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La amenaza nuclear

Consejero de la Fundación Alternativas y general de brigada retirado
El director general del Organismo Internacional para la Energía Atómica, Rafael Mariano Grossi, explica la situación de la central de Zaporiyia

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La invasión de Ucrania –y la subsiguiente guerra a la que asistimos impotentes– ha traído a la actualidad la posibilidad de empleo de armas nucleares, y de sus inevitables consecuencias, sobre todo en los países europeos, siempre más preocupados por los posibles efectos sobre su seguridad, que por los reales y dramáticos que están sufriendo los ucranianos. Nos referimos, por supuesto, a su hipotético uso por parte de Moscú, ya que Ucrania no posee armas nucleares desde que se las entregó a Rusia en 1994, cuando se firmó el Memorándum de Budapest, a cambio del reconocimiento de sus fronteras, que Rusia vulneró –por primera vez– en 2014. La posesión por Rusia de armas nucleares es, sin duda, la razón principal por la que la OTAN no ha querido involucrarse directamente en la defensa militar de Ucrania.

Antes de entrar en la posible utilización de estas armas, conviene subrayar que hay un peligro más probable y que tiene que ver con la radiación, que es la posibilidad de que una central nuclear ucraniana resulte destruida –accidental o voluntariamente– en el curso de la guerra, como estuvo cerca de pasar el 4 de marzo en la de Zaporiya, que, de haber afectado a sus seis reactores, podría haber tenido un impacto entre seis y diez veces el accidente de Chernóbil, que además de producir 31 muertos y 135.000 evacuados, afectó directamente a 155.000 Km2, y en menor medida a casi toda Europa. Los reactores nucleares están protegidos contra impactos fuertes, pero un misil puede hacerlos saltar.

Menos probable, pero más peligroso, sería el uso de armas nucleares como consecuencia de la guerra. No todas las armas nucleares son iguales, aunque todas son enormemente destructivas. El primer nivel, o el más bajo si se quiere, sería el empleo de las llamadas bombas nucleares tácticas o subestratégicas, que son las que se emplearían en el campo de batalla, es decir, donde están las unidades combatientes, o las instalaciones militares del adversario, para destruir su capacidad de combate con mucha más facilidad de lo que lo pueden hacer la artillería, o las bombas de aviación y misiles con carga no nuclear, y alcanzar así objetivos tácticos. No hay un acuerdo internacionalmente aceptado, ni en el ámbito militar ni en el científico, sobre lo que se pueden considerar armas nucleares tácticas y lo que excedería esa categoría, sólo en que se trata de armas de menor alcance y generalmente de menor potencia que las estratégicas. La estimación más común es que se podrían considerar tácticas las armas que tuvieran una potencia entre 0.1 y 20 kilotones (KT), pero podrían superar ese límite. La bomba que se lanzó sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 tenía 16 KT -un kilotón equivale a mil toneladas de trinitrotolueno (TNT)-, y la que se lanzó sobre Nagasaki, 3 días después, 22. Entre ambas causaron, directa o indirectamente, alrededor de 200.000 víctimas.

En las guerras actuales, y Ucrania es un buen ejemplo de ello, las líneas del frente no están bien definidas, las zonas de combate incluyen ciudades muy pobladas, las unidades militares se mueven entre zonas habitadas, y por eso no sería posible utilizar un arma nuclear táctica que no tuviera efectos catastróficos sobre la población civil, teniendo en cuenta además, que la radiación se puede propagar –en forma de polvo o de lluvia radiactiva– cientos de kilómetros e incluso afectar, según las condiciones meteorológicas, a otros países. Parece muy improbable que Moscú se atreva a emplearlas, ni aun las de menor potencia, traspasando una línea roja que jamás se ha cruzado desde la Segunda Guerra Mundial. Pero si Putin estuviera muy desesperado y se viera perdedor, con las posibles consecuencias que eso podría tener políticamente, nada es completamente descartable. Por eso podría ser buena idea ofrecerle una salida mínimamente digna del conflicto.

Es difícil prever cómo respondería la OTAN –EEUU– ante un uso por Rusia de armas nucleares tácticas. Probablemente no haría nada muy diferente de lo que está haciendo: intentar asfixiarla a base de sanciones. No podría responder con la misma moneda, puesto que no está presente en el campo de batalla, así que solo quedaría la posibilidad de responder con armas nucleares estratégicas que atacaran directamente el territorio ruso. Y entonces ya estaríamos hablando de otra cosa muy diferente.

Eso podría significar, sin ánimo de alarmar –permítanme un poco de humor negro–, la destrucción de la Humanidad. Una vez que comenzaran a volar los misiles nucleares estratégicos, sería prácticamente imposible detener su empleo hasta el límite de las posibilidades de cada bando. Además, no afectaría solo a los contendientes, sino a todos, porque la contaminación radiactiva sería tal, que arrasaría el planeta. Durante la guerra fría se acuñó el término Destrucción Mutua Asegurada, que significaba que aquel que primero empleara armas nucleares estratégicas asumiría también su propia destrucción pues nunca sería posible detener todos los misiles que enviaría en respuesta su adversario. Es lamentable, pero esa inflación armamentística hizo más por la paz, o –mejor dicho– por la no guerra, que cualquier tratado. Esta amenaza mutua sigue siendo válida hoy en día, y es lo que nos da esperanza de que nada de esto llegue a pasar.

Tal vez no seamos del todo conscientes del poder destructor de estas armas. Un submarino nuclear estadounidense SSBN de la clase Ohio –de los cuales EEUU tiene 14 en servicio– puede transportar hasta 24 misiles balísticos submarinos Trident II D5, cada uno de los cuales lleva normalmente ocho cabezas nucleares independientes (podría llevar hasta 12) W88 de una potencia individual de 475 Kilotones. Es decir, un solo submarino puede llevar –sin llegar a su configuración máxima- 192 bombas nucleares, con una potencia cada una de 30 veces la que estalló sobre Hiroshima. Si las personas responsables de su eventual utilización –nunca es una sola persona, en ningún país– decidieran que sus blancos fueran ciudades muy pobladas, ese único submarino podría destruir decenas de millones de vidas humanas. Su tripulación consta de 155 personas.

Actualmente hay cinco países nucleares ‘oficiales’: China, Francia, EEUU, Reino Unido, y Rusia, dos reconocidos, pero no ‘oficiales’: India y Pakistán, y dos no reconocidos: Corea del Norte e Israel. El número de armas que cada uno posee es estimativo, ya que se trata de datos confidenciales, y varía según las fuentes. El total de las existentes actualmente en el mundo supera las 13.000, una cifra muy inferior a la de hace tres décadas, pero se trata en general de armas de mejor calidad tecnológica y mayor potencia. Rusia es la que tiene ahora más, unas 6.250, seguida de EEUU con 5.500/5.800. Los otros dos países nucleares de la OTAN, Reino Unido, 225, aunque ha anunciado su intención de incrementarlas, y Francia 290. Por supuesto, no todas están activas. Rusia tendría unas 1.700 en proceso de desmantelamiento, y del resto una mayoría estarían almacenadas, aunque podrían ser puestas en servicio en tiempo breve. De hecho, el tratado START III –o Nuevo START- de reducción de armas estratégicas, cuya vigencia fue ampliada hasta 2026 en febrero de este año por los gobiernos estadounidense y ruso, limita el número de ojivas nucleares estratégicas desplegadas a 1.550, y el número de lanzadores de misiles balísticos intercontinentales desplegados, lanzadores de misiles balísticos desde submarinos y bombarderos pesados, equipados para armamento nuclear, a 700. El tratado no limita las armas nucleares tácticas, a las que anteriormente nos hemos referido, ni las armas nucleares de cualquier naturaleza que estén almacenadas, aunque sean operativas.

Hay que tener en cuenta, además, que la mayoría de estas armas son de fusión o termonucleares, las llamadas coloquialmente bombas de hidrógeno, que son mucho más potentes que las de fisión que se emplearon sobre Japón. La mayor explosionada hasta ahora, la llamada Tsar –rusa– tenía 50 megatones, es decir, 3.125 veces la de Hiroshima y 2.273 veces la de Nagasaki. No todas tienen esa potencia, pero, dado su número, es fácil deducir que las armas nucleares actualmente existentes podrían reunir entre 250.000 y 400.000 veces la potencia de la primera bomba atómica empleada en la historia. Sólo haría falta una parte para acabar con toda o casi toda la vida en la Tierra.

La Humanidad está muy loca. Estamos en el camino de destruir el planeta, con nuestra contaminación y nuestros desechos. Hemos construido ingenios capaces de destruir a toda la Humanidad. Esperemos que no estemos tan locos –que no estén tan locos los responsables de su empleo– como para usarlos y suicidarnos como especie. Pero, por si acaso, no estaría mal que nos movilizáramos para intentar que esas armas sean eliminadas cuanto antes.   

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