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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Quién educa en la intolerancia?

Protesta en la Univesidad Autónoma de Madrid contra Felipe González.

Pablo García de Vicuña

“Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no conveceréis, porque convencer significa persuadir”

El próximo miércoles, 16 de noviembre, la ONU celebrará el Día internacional sobre la Tolerancia, como lo viene haciendo anualmente desde 1996. Un año antes, en 1995, la Unesco había realizado su 28ª reunión anual en París, aprobando una Declaración de principios y un Plan de acción de Seguimiento del Año de las Naciones Unidas para la Tolerancia [1]. No fue casual tal celebración dado que se conmemoraba también el 125 aniversario del nacimiento de Mahatma Gandhi, precursor de la no violencia.

No traigo el recordatorio como una efemérides más –cuestión que, por otro lado, no debería ser menor- sino de relacionarla con algunos episodios recientes que han ocurrido en nuestro país y que han generado, cuando menos, asombro en medios informativos y vergüenza en parte de la ciudadanía responsable.

Temporalmente, el más próximo ocurrió en Madrid, en la Facultad de Derecho de la Autónoma y tuvo por protagonistas a un par de centenares de estudiantes que, con su actitud de boicot manifiesto al acto, obligaron a suspender una charla de Felipe González y Juan Luis Cebrián. No cabe duda de que la relevancia política de los ponentes otorgó mayor repercusión mediática al rechazo estudiantil, que desde ese momento ganó adeptos y adversarios a partes iguales. Las redes sociales echaron humo con twits que ensalzaban la valentía de unos héroes que habían conseguido doblegar las rodillas de dos representantes de la casta, mientras que otros se rasgaban las vestiduras por la profanación del máximo templo del saber y de la libertad de expresión, que es el aula universitaria. (Por cierto, este acto se producía a escasamente una semana del recordatorio, ochenta años después, de la controversia entre Miguel de Unamuno y el general de la Legión Millán Astray en la Universidad de Salamanca con la célebre frase del rector y escritor, aludiendo al golpe de estado que inciaba la Guerra Civil y que encabeza este artículo).

El segundo episodio, ocurrido en septiembre, tuvo por protagonistas a medio centenar de jóvenes (es necesario el apunte del número, porque ilustra el verdadero alcance del hecho) que utilizaron el instituto público de Hernani como decorado de su homenaje particular a terroristas, coincidiendo con la llamada anual a la celebración del Gudari Eguna. Con mucha menor repercusión mediática que el narrado en Madrid, tan solo saltó a los informativos por la denuncia interpuesta días después ante la Audiencia Nacional por el Colectivo de Víctimas de Terrorismo, Covite y por vídeos subidos a redes por alguno de los participantes. En la denuncia de este colectivo se insiste en que el homenaje incluía a presos de la organización terrorista ETA, trágicamente célebre durante demasiados años de sufrimiento y violencia en este país. Nadie de la comunidad educativa pareció darle más trascendencia, como si hubiese sido realizado en algún recóndito monte perdido y a altas horas de la madrugada y no a plena luz del día y en el barrio hernaniarra de Santa Bárbara, como en realidad ocurrió.

El elemento común en ambos episodios es el culto a la intolerancia, la actitud de quienes -conocedores de la fuerza que atesoran- no respetan las opiniones, ideas o actitudes de los demás, si no coinciden con las propias. Lo ocurrido en Madrid y en Hernani demuestra que hay personas que piensan que las ideas de otros, sus prácticas y creencias, por ser distintas a las nuestras, no son merecedoras de menor consideración; han olvidado que el diferente de lo que uno mismo defiende también es necesario aceptar.

Y esto se aprende; y esto se enseña. La pregunta es quién lo hace (los porqués y paraqués se conocen) ¿Tiene alguna (co-)responsabilidad la educación? ¿Es ético formar en la insurrección? ¿hay un catálogo de valores de obligada enseñanza en las aulas? De no ser una carencia educativa formal ¿está la escuela obligada a intervenir en las deformaciones que la sociedad provoca en la construcción de la personalidad de los/as jóvenes? ¿Debe tener límites el fomento del espíritu crítico? Son algunas de las preguntas que afectan a las/os educadores/as ante hechos como los descritos. Y en las respuestas el mundo se vuelve poliédrico, aunque una pregunta sigue sobrevolando a todas: ¿será sencillamente una falta de respeto hacia el/a otro/a?

Victoria Camps [2] explica con nitidez qué entiende por respeto. Su valor- nos dice la filósofa catalana- deriva de la idea de dignidad que toda persona tiene por el simple hecho de ser persona. Sea como sea y venga de donde venga, nos guste o no, cualquier individuo es digno del mismo respeto. Podremos discutir sobre lo que alguien dice o hace, podremos criticarle más o menos, pero sin faltarle al respeto.

Privar de la palabra, aunque ésta pueda ser “nauseabunda”, como opinaba uno de los jóvenes de Madrid y ensalzar al violento -aunque sea considerado un héroe merecedor de homenaje por la joven de Hernani- son dos ejemplos que demuestran lo equivocada que puede estar una educación que propicie tales desmanes.

Por eso es necesario volver al artículo 4 de la Declaración de Principios sobre la Tolerancia, apoyada por la ONU, que mandata a la Educación como el medio más eficaz para prevenir su negación. Concretamente, el apartado 4.3. plantea el objetivo educativo de contrarrestar las influencias que inducen al temor y la exclusión de los demás, ayudando así a los/as jóvenes a desarrollar sus capacidades de juicio independientes y de razonamiento ético.

Sólo educando en esta línea podremos contestar las tristes preguntas que se hace Manu Montero[3]: ¿Cómo es posible que homenajeen a criminales? ¿de qué forma se les han transmitido esas nociones que emanan odio? ¿nuestro sistema educativo lo admite como una opción normalizada?

El camino es volver a escuchar, fijarse en los demás, no mostrar indiferencia ni ignorarle, prestarle atención. Porque estamos con la profesora Camps cuando asevera que respetar es algo que va más allá de la mera tolerancia. Toleramos lo que no nos gusta, lo que nos disgusta e incomoda. Respetar al otro es tenerle en cuenta y, a menudo, intentar entenderle.

De ahí que cada vez que la sociedad se muestra incapaz de reconducir las continuas faltas de respeto hacia las personas, mostrando una alarmante falta de compromiso, su más cruda indiferencia, recuerde a Voltaire: “No comparto tu opinión, pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla”.

[1] http://portal.unesco.org/es/ev.php-URL_ID=13175&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.htmlhttp://portal.unesco.org/es/ev.php-URL_ID=13175&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

[2] “Creer en la educación. La asignatura pendiente”. Península, 2008

[3] “El submundo del odio”, El Correo, 28-10-16“El submundo del odio”, El Correo, 28-10-16

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