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El anuncio de la vergüenza

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante su visita a la nueva zona de restauración y hostelería del centro comercial Xanadú en Arroyomolinos. EFE/Juan Carlos Hidalgo (Archivo)
20 de diciembre de 2022 00:35 h

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Pensaba dedicar mi último artículo del año a otro tema más amable, pero en el perfil oficial de la Comunidad de Madrid he visto un anuncio que me ha revuelto por dentro. Supongo que saben a qué me refiero: a ese vergonzoso minuto en el que se nos anima a dejar propina en bares y restaurantes. No voy a resumirlo porque hay cosas que hay que ver para poder creerlas. Aquí está el enlace:

Lo que sí voy a hacer es analizar el texto porque, aunque la cosa está bastante clara, hay detalles que es necesario saborear como se merecen y que estoy segura de que a un equipo de profesionales bien pagados por la Comunidad de Madrid -¿les habrán dado propina?- les ha costado tiempo y esfuerzo. La cosa no es inocente. En absoluto. Me imagino que lo más difícil habrá sido disimular el mensaje fascista para que parezca un anuncio dulce, navideño, emocionante, solidario y caritativo.

Empecemos:

Una voz femenina un poco aniñada -como las que estamos acostumbrados a oír en muchos de los doblajes de películas estadounidenses- hablando de modo ligero y estimulante, nos dice mientras vemos unas manos infantiles sobre un teclado: “Son las clases de piano del hijo de Elena”, justo después de que hayamos visto una campana sonando y unas monedas cayendo en el “bote” de un bar, todo en colores cálidos y anaranjados, maternales. Igual de maternal que la sonrisa de orgullo de Elena cuando oye a su vástago tocar el piano con el dinerillo que ella se ha ido ganando a base de propinas. Luego nos cuentan que Roberto, un chico joven y guapo, ha conseguido ahorrar lo suficiente para comprarle un regalo a su amada Concha a base de guardar las propinillas que le han ido dando a lo largo del año, y que Sofía puede permitirse ir a perfeccionar su inglés porque su padre o su madre ha metido en la hucha todas las propinas.

Y entre ejemplo y ejemplo, la calderilla cayendo en el bote, como en el cepillo de las iglesias en fiestas de guardar. La campana sonando al caer el dinero no es casual, aunque sea frecuente en la realidad. Es la unión, consagrada por nuestra historia, y no solo la reciente, entre el dinero y la espiritualidad, al menos la oficial. Ya el Arcipreste de Hita en el siglo XIV hablaba de “Lo que puede el dinero” diciendo, entre otras muchas verdades: “cuanto más rico es uno/, más grande es su valor/quien no tiene dinero no es de sí señor.” Es, hablando en términos modernos, neoliberales, el “money makes the world go round”, pero hasta un extremo vergonzante.

Porque, ahora viene lo bueno, señoras y señores. Resulta que esas tres vidas son ejemplos de los “pequeños sueños” que “ellos” pueden conseguir si “nosotros” dejamos unas monedas extra para el bote cuando vamos a tomar un café o una caña. ¿Hasta qué punto de cinismo, de condescendencia, se puede llegar hablando de “ellos” y “nosotros” como si fuéramos especies diferentes los clientes y los profesionales de la hostelería? “Para nosotros es un pequeño gesto”, dice el anuncio. ¿Para qué “nosotros”? ¿Para quiénes, señoras y señores que han pagado este vergonzoso anuncio con el dinero de los contribuyentes? Seguramente para ustedes, que están por encima de todos los demás, que no tienen que luchar para poder sobrevivir con un sueldo miserable, que cobran un buen salario por insultar a sus votantes con anuncios como este, que votan en contra del aumento del sueldo base y luego animan a la población a dejar propina para compensar lo que les falta.

Hay un excelente relato de Julio Cortázar que me imagino que no han leído ni los publicistas ni los mal llamados políticos de la Comunidad de Madrid, que no son precisamente famosos por su espesor intelectual ni por sus costumbres lectoras. Me refiero a “Segunda vez”, un relato contenido en “Ahí y ahora” en el que se habla de la situación en Argentina durante la dictadura de los generales y tiene como tema central la maquinaria del terror desatada contra la población argentina, el tema de los “desaparecidos”. En ese relato, que les recomiendo vivamente, uno de los mecanismos más efectivos para que el lector o lectora se dé cuenta de lo que está sucediendo es precisamente que, desde el principio, se deja muy claro que hay un “nosotros” (los que mandan, los que deciden, los que aniquilan) y un “ellos” (el pueblo en general, los que aún creen en las instituciones y acuden “para el trámite” después de haber sido convocados oficialmente). Los que son convocados una segunda vez desaparecen, sin más, y nadie sabe qué ha sido de ellos. 

Este repugnante anuncio (no sé qué empresa publicitaria lo ha perpetrado, pero es evidente que o no tienen vergüenza o no tienen moral) me recuerda al relato, simplemente por esa clara cesura entre los que pueden permitirse dejar propinas -un “pequeño gesto” para algunos- y los que se ven rebajados a recibirlas para poder pagarse esos “pequeños sueños” de los que quiero hablar a continuación.

¿Qué tiene de pequeño que unos padres quieran ofrecerle a sus hijos e hijas la posibilidad de aprender a tocar el piano o de hablar inglés con fluidez, aunque no hayan nacido en el barrio de Salamanca? Y, yendo un poco más lejos, ¿por qué no basta con la educación pública para que nuestra prole pueda alcanzar esos “sueños” que para la clase que deja sustanciosas propinas son naturales y hasta fáciles de conseguir? ¿Por qué no se invierte en buenos colegios para todos y todas? ¿Por qué el personal de hostelería no tiene un sueldo correcto? ¿Por qué no pueden permitirse que sus hijos alcancen lo que para otros son cosas normales, cosas que pertenecen a una persona “bien”? ¿De verdad pretenden que volvamos a la “caridad” de las señoras franquistas con sus roperos y sus bazares, a los señorones de copa y puro que dejaban generosas propinas, sobre todo cuando alargaban la mano para ponerla en algún lugar del cuerpo de las camareras?

Y todo esto en época navideña, cosa que no es casual. Miren el anuncio un par de veces si su estómago resiste sin náusea. ¿No les recuerda a esos famosos anuncios de turrones que nos animaban a volver a casa, aunque fuera difícil y caro por la emigración y la distancia, o a tantos otros que a lo largo de los años han intentado tocarnos la fibra para comprar esto o aquello pero, eso sí, disfrazado de dulzura y generosidad? Este anuncio está hecho de la misma manera, como si fuera uno más de la campaña de Navidad, de la época en la que se debe compartir, sentar a un pobre a tu mesa (aunque al cabo de un par de horas lo eches de casa sin miramientos porque ya has cumplido con tu obligación cristiana hasta el año que viene), hacer caridad ayudando al desfavorecido, al que no tiene la suerte de estar igual de bien que tú. A ti te sobran unos céntimos que no te hacen realmente falta y a la pobre camarera rubia y sonriente, o al barman que te pone delante las cañas -epítome de la libertad en la capital de España, como estoy segura de que recuerdan- le ayuda a cumplir esas “ilusiones tan necesarias”. ¿A quién se le ha ocurrido la estupidez de “ilusiones necesarias”? ¿Qué narices quieren decir con eso? Supongo que se refieren a que los pobres también tienen derecho, sobre todo en Navidad, a tener alguna ilusión.

El cinismo es repugnante y, mucho peor, recuerda a terribles momentos históricos donde estaba muy claro quién estaba arriba y quién abajo, quiénes eran “nosotros” y quiénes “ellos”.

Si no nombro a la persona que ha dado su visto bueno a tamaño e insultante anuncio (o incluso quizá haya tenido la grotesca idea de encargarlo) es simplemente porque me niego a darle lo que más desea si escribiera su nombre y apellidos: notoriedad, que suene su nombre, que se hable -aunque sea bien, cosa que cada vez me parece más difícil- y se comenten sus patochadas y sus insultos. Sugiero desde aquí -por aquello de la democracia y la equidad- que, para ver si lo dice en serio, pruebe unos meses a tener el sueldo de una camarera y probar a pagarse sus “pequeños sueños” y los regalos de cumpleaños con las propinas que le dejen sus votantes, a cambio de la alegría que ella les proporciona. Lo mismo que en el anuncio se dice: “ellos nos hacen la vida un poco más fácil y alegre” mientras la cámara enfoca unas cañas recién tiradas.

Pero, claro, los políticos no piensan en hacernos la vida más fácil y alegre; por eso no se merecen ese extra que les haga “llegar a esas ilusiones tan necesarias”. La gente de arriba tiene sueños grandes, obesos, que necesitan grandes sueldos, no pequeñas propinas. Con cuatro perras, no podrían. Debemos comprenderlo. Es natural.

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