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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Víctimas del totalitarismo etarra

Javier Arteta

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Con este batiburrillo de víctimas de 'todas las violencias' montado por el Gobierno de Urkullu y su secretario de Paz y Convivencia, nos hemos quedado sin saber qué ha pasado en realidad con las más de 800 personas asesinadas por ETA, que son quienes salen perdiendo en este revoltijo. Recordamos a las del franquismo como víctimas de una insurrección militar contra el Gobierno legítimo de la II República. Recordamos a las víctimas del GAL como ejemplo de lo que nunca se puede hacer en un Estado de derecho. Y recordamos a las víctimas de ciertas acciones policiales en determinados momentos de nuestra historia como expresión de la ausencia de libertades básicas hace tiempo recuperadas. En todas ellas, quedan muy claras sus características políticas específicas. En todas, menos en las víctimas del terrorismo etarra. Para ellas, sólo basta el reconocimiento al dolor humano sufrido, que, además, tienen que compartir con las restantes.

Pero, ¿cuál es el significado político de las víctimas de ETA, en caso de tenerlo? En este punto es donde los nacionalismos de todos los pelajes se escudan en tópicos para eludir compromisos. Hay que dejar atrás el pasado y mirar al futuro. Hay que mirar a las víctimas “de forma humanizada, no en contextos políticos” (Aintzane Ezenarro). Hay que conocer los sufrimientos y las razones de la “otra parte”. Hay que esforzarse entre todos para consolidar un “proceso de paz” y de “normalización”. Hay que superar décadas de un conflicto enquistado en el país desde el principio de los tiempos. Un conflicto que, al parecer, es para los vascos algo parecido a lo que es el pecado original para los católicos, porque se lleva puesto nada más nacer.

Ahora, un alcalde de EH Bildu, el de Rentería, nos dice que esta es una cuestión que hay que abordar con “un papel en blanco”, para que todas las fuerzas políticas puedan escribir en él su particular “hoja de ruta”; de modo que, entre todos, sea posible confeccionar un potaje que incluya una pizquita de compasión, cuarto y mitad de derecho a decidir, algo de empatía y voluntad de resolver el conflicto, para que, ahora que ETA ya no mata, sea posible conseguir todo aquello por lo que ETA mataba. Ya lo ha dicho con gran ecuanimidad Julen Mendoza: un proceso de convivencia entre vascos “no puede tener preestablecido un final”.

Se atiene en esto a los microacuerdos trazados por Jonan Fernández en su Plan de Paz, concebido para que todo el mundo (es decir, EH Bildu-Sortu) pueda “sentirse cómodo”. Y es una lástima que, con anterioridad a los 'acuerdos txikis', se hubieran producido otros acuerdos con mayúsculas, como el que dio origen a la Ley vasca de Reconocimiento y Reparación a las Víctimas del Terrorismo. La que relaciona las acciones de ETA con un “proyecto totalitario y excluyente”, que se pretendió imponer “a través del ejercicio de la violencia terrorista, utilizando la sangre de personas inocentes, las víctimas, para aterrorizar al conjunto de la ciudadanía buscando su desistimiento”.

De ahí arranca el “significado político” de las víctimas, recogido en el artículo 9 de la Ley: el que establece que los poderes públicos están obligados a poner en marcha “medidas activas para la deslegitimación ética, social y política del terrorismo, defendiendo y promoviendo la legitimación social del Estado democrático de derecho y su articulación en normas de convivencia integradora como garantía de nuestras libertades y de nuestra convivencia en paz”.

Algo lógico, por otra parte. Y una necesidad de pedagogía democrática elemental, teniendo en cuenta que, desgraciadamente, ETA sigue aún gozando en Euskadi de un plus de legitimidad del que no ha gozado el franquismo, cuando las motivaciones ideológicas de ambos no han sido sustancialmente diferentes. Fue acogiéndose al bien de la patria como Franco instauró una dictadura inmisericorde y prolongada. Y fue, igualmente, en nombre de la patria como ETA determinó, durante un período similar, quiénes tenían o no derecho a vivir, en Euskadi o en el conjunto de España, al tiempo que privaba a los vascos de disfrutar plenamente de sus derechos constitucionales.

Y esta pesadilla totalitaria, además de los muertos, nos trajo durante los años de plomo la ley del silencio; el envilecimiento de buena parte de la sociedad vasca; la erosión constante de los valores democráticos; el miedo a significarse (¡como en los viejos tiempos del Caudillo!); el recorte de hecho de las libertades de expresión; el acoso a quienes defendían ideas diferentes; la inseguridad de muchos ciudadanos en las calles de nuestros pueblos y ciudades; la apropiación de espacios públicos reconvertidos en “zonas nacionales” por los jaleadores de ETA; la desigualdad política; la necesidad de escolta permanente por parte de quienes militaban en partidos desafectos a la Euskadi de pensamiento único…

Es de este pasado nuestro, del más inmediato, del que más ha afectado a nuestras vidas, del que tenemos que hablar sin paños calientes y sin páginas en blanco. Y de acuerdo con el mandato legal que los poderes públicos de Euskadi tienen obligación de cumplir, por muchos microacuerdos que el actual Gobierno vasco ponga por delante para eludirlo. La amnesia no es la mejor garantía de una convivencia futura asentada sobre bases democráticas. Por eso se pide, y con razón, que se abran las fosas de tantas víctimas anónimas asesinadas por la rebelión franquista. También aquí, en Euskadi, tenemos que escarbar sin complejos en nuestras propias cunetas. Para recordar a los asesinados por ETA, y también por qué fueron asesinados, cuando la banda terrorista quiso imponernos su dictadura totalitaria.

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