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El arte de la conversación es feminista

Asamblea no-mixta de la comisión de feminismos del movimiento Nuit Debout, en París. (Archivo) Foto: Luna Gámez

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No me deja de sorprender esa gente que empieza a hablar y no para. Gente a la que le interesa poco o nada la conversación que se puede dar con quienes tiene delante y que se ven obligados a escuchar muchas más veces por educación o compromiso que por interés. Es gente que ocupa todo el espacio con su verborrea, sus verdades, sus opiniones y sus anécdotas. Su forma de comunicar podría calificarse de incontinencia verbal, y está muy lejos de ser interpersonal, de ser diálogo, de ser conversación. 

Ese tipo de comunicación, que a mi juicio practican principalmente “señores”, va más allá del mansplaining que tan bien explica Rebecca Solnit en su libro “Los hombres me explican cosas”, porque tiene algo de imposición a escuchar, de relación de poder dominante de quien habla sobre quienes escuchan y cómo estos deben callar. Porque, de lo contrario, lo que aparente y falsamente era “una conversación” se convierte en “una incómoda discusión” ya que está en disputa quién es el amo del espacio. 

La conversación no es un arma, es un arte. Quizá por eso está en peligro de extinción. El arte de conversar va más allá del arte de hablar, del arte de decir, e incluso de la retórica o de la habilidad de oratoria. Nada tiene que ver con el arte de persuadir. El arte de conversar es feminista, de ello pueden dar fe muchas cocinas y muchos otros lugares comunes donde las mujeres han venido conversando y, en contra de la creencia neoliberal que piensa que conversación está reñida con productividad, seguían produciendo todo aquello que se necesita para sostener la vida. La conversación entre mujeres tiene algo de aquelarre, de emancipación, de libertad... de sororidad. Poco le gustan al patriarcado y sus guardianes las tertulias y los encuentros de mujeres. Es cierto que es en estos donde se han ido, y se van tejiendo, las redes de apoyos, las resistencias cotidianas, la toma de conciencia colectiva de los abusos, las violencias y la subordinación y la fuerza imparable de emancipación de las mujeres y de soberanía sobre sus cuerpos y sus vidas. 

En estos tiempos reaccionarios e individualistas que corren, donde la fragilidad emocional y vital es tan palpable y tan evidente en todas las edades pero no en todas las clases sociales, el arte de la conversación puede ser revolucionario porque tiene que ver con la convivencia y la supervivencia colectiva, porque es al estado de ánimo lo mismo que la respiración a los pulmones. Porque en la conversación, la de verdad, se regenera la vida, la autoestima, la confianza, la esperanza y el apoyo mutuo. El arte de la conversación como parte del feminismo, de los cuidados, del tiempo para la escucha, como muestra de estima y respeto, sin estridencias y con una implicación emocional que deje de lado los egos y los miedos. 

El arte de conversar de las comadres que hablan de las experiencias cotidianas y desde los afectos. El arte de conversar como motor de cambio y fuerza política como hacen las mujeres de Feminismos de los Sures y Mujeres Supervivientes. Una conversación lejos de la academia y cerca de los problemas de los y las sobrevivientes de todas las crisis. Un feminismo de barrio, comunitario e interseccional que ya está sucediendo y que no se cuenta porque es día a día, día tras día. 

El arte de la conversación como conjuro contra esa psicopolítica que describe Byung Chul Han y que hace que la sociedad esté cada vez más cansada, deprimida y sumisa, al tiempo que buscamos refugio en las redes sociales cultivando nuestro ser más narcisista y exhibicionista. El arte de la conversación es nuestro conjuro, nuestra ceremonia de resistencia ante la deshumanización. El arte de la conversación como nuestro ritual de celebración de los afectos en re-existencia. En re-existencia.

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