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Más allá del bipartidismo

Javier Gallego

Hay mucha gente que no ve más allá del bipartidismo. Lo único que ven es la abstención. O el voto en blanco. El voto en blanco beneficia a los mayoritarios por nuestro injusto sistema de recuento igual que la abstención beneficia a la bicefalia reinante porque los que siempre votan a los mismos no se abstienen y además envía un mensaje de hastío pero no de proposición. Y en este momento además de quejarnos, debemos proponer, creo.

Como dice @barbijaputa unas líneas más abajo tenemos que ir reflexionando sobre estos asuntos. Quien sabe si mañana Bárcenas se va al notario con el certificado de defunción del PP o Urdanga acaba arrastrando a su suegro al pozo. Algunas de esas personas con las que discuto en estos días sobre la regeneración y el final de una era, me hablan temor del caso griego como ejemplo de ingobernabilidad. Ingobernable es lo que tenemos nosotros aquí, respondo, con un Gobierno acorralado por una corrupción a la que no hace frente y una oposición desfondada que es incapaz de rematar al contrario ni cuando está con una rodilla en tierra. Y mientras, el país con las dos rodillas en el suelo y el rodillo pasándonos por encima.

A los que me hablan de Grecia, les digo Cataluña. Los catalanes dieron en las últimas elecciones autonómicas los primeros indicios de cambio hacia un escenario político más plural en el que los grandes partidos empiezan a perder fuelle y ganan terreno los más pequeños. También me dicen los que se agarran al bipartidismo como un niño a la teta que el tripartito fracasó en Cataluña. Las fórmulas deben ser otras: no un matrimonio hasta que la muerte nos separe sino una negociación constante, un gobierno de pactos, como pide la calle, como hace la calle. Dirán que no es viable, que miremos el polvorín político italiano que cambiaba de gobierno cada dos meses. Ni somos italianos ni somos griegos ni nos queda más remedio que probar otras recetas porque la que estamos comiendo no hay ya quien se la trague.

Sigamos con las reticencias al cambio. Es cierto que el bipartidismo inglés o estadounidense les funciona medianamente bien y es bastante sólido. Pero también es verdad que son democracias mucho más asentadas, participativas y fiables que la nuestra, en líneas generales. De ellos deberíamos copiar los mecanismos de participación y democracia más directa pero dejemos de compararnos. Miremos a nuestro alrededor. Nuestro bipartidismo ha muerto y nos está matando. Necesitamos reventarlo a patadas. Y el primer paso es darle una patada a la composición de la Cámara para hacerla añicos en pedazos más pequeños y manejables. Generará convulsiones, claro. Las transiciones es lo que tienen, inestabilidad. Pero una inestabilidad constructiva, no destructiva como la actual.

Hoy tenemos un partido monolítico que, sin embargo, tiene los pies de barro, que no da seguridad aunque se imponga a golpe de decretazo y a golpes de represión. En realidad son muestras de su inseguridad galopante. Palos, sí, pero palos de ciego. Y al otro lado, el principal partido de la Oposición ni siquiera lleva bastón y se da de bruces una y otra vez contra su propio muro porque cuando tuvo la oportunidad de regenerarse, no la aprovechó. Por eso no vale como recambio un partido que adolece de la misma falta de autocrítica que su adversario. PP y PSOE forman parte tan indisolublemente de la decadencia del sistema que ni siquiera son capaces de verlo. El enfermo no puede curarse si no acepta su enfermedad. Y estos no la aceptan.

Por eso solo queda que se enfrenten a su propia muerte. Aunque suene a barbaridad, por el bien de esta democracia sería muy positivo que la presunta corrupción del PP sea cierta y que implique a toda su cúpula. El Partido Popular debería saltar por los aires. El PSOE estrellarse de nuevo en unas elecciones. Por el bien de esta democracia, también sería muy positivo que el caso Urdangarín enfangase a la monarquía pero no para ponernos a Felipe VI de rey sin más debates sino para discutir entre todos si queremos una institución medieval o una república moderna. Para salir del pozo, hay que tocar fondo.

Necesitamos que el enfermo colapse por completo, entre espumarajos de corrupción, temblores de ineficacia y abucheos generalizados. Una muerte violenta. Sería un drama que consiguiesen maquillar el cadáver con unos retoques aquí y allá que solo esconden el cáncer pero no lo extirpan. Sería un drama que dejemos que nos la cuelen otra vez.

No obstante, seamos realistas. Si mañana hubiese elecciones los dos partidos principales seguirían ganando. Pero perderían mucho. Y eso les obligaría a auto regenerarse o morir en el proceso. Una compensación de fuerzas permitiría que nuevas propuestas y candidatos tuviesen una oportunidad de promover cambios. Una compensación de fuerzas hará que los discursos de cada bando tengan que confrontarse. Eso es democracia, dicen.

Puede ser caótico, difícil, doloroso, imperfecto pero seguro que es mejor que lo que tenemos porque peor es imposible. Necesitamos que ninguna fuerza sea mucho más fuerte que las otras. O al menos, necesitamos que los más fuertes sean mucho más débiles y que los débiles puedan hacer fuerza para trasladar a la política los debates de la calle, desde el cambio de modelo electoral a una verdadera ley de transparencia, es decir, un proceso constituyente que ponga unas nuevas reglas de juego.

Tenemos derecho a ese proceso de cambio de la Carta Magna. El 70% de los españoles no hemos votado esta Constitución. Mañana es 23F una fecha que estuvo a punto de significar una vuelta al pasado intolerable. Mañana mucha gente va a salir a la calle contra el golpe de Estado que estamos soportando.

Aunque cueste, aunque canse, aunque desespere, golpecito a golpecito la ciudadanía está haciendo mella. Se tambalea el monstruo bicéfalo. Hay vida más allá del bipartidismo.

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