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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

De historia, política y mentiras

Raúl López Romo

Iñaki Anasagasti ha publicado un artículo en el diario Deia, 22/03/2015, en el que critica unas declaraciones mías en una entrevista para El Mundo, 1/03/2015. En éstas, constataba yo dos hechos. Uno, que la primera manifestación convocada contra ETA en la transición democrática fue organizada por el PCE, no por el PNV, como han sostenido algunos dirigentes de este partido. Y dos, que la marcha del PNV a la que Anasagasti se refiere no fue explícitamente “contra ETA”.

Respecto a la primera aseveración, basta mirar al calendario. La convocatoria jeltzale data del 28 de octubre de 1978 y la de los comunistas de cuatro meses antes, el 28 de junio del mismo año, como expliqué en eldiarionorte.es 14/03/2015. En realidad, las primeras movilizaciones contra ETA se remontan a los años del franquismo. No obstante, éstas tuvieron unas connotaciones de legitimación del pasado régimen en las que la democracia actual no puede sentar los orígenes sociales de la lucha frente al terrorismo. Por ejemplo, cientos de personas desfilaron por Bilbao tras el asesinato del presidente del Gobierno y mano derecha de Franco, el almirante Luis Carrero Blanco, en diciembre de 1973. El acto finalizó con el cántico del 'Cara al Sol' en la plaza de Santiago de la capital vizcaína, en cuya catedral se ofició una misa por el finado.

Respecto a la segunda afirmación, recordemos una cita del propio Anasagasti, publicada en Egin el 14 de octubre de 1978. Refiriéndose a cómo habían recibido las bases del PNV la noticia de la convocatoria, decía: “Ha caído muy mal, por ejemplo, el que el asunto haya sido presentado como una iniciativa contra el terrorismo. No ha sido desde luego demasiado afortunado, porque parecía que nos dirigíamos directamente en contra de ETA y no es eso”. Anasagasti concluía así: “la gente que se quiere aprovechar de esta manifestación para ir en contra de ETA se ha confundido de manifestación”. Finalmente, aquella marcha reunió a una nutrida concurrencia que demandaba paz en Euskadi. Los organizadores introdujeron planteamientos nacionalistas vascos y corresponsabilizaron de la violencia a ETA y a la UCD, vetando la presencia de este partido.

Pese a estas evidencias, Anasagasti me atribuye ánimo de mentir; es decir, afirmar falsedades a sabiendas de que lo son. Utiliza el insulto y la descalificación, habituales en las diatribas partidistas, que no en el debate historiográfico. Más allá de esto, es interesante detenernos en el debate entre historia y memoria que subyace. Frente a la aspiración omnicomprensiva de la primera, la segunda es selectiva, olvida tanto como lo que recuerda, y se reelabora al compás de las prioridades del presente. Desde un punto de vista partidista, insertarse en tradiciones positivas es una recurrente herramienta de propaganda. Desde una perspectiva historiográfica, el gran Marc Bloch llamó la atención hace ya varias décadas sobre el establecimiento de filiaciones prolongadas, alertando contra lo que denominó la búsqueda del “ídolo de los orígenes”, esto es, “la explicación de lo más próximo por lo más lejano”. Debemos atender a las características específicas de cada contexto, lo que nos permite comprender la naturaleza dinámica de la historia. En otras palabras, lo que hoy en día resulta relativamente sencillo, esto es, subrayar que ETA ha sido la principal responsable del terrorismo en el País Vasco, a la altura de 1978 no lo era tanto. Esta constatación no implica colgar un juicio de valor (condenatorio ni absolutorio) sobre aquella sociedad, función fiscal que no corresponde a los historiadores, sino analizarla en sus circunstancias, que, aunque solo hayan pasado 35 años, eran muy distintas de las actuales.

Concluyo subrayando las diferencias entre la historiografía por un lado y los (ab)usos políticos del pasado por otro, haciendo mías unas palabras que Santos Juliá le dedicó a esta cuestión. El historiador, según dicho autor, pondrá “en la narración de su historia la misma pasión que guio su búsqueda y que alimentará los debates sobre el pasado con que toda sociedad construida sobre bases democráticas, libre de memorias impuestas, da forma y llena de contenidos su conciencia histórica, que, al fin, será el destilado vivo, cambiante de un proceso intersubjetivo o no será más que el producto cadavérico de un adoctrinamiento a cargo de comisarios políticos”. La historia coloca encima de la mesa todas las fuentes posibles, también aquellas que políticos como Anasagasti dejan sepultadas en la hemeroteca. Ahora que diga otra vez con ese desparpajo, sin despeinarse, que miento, solo por hacer una interpretación distinta de la suya. La diferencia a la hora de abordar los hechos pretéritos está clara: Anasagasti lo hace a partir de su militancia (“nosotros fuimos los primeros…”) y cree que otros obramos parecido; mientras que muchos historiadores buscamos hacerlo desde nuestro más preciado tesoro: la independencia.

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