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Ahora le toca a España saber gastar

Científicos en un laboratorio

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El acuerdo de Bruselas supone un impulso para una Unión Europea, por su alcance y por la rapidez con la que se ha logrado, pocos meses después de que estallara la pandemia y la crisis económica y social en España, en todo el Viejo Continente (y en el mundo). La UE –y no ha sido fácil la negociación– se muestra a la altura de las circunstancias. Ahora es España la que tiene que demostrar que lo está, que podrá gastar lo que se le ofrece en proyectos transformadores de su economía.

España, debido al régimen de Franco, no pudo acceder al Plan Marshall estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial en la que no participó. Aquel plan de 1948 de reconstrucción de Europa, en su mayor parte prestamos frente a donaciones, representó un total de 12.000 millones de dólares (el equivalente a 112.000 millones de euros de hoy), frente a los 750.000 millones que supone este fondo europeo de reconstrucción (390.000 millones de gastos directos y 360.000 millones de préstamos). Se calcula que España recibirá en estos tres próximos años 140.000 millones de este fondo –es decir más que la totalidad del Plan Marshall– de los que aproximadamente la mitad serán en ayudas directas y el resto en créditos de bajo tipo de interés, algo más del 11% del PIB español del pasado año. Es decir, una inyección más que significativa. Pero vendrá con condiciones, que, de una forma general coinciden con la necesidad de transformar España.

“Esto requiere un esfuerzo sin precedentes y un enfoque innovador, que fomente la convergencia, la resiliencia y la transformación en la Unión Europea”, señalan las conclusiones del Consejo Europeo. Ya antes del acuerdo, la Comisión Europea estaba pidiendo a los Estados miembros, y específicamente a España, que fueran preparando proyectos concretos de futuro a ser financiados por el citado fondo, y que tengan sobre todo que ver con las tres prioridades que tiene ahora la UE: la digitalización (aunque el dinero para ello no es espectacular), la sostenibilidad ambiental y una nueva política industrial, todas ellas en estrecha interrelación. Se trata de poner en marcha proyectos innovadores –la palabra clave es “transformación”– que lleven a una recuperación sí, pero que permitan a los países que reciben las ayudas y a la UE como tal competir con otras grandes economías, como la china y la estadounidense, intención que se prolonga en el también negociado marco presupuestario plurianual de la UE para 2021-2027.

Los ministerios ya se han puesto en marcha y hay equipos trabajando en estos planes, como también en los gobiernos de las Comunidades Autónomas. Pero este fondo europeo de reconstrucción plantea a España un reto mayúsculo: la capacidad de gastarlo. Este es un país que en innovación puede no llegar a gastar ni siquiera lo que está presupuestado. Es lo que ha ocurrido, entre otras, con las partidas públicas de I+D+i. En 2018, por ejemplo, el sector público estatal dejó de ejecutar casi la mitad de los fondos presupuestados para estos efectos.

Europa, una vez más, puede servir de acicate, no ya solo para recuperar la economía de esta repentina y profunda crisis en la que ha entrado de la mano de la pandemia, sino impulsar su transformación, algo que era absolutamente necesario incluso sin COVID-19. Las administraciones públicas y las empresas tendrán que hacer un esfuerzo de creatividad, por no decir de imaginación. Hay dónde elegir. Pero hay que ponerse manos a la obra, si se quiere aprovechar esta oportunidad que brinda Europa. Lo que requiere otra forma de gobernanza, mucho más integrada entre sus partícipes, entre lo que ahora se llaman los ecosistemas.

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