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Somos lo que hacemos

La manifestación del 8M llena la Gran Vía de Madrid de feminismo

Luis Bonino, José Ángel Lozoya, Mikel Otxotorena, Josetxu Riviere y Octavio Salazar

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En el artículo El maltratador políticamente correcto, publicado el 30 de julio en diario.es por June Fernández,  ella relata al estilo Me Too, su caso personal como víctima hace algunos años de un hombre que se define como feminista y con una importante proyección pública en base a la defensa de un discurso por la igualdad. Si bien ha decidido no dar su nombre, nos ofrece demasiados datos como para que no podamos mirar hacia otro lado. En la publicación, alude a las conclusiones de la tesis de Tania Martínez Portugal, becada por Emakunde Transformando imaginarios sobre violencia sexista en el País Vasco. Narrativas de mujeres activistas, y recoge las vivencias de otras mujeres que han pasado por experiencias con hombres “que ejercen violencia machista y abuso de poder de manera más sibilina y en las que el hecho de trabajar por los derechos de las mujeres, juega a su favor”.

Este artículo nos plantea el desafío que supone para los hombres comprometidos contra la violencia machista de no hacer oídos sordos a las múltiples razones por las que muchas mujeres no denuncian a hombres “intachables”. Sin embargo, en muchos casos ellas no siempre permanecen totalmente en silencio; a veces relatan sus experiencias a seres cercanos, compañeras y compañeros o por algún medio público, como es el caso que nos convoca.

Si bien no es ninguna novedad que, frente a las denuncias de las mujeres hacia un hombre por abuso y violencia machista, es frecuente que la sospecha sobre la responsabilidad de la situación recaiga sobre ella, que las justificaciones sean siempre las mismas: negación, minimización, culpabilidades de la víctima, descontextuación, invisibilización del proceso centrándose en un incidente, en situaciones como la referida por la articulista las posibilidades son mucho mayores. Sabemos también que es habitual que sean otros hombres, amigos, conocidos, compañeros, quienes por acción u omisión salgan en su defensa. Ante lo descrito en la publicación, sería muy cómodo hacer lo mismo; pero sabemos que ese no es, ni puede, ni debe ser el camino.

El difícil proceso por el que pasa una víctima de un maltratador “políticamente correcto” nos hace ver la necesidad de que los hombres que tomamos parte en los grupos de hombres por la igualdad o que trabajamos a favor de ella analicemos de que forma enfrentamos los comportamientos machistas, la violencia y el maltrato en ambientes y organizaciones activistas por parte de hombres que se autodefinen como progresistas y feministas.

 

Tenemos un discurso claro cuando la violencia machista adopta sus formas más evidentes y sobre todo cuando hablamos de “otros” hombres que no somos nosotros, a los que fácilmente señalamos como machistas. Pero ¿actuamos con la misma claridad cuando esta se manifiesta de forma más sutil y quienes la ejercen están en nuestras filas? Es necesario analizar, visibilizar y denunciar las distintas formas que la violencia y el maltrato que toman cuerpo en colectivos y espacios de cambio social en los que militamos o trabajamos. Nos debemos interrogar sobre qué hacemos, cómo respondemos y qué estrategias ponemos en marcha para resolverlos y erradicarlos.

Subrayar que los hombres que pretendemos romper las claves machistas aprendidas también reflejamos el sexismo en nuestras acciones cotidianas parece una obviedad, es complicado desprenderse de procesos de socialización sexista que han ocupado una gran parte de nuestra vida y que han marcado, y marcan, nuestra identidad, nuestros comportamientos y nuestras formas de relacionarnos. Quienes trabajamos por la igualdad de forma militante o profesional no somos ningún grupo especial, ni más buenos o mejores que el resto. Solo intentamos, con nuestros errores y aciertos, combatir el machismo y avanzar hacia otro modelo social equitativo e igualitario. Señalar esto, sin embargo, no debe servir como excusa para justificar comportamientos o actitudes que consideramos censurables. La tarea del cambio individual y colectivo hacia la igualdad va más allá de tener discursos políticamente correctos o de ponerse determinados adjetivos o chapas, pasa por tener comportamientos cotidianos, personales y colectivos acordes con las ideas que defendemos.

Tenemos que estar especialmente atentos a lo que puedan denunciar las mujeres sobre comportamientos indeseados o de violencia machista de hombres, que se autodefinen como de izquierdas y feministas o que pertenecen a colectivos masculinos por la igualdad. No nos debemos dejar llevar por posiciones defensivas que piensan que esas denuncias extienden la sospecha a todos los de un colectivo determinado o a sus grupos por la igualdad, o que son un ataque a tal o cual colectivo militante. Tampoco podemos reproducir las complicidades masculinas que protegen, justifican o entienden actitudes discriminatorias, vejatorias o violentas. No obstante, suponemos que nadie puede pensar que el hecho de que existan quiera decir que sean generalizables o extensibles a todos los que componen nuestros colectivos, donde coexisten gran diversidad de personas y comportamientos.

Esos comportamientos denunciables que toman forma en nuestros entornos de trabajo o militantes se hacen más graves en tanto en cuanto muchas veces hacemos bandera pública de nuestro cambio personal a favor de la igualdad y, además, algunos de nosotros nos dedicamos profesionalmente, con dinero público en muchas ocasiones, al impulso de la igualdad y a la desaparición del machismo. Son más incongruentes y censurables las actitudes de abuso de quienes teóricamente defendemos la igualdad. Al hacer lo contrario de lo que sostenemos en público, nuestra responsabilidad es mayor.

Nuestro compromiso contra la violencia machista no debe reducirse exclusivamente a su denuncia pública, sino que debemos trabajar para generar las condiciones que impidan que suceda. Nuestro trabajo para eliminar la masculinidad hegemónica como eje referencial para sostener los privilegios masculinos y generar un modelo identitario de referencia para los hombres, para combatir el sexismo como generador de desigualdad y discriminación debe incluir como uno de sus objetivos principales impedir la reproducción de la violencia machista en cualquiera de sus formas. Llevar esos principios a la práctica cotidiana en nuestras organizaciones supone tener un punto de alerta encendido para detectar en qué manera seguimos reproduciendo las viejas formas de funcionar que generan y refuerzan nuestros privilegios. No se trata de establecer códigos de conducta inquisitoriales y controladores, una de las tentaciones de las izquierdas, o de definir que todo es violencia o todo es machismo. Se trata de realizar un esfuerzo constante para que en las organizaciones que trabajamos o militamos no reproduzcamos relaciones de poder sexistas que favorezcan la violencia machista.

Un tema pendiente en muchos colectivos es la reflexión sobre la manera de prevenir las conductas indeseadas y abusivas, el maltrato y el acoso sexual por razón de sexo en su seno. Muchas de ellas no cuentan con protocolos de prevención ni han realizado proceso de reflexión colectiva sobre ello. En muchas ocasiones por que se considera innecesario “somos de izquierdas, feministas, lo tenemos claro”, y en otras porque esto “no va a pasar en nuestro colectivo donde no tenemos relaciones jerárquicas ni de poder”. De esta manera cuando suceden casos concretos aparecen debates y posiciones que no se esperaban, que demuestran que había temas importantes por abordar y que las cosas no están tan claras ni éramos tan inmunes al machismo. Descubrimos que conocemos a las personas implicadas, tenemos lazos relacionales y emocionales con ellas y se producen alineamientos personales y afectivos que, lejos de abordar el problema en su complejidad y con el objetivo de resolverlos, lo enquistan y enrarecen.

En definitiva, nos parece urgente tomar medidas concretas en los grupos y redes de hombres por la igualdad a los que pertenecemos, para abordar los casos de comportamientos indeseados, maltrato o violencia que se den por parte de aquellos que los integramos. Para ello, uno de los caminos que proponemos es impulsar procesos colectivos de elaboración de protocolos de prevención de las violencias Invitamos a los hombres que están implicados en la lucha por la igualdad a que así lo hagan. Ojalá pueda ser uno de los instrumentos, que ya otras organizaciones utilizan, para evitar otros casos como el del artículo que nos movió a escribir estas reflexiones. 

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