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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La larga marcha de China hacia la hegemonía mundial

Trabajadores chinos montan televisores.

Juan Miguel Sans

La apuesta del presidente Trump por America first supone renunciar a jugar su rol de potencia mundial. A pesar de las bravuconadas militaristas, el presupuesto presentado recientemente por el presidente norteamericano supone un repliegue del liderazgo mundial en las instituciones internacionales. No hay, por el momento, un marco alternativo sólido. China se presenta ahora como líder mundial y adalid del libre comercio, la globalización y la lucha contra el cambio climático. Una hábil maniobra, pero, a mi juicio, demasiado prematura.

La política expansionista china

Es cierto que los dirigentes chinos están actuando con mucha inteligencia en muy diversos campos. La creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII) y del Nuevo Banco de Desarrollo, en el marco de los BRICS, son un ejemplo. La apuesta en infraestructuras de comunicación, transporte y energía para desarrollar una nueva Ruta de la Seda que conecte China con Europa es otro buen ejemplo, así como la propuesta de creación de la Asociación Económica Integral Regional (RECP en sus siglas en inglés), un acuerdo comercial de envergadura entre los países del sudeste asiático (ASEAN) y algunos otros estados del Pacífico con los que esta organización ya tenía acuerdos (Australia, China, Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda). La ratificación del Acuerdo de Paris sobre el cambio climático por el parlamento chino sigue la estela de esta política. En fin, la apuesta decidida por la inversión exterior en todo el mundo y, muy especialmente, en países con reservas de materias primas y con posicionamiento marítimo estratégico (puertos), así como en Europa y Estados Unidos, forma parte de esta política.

No hay riesgo de que los dirigentes chinos cometan el mismo error que la dinastía Ming en los albores del siglo XV, cuando renunciaron a la política de expansión económica y militar que habían iniciado con el general Chen Ho entre 1405 y 1433. Como explicaba Paul Kennedy, en un libro ya lejano de 1986 que fue un relativo éxito en su tiempo (Auge y caída de las grandes potencias), una de las claves de la retirada China en aquel entonces fue el conservadurismo de la burocracia confuciana, agravada por la presión mongol. Por el contrario, China tiene definida hoy una política expansionista de acción exterior, especialmente con sus vecinos más próximos, que se basa en buscar las ventajas de una cooperación beneficiosa para todos.

Dudas sobre la evolución económica y política china

Sin embargo, hay dudas sobre la evolución próxima de su economía y de la gestión que hagan las autoridades chinas de la misma. Las tasas de crecimiento del PIB de los últimos años son algo superiores al 6 %:  Altas, pero en clara tendencia descendente. El nivel de endeudamiento de su economía es del 277%, especialmente de las grandes corporaciones, pero también de los hogares, apoyado en una política monetaria expansiva facilitadora de la financiación del sistema económico. Las exportaciones se sostienen por una política de devaluación constante de su moneda. El precio de la vivienda sigue por las nubes y será difícil de desinflar suavemente la burbuja inmobiliaria: La banca china puede tener dificultades si pincha la burbuja y no se pueden pagar las hipotecas. No digamos nada del riesgo existente con la denominada shadow banking, banca informal, que canaliza más del 25 % de los activos bancarios. En fin, cambiar a un nuevo modelo de desarrollo más sostenible basado en el consumo e inversión interna no va a ser fácil. Requiere tiempo y significará un crecimiento más lento.

Y todo esto sin atender a problemas políticos internos (Tíbet, Xinjiang, Mongolia Interior), ni mencionar la paradoja de que su defensa de la apertura económica en el ámbito internacional contrasta con el intervencionismo y control que mantiene internamente y la censura sobre los medios de comunicación y redes sociales en internet. En fin, un país de casi mil cuatrocientos millones de habitantes, con cincuenta y seis grupos étnicos reconocidos y trecientas lenguas vivas diferentes, puede ser un polvorín en cualquier momento.

Los riesgos del proteccionismo

Muchos recuerdan la guerra comercial entre países que siguió a la crisis del 29 y la aciaga Ley de aranceles Smooth - Hamley  que solo contribuyó a agudizar la depresión económica de entonces y al hundimiento del comercio internacional en dos tercios de su valor entre 1929 y 1934. La situación ahora es muy diferente. Tenemos un entramado institucional global que en aquella época no existía: ONU, FMI, OMC, Banco Mundial y muchísimas organizaciones más. Un entramado cuestionado, es cierto, que sin duda hay que reformar, en algunos casos en profundidad, pero un entramado que es garantía - o al menos colchón- de estabilidad económica y financiera internacional.

Xi Jinping en Davos

Mientras tanto, la situación económica internacional no está exenta de dificultades. Una guerra comercial, como dijo el presidente chino, Xi Jinping, en la última conferencia de Davos, no beneficia a nadie. Como aclaraba el propio Xi Jinping, ante una audiencia entregada, no habrá ganadores y, en una metáfora muy propia de la finura china para explicar situaciones difíciles, es como encerrarse en un cuarto oscuro, donde uno se puede proteger del viento y la lluvia, pero donde no hay aire, ni luz. Sin embargo, Trump parece decidido a emprender esa guerra comercial.

Por el momento ya se están produciendo peleas soterradas, pero de gran transcendencia política y económica. Por ejemplo, la reivindicación china de estatus de economía de mercado en la Organización Mundial del Comercio (OMC). No es un tema baladí. Su aceptación complicaría la posición del resto de países para condenar sus políticas antidumping, muy importantes en sectores como el acero, textil, cerámica, papel o recambios del automóvil, entre otros. Esta disputa legal, que tardará más de tres años en resolverse, dará tiempo a todas las potencias a fijar posiciones. Son las ventajas de plantear estos temas en el ámbito jurídico y legal de la OMC. Ahora pueden ver a que me refería cuando hablaba de las ventajas de disponer de un entramado institucional sólido.

China ante sus encrucijadas

Habrá que estar atentos al XIX congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) del próximo otoño. El presidente Xi Jinping heredó en noviembre de 2012 el compromiso duplicar la renta per cápita en una década, cuando se cumpla el centenario de la creación del PCCh en 2021. Se cumpla o no este objetivo, para poner todo en perspectiva, conviene recordar que esta renta per cápita está hoy en 14.450 dólares a valores de PPA (paridad de poder adquisitivo,) mientras que en EE.UU. se sitúa en 56.115 dólares. ¿Qué significa esto? Medir la renta per cápita en términos PPA es un ardid de los economistas para comparar peras con peras.

Si la renta per cápita nominal de China es de 8.027 dólares, esto nos da idea del nivel de la capacidad de compra (cesta de la compra) de un ciudadano chino en su país. Lo que se hace es calcular el dinero que se necesitaría en EE.UU. para tener esa misma capacidad de compra. Son los 14.450 dólares antes citados. Esto nos viene a decir que un ciudadano medio norteamericano es casi cuatro veces más rico que uno chino. Todavía, como vemos, le queda a China un largo camino por recorrer.

Lo que se dilucida en el XIX congreso no es la política exterior. China parece relativamente bien enfocada en este ámbito. Lo que tiene que abordarse son las reformas internas para cubrir este gap de riqueza en el menor tiempo posible. Este es un reto relevante y no será fácil de resolver. Algunos pasos se están dando. Son habituales las noticias que pregonan cómo China presenta su primer portaaviones de fabricación nacional, lanza al espacio su primera nave de carga, se convierte en el principal fabricante mundial de paneles solares o apuesta decididamente por las industrias de servicios tecnológicos (software, telecomunicaciones, etc..). Independientemente de que el jefe del departamento de propaganda del politburó del PCCh se ha ganado con creces su sueldo, China está demostrando al mundo que no solo tiene tecnología, incluso militar, sino que tiene algo más importante: la escala, la dimensión.

Como muestra bien vale un botón. Se estima que en 2030 la clase media ascenderá a 500 millones de habitantes. Todo un botín. Mientras aguante la esquizofrenia de compatibilizar un régimen político de partido único, sin libertades democráticas, con una economía de mercado, todo irá bien. En algún momento, no obstante, el sistema necesitará instituciones más independientes y, entonces, podrán producirse tensiones desconocidas hasta ahora. Otra cosa bien diferente será que esa coherencia entre la superestructura política y la realidad productiva pueda producirse también  en “tiempos chinos”.

Es difícil confiar la estabilidad de la economía mundial a una nueva potencia aún débil como China. Los problemas de la bolsa china en agosto de 2015 crearon un pequeño seísmo en la economía mundial. No es descartable, sin embargo, que a largo, larguísimo plazo, se convierta en la primera potencia del mundo. El historiador (y biólogo y antropólogo) Peter Turchin, en un libro mucho más reciente que el citado anteriormente de Paul Kennedy (War and Peace and War. The Rise and Fall of Empires), afirma que China encaja en la definición de imperio y que, si se mantienen las tendencias actuales, se convertirá en la próxima potencia hegemónica mundial. Hoy, sin embargo, no está en esa porfía. Más bien parece dispuesta a entablar pequeñas escaramuzas que va ganando poco a poco. China lo tiene claro. Siguiendo las enseñanzas de Sun Tzu, “el que comprende cómo luchar, de acuerdo con las fuerzas del adversario, saldrá victorioso”. En definitiva, pretende ganar la guerra sin disputar batalla alguna.

China y la gobernanza mundial

Vivimos en un mundo multipolar en ausencia de un liderazgo único. Hemos dejado atrás el mundo bipolar propio de la Guerra Fría donde, de alguna manera, había más equilibrio. Puede que algunos piensen que es una situación más justa, pero, sin duda, es un mundo mucho más inestable y menos predecible. Por el momento, las soluciones parciales para afrontar esta nueva situación no están funcionando. Hemos pasado del G7 al G20 sin resultados concretos. Solo buenas palabras. Necesitamos reformas profundas de las instituciones internacionales (no solo el FMI) donde a China y al resto de los países emergentes se les reconozca el peso que tienen en la nueva distribución del poder económico mundial y, en palabras de José Luis Curbelo (Malestar en la economía 4.0, en un libro de próxima aparición editado por Tomás Mancha y titulado Política Económica, economía regional y servicios), se establezca una nueva gobernanza global coherente con el nuevo patrón de globalización (internacionalización no solo de bienes, sino también de servicios, finanzas, inversiones, personas y datos). En el ínterin, China seguirá creando contrapoderes y jugando a dos barajas. La torpeza de Trump, haciendo dejación de sus responsabilidades como líder mundial, le viene como anillo al dedo. Y mientras tanto, Europa sigue en busca de sus señas de identidad.

Juan Miguel Sans es experto en economía y planificación

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