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El peligro de ser plano

Luis Padilla (ACAN)

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El Tenerife aburre. Y eso es lo peor que se puede decir de un equipo necesitado, que pelea por la permanencia en la Segunda División y que acaba de cambiar de entrenador. El relevo en el banquillo debería haber traído un equipo mejor o un equipo peor, pero lo triste es que ha traído un Tenerife plano, apático, que araña puntos gracias al esfuerzo de sus jugadores, pero que aún está lejos de poder alcanzar victorias con regularidad y que no ha mostrado ni el más mínimo signo de rebeldía hacia un destino que apunta hacia la Segunda División B y que da la sensación de que se asume con cristiana resignación.

Sinceramente, me esperaba que la llegada de Rubén Baraja al banquillo del Heliodoro nos trajera un equipo más equilibrado y más vertical, sólido atrás e incisivo con el balón, quizás con menos toque, pero con mayor capacidad para llegar al área adversaria en situaciones de ventaja, al tiempo que minimizaba esos errores individuales en fase defensiva que tantos goles y puntos le han costado hasta ahora. Y en el peor de los casos, también podía esperar un Tenerife desnortado, roto, que se quedara a medio camino entre las ideas de López Garai y las del nuevo técnico. Y que, en plena revolución, atravesara una calamitosa transición.

Pero el nuevo Tenerife ha estado lejos de exhibir cualquiera de esas imágenes. Simplemente, continúa en una suavísima cuesta abajo, sin sublevarse ante una amenaza, la Segunda División B, que cada jornada es más real. Porque la realidad es que el grupo de Baraja no es un desastre, pero está tan lejos de hacer el ridículo como de lograr victorias. O lo que es lo mismo, ha entrado en una dinámica de muerte dulce que, sin haber transcurrido un mes de la destitución de López Garai, obliga a considerar un error mayúsculo el cambio de entrenador. Porque un relevo en el banquillo exige, si no una mejora, al menos un cambio. Y no ha llegado.

Cuatro jornadas más tarde de echar a López Garai, el Tenerife mantiene los defectos que exhibió con el preparador vasco. Así, con Rivero y Baraja no ha ganado en solidez defensiva –pese a no recibir goles ante Sporting y Alcorcón– ni ha evitado los errores individuales graves, aunque ha tenido la suerte de no ser penalizado, con el mano a mano ante Ortolá fallado el sábado por Rui Costa como ejemplo. Y por el camino, ha perdido el estilo combinativo que le hacía reconocible sin ganar peligrosidad con su fútbol más directo. Todo lo contrario: sigue peleado con el gol, pero ahora apenas genera peligro. Y además, aburre.

P.D. El mal juego del Tenerife y su pésima situación clasificatoria no debería ocultar otra realidad: la falta de respeto mostrada por determinados árbitros hacia el equipo blanquiazul. Es posible que no haya una persecución premeditada, pero es difícil aceptar algunas de las decisiones padecidas en los últimos partidos. Y las perpetradas el sábado por Gorostegui Fernández en el césped y el reincidente Díaz de Mera desde el VAR sólo se pueden entender desde el odio o el interés económico. Y por eso haría bien el club en quejarse de forma enérgica. No se trata de desviar la atención, sino de exigir respeto... porque lo de exigir justicia ya parece imposible.

 

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