en un entorno con clima profesional positivo, caracterizado por un conjunto de creencias comunes y una cierta cultura de éxito compartido. Sin embargo, el nivel de cooperación entre el centro y la comunidad local, así como la relación alumnado- profesorado es aún claramente mejorable. Y es en este punto en el que la intervención de las autoridades educativas se tiene que hacer palpable, para modificar y cambiar las tendencias. Está más que constatado que un grupo social tendrá muy complicado su mejora si no percibe estímulos positivos que le ayuden a modificar tal percepción.

Del mismo modo que –y también lo recogía otra de las conclusiones de TALIS 2013- la percepción de cierto abandono percibido por los equipos directivos de los centros  no desaparecerá si no se añaden recursos allí donde estos han señalado: más personal de apoyo y adecuación progresiva de los recursos informáticos empleados. En suma, mayor autonomía, apoyo al conocimiento y a las redes colaborativas. Parece que tampoco las direcciones perciben ese calor que se espera de quien debe ayudar a conseguir los objetivos propuestos. Sin ese apoyo –que no tiene que ser exclusivamente material, en porcentaje de recursos humanos y económicos recibidos- el trabajo ímprobo desde las aulas no dejará de ser una labor utópica realizada por personas vocacionales abandonadas a su propia suerte y esfuerzo.

Por ello resulta aún más extraño que la jornada que organizó el Ministerio de Educación sobre la profesión docente –y a la que pertenece el estudio mencionado del profesor portugués Paulo Santiago- fuese un continuo de exposiciones sesudas de expertos sobre las necesidades de encontrar, alimentar y definir la persona docente más capacitada, en ausencia total de opinión de este colectivo.

La jornada –una vez intervino la ministra de Educación y concluida la conferencia inaugural  mencionada- se organizó en torno a tres paneles que pretendían representar las principales dificultades de la profesión: la formación inicial, la selección y la evaluación docente. Ninguna de las personas allí presentes dudaba de que la verdadera clave de bóveda de la docencia se encuentra en esas cuestiones, si de lo que se trata es de mejorar la profesión. Como nadie duda tampoco de que si no se encuentran elementos que desatasquen el actual grado de tensión, cuando no de conflictividad en las aulas, no hay solución posible que mejore el panorama actual.

Pues bien, las sesiones se desarrollaron bajo un mismo patrón de funcionamiento: cuatro expertos/as eran preguntados por un/a moderador/a sobre cuestiones propias de cada cometido a revisar. Todas las intervenciones, exquisitamente argumentadas, -algunas, las menos, acompañadas de información visual, extrañeza en esta época digital nuestra- incurrieron en el mismo vacío: fueron hechas desde posiciones institucionales o de enseñanza terciaria, alejadas, por tanto, de la realidad que se cuece en el devenir cotidiano de la vida no universitaria.

¿Cómo criticar la presencia de ilustres como J.A. Marina, Mariano Fernández Enguita, Miguel Soler o Álvaro Marchesi, con los que la mayoría docente ha convivido a través de sus obras? ¿Cómo no valorar la opinión fundada –aunque sea de parte- de Carmen Fernández, presidenta de la Conferencia de Decanos de la Educación, o de Carmen Rodríguez, miembro del colectivo Foro de Sevilla? Todas las personas convocadas acumulaban méritos suficientes para estar en la tribuna, disertando sobre las soluciones que desde sus propias ópticas, deberían ser tenidas en cuenta.

Pero el silencio de las ausencias era significativo: ni rastro de docentes de Infantil, Primaria o Secundaria, sin asomo de presencia de las organizaciones sindicales representantes del profesorado y del alumnado de estas etapas, sin opiniones de las asociaciones de familias. Constatados los vacíos, una pregunta iba cobrando fuerza en el ambiente: ¿A esto se va a reducir los cambios previstos para acabar con la situación actual? ¿No hay nadie más digno/a de ser tenido en cuenta?

No es de extrañar, por tanto, que surgieran voces muy críticas con el Ministerio como organizador del evento; algunas inmediatas, a través de las propias redes sociales  (#EllosNoSonProfes, hashtag crítico al oficial de la jornada #YoSoyProfe), otras más meditadas (Julio Rogero en El Diario de la Educación). Hubo quien incluso lo calificó de reedición del Despotismo ilustrado, en pleno siglo XXI: “Todo para el docente, pero sin el docente”. Todas esas voces eran coincidentes en la crítica por las ausencias injustificadas, si es que de buscar soluciones se trataba. O dicho de otro modo, cualquier decisión tomada sólo con la presencia de los expertos adolecería de los mismos males que se han achacado a la política educativa del PP. Parece que la obsesión del Gobierno socialista actual de no cometer los mismos errores en la redacción de las normas educativas (LOMCE, reales decretos de recortes educativos, incluida la propia universidad, todo ello sin participación de la comunidad escolar) puede resultar igualmente perjudicial, si únicamente se consulta a parte de esa misma comunidad escolar.

No parece problema de intención; la prueba es que el borrador de ley que ha elaborado el gobierno para reducir las consecuencias de la actual LOMCE parece un buen comienzo. El problema será si en las buenas intenciones  anunciadas se agota la energía de cambio planteada hace unos meses cuando el PSOE se hizo con el gobierno. Y lo que es más preocupante, empiezan a escucharse voces que hablan de dedicar este tiempo indefinido hasta las próximas elecciones a preparar un buen plantel de propuestas con vistas a un futuro menos incierto, olvidando el presente inmediato en que cualquier gobierno está obligado a gestionar su propia actividad diaria. Confiemos en que  se trate de uno más de los pulsos que desde todos los lados de la esfera política le están enviando, buscando su desprestigio. Ese buen comienzo señalado debe tener continuidad, porque el Ministerio y el resto de las administraciones autonómicas son las encargadas de variar la política educativa hacia situaciones menos estresantes: apoyos, ratios, estabilidad laboral, importancia de la red pública son cuestiones que deben revertirse ya, si no se quiere aumentar la frustración docente.

En los próximos meses conoceremos los resultados del informe TALIS 2018 y sabremos qué rumbo toma el colectivo docente español a partir de sus opiniones. Un único deseo: no añadir a la genérica definición de 2013 otro calificativo escasamente motivador; por ejemplo,  desesperanzadas/os.

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