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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

De perros conflictivos y sus incívicos dueños

Isabel Camacho

El jueves 12 de junio, un perro de raza husky atacó a mi bichón maltés de 8 kilos, y le lanzó tres dentelladas en el cuello y una, en el tórax. Mientras, el lobo sostenía con saña a su presa, otro, también de tamaño grande, trató de unirse a la improvisada cacería. Solo la valentía y precisión de cirujana de una mujer logró ahuyentarlos y salvar así la vida de Lula. Y lo hizo solo con su voz. ¡No lo hubiera resuelto mejor César Millán!

La propietaria del segundo perro llegó en unos minutos y de manera airada, pidió explicaciones del porqué de la expulsión de su perro. No preguntó qué había pasado o si la víctima estaba viva o muerta. ¿La verdad? Daban ganas de gritarle “lerda”. Sin embargo, se le tranquilizó. (“Manda huevos”, que diría Federico Trillo)

En mi caso, si en ese preciso momento me hubieran auscultado, solo habrían escuchado las lágrimas borboritando en el corazón. Tuve que esperar hasta entrar, media hora más tarde, por la puerta del veterinario de urgencias para emerger del vértigo.

Por ello, cuando aparecieron los dueños del husky más de 5 minutos después de los hechos, ni siquiera les pedí sus datos. Y, mucho menos, avisé a la Policía Municipal. Solo intentaba razonar: su perro era peligroso; no podían dejarlo suelto sin vigilancia. Un perro no puede atacar a otro en un parque público (en la zona abierta a los perros y en horario permitido), únicamente porque está en su naturaleza hacerlo cuando ve un perro más pequeño corriendo detrás de una pelota. Junto a mí, la espontánea líder de la manada: la mujer dulce pero enérgica que había evitado la tragedia.

No me detendré a contar cuál fue la respuesta de los dueños del husky pero la sensación que tuvimos los cuatro testigos es que nos responsabilizaban. Ninguno le oímos pedir disculpas, ni reconocer la peligrosidad de su perro en una zona frecuentada también por personas mayores, niños y otros canes: pequeños y grandes; la gran mayoría civilizados.

Porque lo que subyace en esta historia personal –para muchos, quizá insignificante- y por lo que me parece importante detenerse a reflexionar sobre ella- es precisamente eso: la falta de civismo; la necesidad impostergable de mejorar el comportamiento de personas o grupos sociales.

Vivimos en una sociedad crispada en la que muchos llevan tatuado a fuego el sálvese quien pueda. Hartos de callar se proyectan en cuanto se liberan. Pocos temas generan tantas fobias y filias como los que tienen relación con los perros. Las opiniones encontradas suelen, generalmente, proceder de quienes cargan injustamente todas las culpas del mundo sobre ellos o de quienes anteponen a sus canes por encima de ese mismo mundo.

He tenido perro toda la vida –ahora tengo dos; el segundo llegó de improviso y se quedó para siempre-. Así que, sé bien de lo que hablo y si alguien piensa “parece mentira que tengas perro”, como me espetó el dueño de un pitbull –por citar solo un caso- por pedirle que lo atara mientras nos cruzábamos en el centro de Bilbao, pertenece a la horda de incívicos con perro (o sin perro) que nos invade.

La buena educación, la amabilidad… parecen atributos en vías de extinción. Creo que aquí está la clave: dueños educados y cívicos y otros para quienes, por el contrario, los parques o las calles se convierten en territorio comanche y ellos son los jefes. Y ¡ay! de si alguien se atreve a insinuarles, y muchos menos recriminarles, su actitud. Da igual que sea un elemental “¿necesitas una bolsa?”; forma más que afable de preguntar si no piensan recoger los excrementos de su perro; o un educado “por favor ata al perro”. Las respuestas pueden enviarte al cementerio.

Existe una normativa general que fija las obligaciones de los propietarios de perros. La comunidad autónoma vasca posee la suya. A ella se suman la de los distintos ayuntamientos. Algunos aspectos pueden ser discutibles e incluso deberían flexibilizarse y mejorar algunos de ellos. Sin duda. Pero, son normas establecidas para una mejor convivencia. Sin embargo, hay muchos dueños de perros que incumplen hasta las más elementales. Con ello, no solo generan malestar o miedo en el resto de la población sino entre los propios propietarios de perros; al menos, tan víctimas de su incivismo como ellos mismos. Y, además, les coloca en una situación de vulnerabilidad cuando se trata de compartir espacios o juegos.

En Euskadi, había censados en diciembre de 2011 (últimos datos encontrados en el enlace de más arriba) 203.290 perros. Me atrevería a decir que el número ha ido en aumento. De todas formas, es un número considerable. Por ello, es imprescindible apelar al civismo, de nuevo la palabra mágica, de los dueños. La persona grosera te insultará si le llamas la atención; el descuidado no controlará a su perro y los más arrogantes o protectores lo llevará suelto: unos para imponer, los otros para que el perrillo disfrute más. No, no me olvido de quienes no recogen los excrementos y juro que los hay de todas las clases; no los excrementos que también, me refería a la formación intelectual de los dueños.

De los más de 200.000 perros citados, 4.545 pertenecían a las razas consideradas potencialmente peligrosas (esta calificación varía entre comunidades y de un Estado a otro. En España, la norma está lejos de ser tan exigente como la de otros países europeos). A estos se les exige requisitos adicionales. Por citar dos de los más visibles: deben caminar con una correa corta, no extensible. Y llevar bozal. Fíjense en cuántos lo cumplen. Son tan pocos que el conteo será breve.

Si a un paseante al que, pongamos por caso, no le gustan o le dan miedo los perros, se topa con uno, el mal rato está asegurado. Pero, y si paseante y perro caminan tranquilos cuando divisa a uno de esos ‘destroyers’ yendo ¡suelo! en su dirección…

Es obvio que la mayoría de los perros son buenos y que son los dueños los responsables de sus comportamientos. Pero, creo que algunas razas son más proclives a la pelea: son más dominantes, más territoriales que otras. Y, a estas hay que adiestrarlas y vigilarlas.

Pero, como siempre, si no se reconoce la existencia del problema, no se puede resolver.

Lula se está recuperando bien. Eso sí, de momento, no podemos volver al parque a esa hora, la única en la que los perros pueden estar sueltos. Una jauría, a menudo, observada de lejos por muchos de sus amos, se ha adueñado de la zona y no hay lugar para los débiles. Imagino con que cualquier día de estos, policías municipales de paisano les pillarán in fraganti y las arcas municipales desbordarán de euros. Aunque, me temo, que pagarían justos por pecadores. Pero, esto no ocurrirá nunca… ¿o sí?

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