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Una conversación truncada

El empresario Elon Musk, en una fotografía de archivo.

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Estoy demasiado ocupado escribiendo como para ocuparme de los lectores

W. Faulkner

Nos hemos tomado los días de asueto con ganas y ha vuelto la sequía de temas. Entiéndanme, no es que no estén ahí las miserias del mundo, las guerras, la muerte, la lucha política... es que como casi todos están ocupándose de golpe de sus propios y placenteros asuntos ,se ha decretado una especie de tregua hasta mañana o pasado. Una realidad que dejo ahí para mayor reflexión. La cuestión es que un escritor profesional o un columnista no escribe al albur de sus emociones o de su aburrimiento, sino que “debe” escribir, y esto concede una perspectiva sobre el hecho diferente a la del común de los mortales. Aunque todo esto pudiera parecer una digresión ante la falta de temas candentes sobre los que no haya escrito y la necesidad profesional de escribir –que algo puede haber– lo cierto es que viene que ni pintado para traer a estas letras una de las cuestiones de la semana que ha pasado quizá desapercibida para muchos, que andan contentos y ociosos, y de la que se pueden extraer varias reflexiones. Me refiero a la compra del nueve por ciento de las acciones de la red Twitter por el hombre más rico del mundo, Elon Musk, el amago de su entrada en el consejo de la compañía, la jugada financiera para dejarlo en minoría de nuevo y su estentórea oferta de 43.000 millones por la compra total que la compañía intenta rechazar.

No voy a hablar de cuestiones puramente financieras. No me interesan ahora mismo. A mí lo que me choca es la obsesión de un hombre que lo tiene todo –hasta se va a conceder la luna, aquello que todo poeta ansiaba poner a los pies de su amada– por controlar una red social como Twitter. Y me parece interesante porque permite reflexionar sobre qué narices hacemos en ella inflando las cifras de algo que está lejos de ser un buen negocio. Si Twitter diera pasta, sus accionistas buscarían la rentabilidad económica. Eso somos capaces de entenderlo todos. La cuestión es que cuando no es dinero lo que se busca, la única respuesta alternativa es poder. Poder a costa de nuestra participación.

Es sabido que yo estoy en Twitter desde hace casi doce años. Se sabe menos que me estoy quitando. Entiéndanme, no he cerrado mi cuenta, ni lo haré, ni he dejado de usar mi timeline como teletipo actualizado, que es para lo que lo creé. Estoy en un proceso de reflexión activa sobre mi participación, es decir, sobre regalar contenido que puedo vehicular a través de medios de comunicación convencionales y sobre interactuar con cuentas que no juegan en buena lid con las mismas armas que yo. Cuando hay usuarios de Twitter que actúan con nombre, apellidos, profesión, teléfono registrado, dirección de correo y todos los datos personales y otros que lo hacen emboscados, algo impensable en la vida real, algunos están/estamos en inferioridad de condiciones dentro de un terreno que se ha convertido en una batalla y en un lodazal. No era así cuando empezó. He conocido gente magnífica en los primeros años en la red aunque lo cierto es que ya tengo contacto con ellos en la vida real. De hecho tengo contacto o puedo tenerlo con la mayor parte de las personas que me interesan en la vida real. ¿Qué hace uno pues en Twitter? 

No sé si saben que Twitter tiene una sede en Madrid, cerca de mi casa, muy mona y muy moderna y a la que se accede de una forma un poco tortuosa y sin que haya señales en el portal de que allí se encierra el mundo del 'bluebird'. En Twitter hay personas. Alguna vez he tenido la oportunidad de encontrarme con ellas y siempre les he hecho las mismas preguntas: ¿qué le pasará a Twitter el día en que las personas o las instituciones que tienen algo relevante que decir se callen? Yo misma les respondo: que será aún más una babel inaguantable en la que los insultos, la conversación insulsa y la falta de interés serán palmarias y acabarán por aburrir a los usuarios que se irán. Y es algo que cada vez está más cerca. Compruébenlo acudiendo a los perfiles de muchas personas profesionalmente relevantes: ¿cuándo fue la última vez que incorporaron comentarios que no fueran la promoción de sus actividades profesionales? ¿cuándo fue la última vez que mantuvieron conversaciones con perfiles anónimos? Es un hecho que las élites –profesionales, empresariales, académicas, intelectuales, jurídicas, etc– pueden contactar de otras maneras. Lo llevan haciendo toda la vida y lo siguen haciendo todos los días. No necesitan usar una red social. ¿Hasta cuándo van a soportar un nivel de agresividad que no existe en realidad en su entorno? Twitter sabe que basta con no abrirlo para que deje de existir a menos que los medios convencionales se hagan eco. 

“Únete a la conversación”, es el lema de Twitter, pero Twitter hace mucho que no sirve para conversar. Versar es tratar sobre una materia y con-versar es tratar de ella con otras personas. En la red social cada vez es más imposible tratar ningún asunto. Incluso si dejamos fuera los exabruptos y pasadas –créanme, la mayoría de las personas con las que me relaciono tienen activados todos los filtros posibles y casi no vemos nada de eso– estoy absolutamente segura de que alguna de las últimas polémicas que he mantenido  en la red –¡con personas de las que tengo el teléfono!– no se hubieran desarrollado de la misma manera si hubieran tenido lugar a través de otros medios. Mea culpa. 

Con este panorama, ahora resulta que el hombre más rico del mundo quiere comprarla –¿de verdad o es otra añagaza publicitaria?– porque dice que quiere salvaguardar “la libertad de expresión”. A raíz de esa actuación somos más conscientes de quiénes son los dueños de la red social además de él: Vanguard (la mayor gestora de fondos de inversión del mundo), Morgan Stanley (banco de inversiones), Blackrock (la mayor gestora de activos del mundo), State Street (holding bancario), el príncipe saudí Alwaleed y otro montoncito de fondos de inversión y financieros. La cuestión es que ellos poseen el control del algoritmo de una red que influye sustancialmente en las democracias y que ha creado sus propias leyes de control, sin que el ejercido por los Estados de Derecho de los países en los que opera pueda ser establecido con facilidad. ¿Están interesados en nuestra libertad de expresión o en el poder? No hay comparación posible con la propiedad de ningún medio de comunicación convencional, todos ellos están ampliamente controlados por los mecanismos judiciales de los países en los que operan y sometidos a licencias y otros controles. Ellos juegan con una ilusión, pero la libertad que ofrecen es la que ellos quieren permitir, con normas opacas y sin gran posibilidad de un procedimiento justo o de recursos. Pregunten a los que han visto cerradas sus cuentas, a veces sin saber por qué. 

“Twitter tiene un potencial extraordinario. Yo lo desbloquearé” ha dicho Musk para justificar su deseo de obtener el control absoluto sobre “la conversación”. Creo que no necesita traducción. Yo, por eso, me estoy quitando. 

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