El arte del enchufe
Todo el mundo sabe, porque nos lo inculcan desde niños, que la amistad es uno de los sentimientos más hermosos. Gracias a Disney y a National Geographic sabemos, además, que no se trata de algo exclusivamente humano. Los babuinos, por poner un ejemplo, se abrazan en los momentos jodidos y se despiojan mutuamente cuando vienen mal dadas. Sin embargo, es el ser humano, y concretamente el ser humano español, la criatura que más lejos ha sabido llevar este noble sentimiento.
En los países norteños, esos que destacan en los indicadores de cultura y de suicidios, la amistad se concibe como un mero trámite. La gente se hace amiga sin quererlo realmente, como quien come sin ganas o folla por compromiso. Ni siquiera se tocan demasiado, no vaya a ser que alguien piense vete tú a saber qué.
Aquí la amistad es otra cosa. No hay más que ver los anuncios veraniegos de cerveza, cuánta proximidad, cuánta sonrisa, cuánto rozamiento.
La más idiosincrásica expresión de la amistad española se produce por la llamada vía del enchufe, fenómeno que, si bien es global, en nuestro país es tan corriente que hasta tiene su propia palabra. La RAE, en su cuarta acepción, define el enchufe como:
Cargo o destino que se obtiene sin méritos, por amistad o por influencia política.
Hace unos días nos enterábamos de que el 14% de la plantilla del Tribunal de Cuentas son familiares de altos cargos. Resulta fácil de calcular porque la familia es una entidad legal. Con el tema del cariño todo es más difícil. La amistad no se rubrica en documento alguno, no hay más prueba de ella que los abrazos a lo largo de los años. Y los abrazos, como los tickets del PP, no quedan en ninguna parte.
A veces, cuando veo esos anuncios de cerveza, todos tan jóvenes y guapos y sonrientes, pienso que si uno de esos pillase curro de alto funcionario, seguro que enchufaba a los demás. España es un país de corruptos porque es un país que sabe, mejor que ningún otro, lo importante que es tener amigos en la vida. Quien no entienda eso es que no tiene alma.