Y después de ganar, ¿qué?
Hemos ganado. Ya ganamos las plazas, la palabra, la alegría, la amistad, la lucha, la verdad, las casas. Y ahora dicen que vamos a ganar otra vez. Pero, ¿quiénes van a ganar? ¿Los partidos políticos? ¿Los movimientos sociales? ¿La ciudadanía? ¿La democracia? Se respira un poco de confusión. A los movimientos sociales, esa parte de la sociedad civil que se organiza y protesta, los medios de comunicación nos preguntan: ¿Qué pensáis de las nuevas formaciones políticas? ¿Os lleváis bien con ellas? ¿Quién es vuestro mejor amigo: Podemos, Ganemos, tal vez Izquierda Unida? Y nos quedamos un poco sin saber qué decir. Porque también nosotras nos lo estamos preguntando: ¿cuál debe ser el papel de los movimientos sociales ahora que el tablero político está virando hacia el terreno electoral?
Hasta hace bien poco, la cosa era relativamente fácil: protestar, poner nombre y apellido a los culpables; protestar, explicar hasta la saciedad por qué los malos son tan malos; protestar, dejarnos la voz con consignas y más consignas, agitar las redes sociales. Durante todo este tiempo nunca hemos olvidado el objetivo final: transformar la sociedad, convertirla en un lugar habitable para todas. Ahora que nuestro mensaje ha calado en buena parte de la sociedad, queda por ver cuál es el siguiente paso. A estas alturas parece imposible eludir el calendario electoral, todo el mundo tiene puesta la vista en las próximas elecciones. Una opción, por tanto, es buscar el cambio a través de las instituciones, ponerlas al servicio de la ciudadanía o crear unas nuevas que nos sirvan. Pero gobernar no es tener el poder. Esto lo teníamos muy claro cuando decíamos aquello de que los que cortan el bacalao no son los gobiernos, sino los poderes financieros. No debemos olvidar esta lección, incluso aunque en el futuro los gobiernos puedan ser más afines a nosotras. Es verdad que un gobierno de signo progresista, pese a todos los límites, puede gestionar las cosas de manera más democrática, más igualitaria, más justa. No obstante, insisto, ¿quiénes vamos a ganar?
A esta pregunta deberíamos ser capaces de contestar que la victoria será de toda la ciudadanía. Y decir todas no es hablar solo de esa generación que “ha cumplido su parte del trato” (carrera, máster, formación complementaria, etc.) y ha visto cómo lo que le prometían no se ha cumplido, sino que es hablar de todas a las que nunca se les prometió nada. Las que mucho antes de la crisis ya habían perdido. No es hablar solo de los 45.000 expulsados de la universidad, sino de todas las personas que nunca han podido acceder a la universidad, que no nos engañemos, son la mayoría de los jóvenes. No es hablar solo de las exiliadas en el extranjero en busca de trabajo, es hablar de las eternas exiliadas, las que si tuvieran el dinero suficiente para viajar fuera, no se lo gastarían en un vuelo, sino en llenar la nevera.
El día que Podemos gane, el día que los distintos Ganemos, Guanyem y Mareas ganen, se ocuparán alcaldías, concejalías, sillones parlamentarios y ministerios. Ese día todo el resto de la ciudadanía aún tendremos mucho trabajo por delante. Si la meta es ir construyendo otro mundo posible, habrá que expandir cooperativas, mercados sociales, bibliotecas críticas, centros sociales, escuelas libres y mil proyectos más. Los movimientos sociales podrían jugar en este sentido un papel clave impulsando y fomentando iniciativas de este tipo. Ahora que no ocupamos las portadas de los periódicos, quizás sea el momento de respirar y, con calma, afianzar redes y alianzas, estrechar lazos con cariño y paciencia, en definitiva, crear comunidad. Y además, seguir luchando, no dejar de denunciar cualquier injusticia, gobierne quien gobierne.
Porque el día que Podemos gane, el día que Ganemos gane, los signos de nuestra pérdida seguirán estando bien presentes: los bancos que nos expropiaron, la policía que nos apaleó, las entradas de cine demasiado caras para nuestros bolsillos, los medios de comunicación que nos llamaron radicales antisistema, los anuncios publicitarios de mujeres que nos dicen que no somos lo bastante delgadas, perfectas, guapas, sumisas. Nada de todo eso se habrá marchado. Es por eso que los espacios de trasformación social perduraremos. Eso seguro, no desapareceremos. Nos mantendremos alerta.
Al fin y al cabo, puede que lo importante no se esté jugando en términos de ganar o perder, sino en saber aprovechar las oportunidades presentes para continuar profundizando en proyectos de cambio. Vamos a ganar, pero ¿y si perdiéramos? Seguiríamos caminando, sin miedo, perdiéndonos en las grietas y heridas de nuestras ciudades y pueblos, en formas de querernos aún por descubrir. No es ésta una propuesta vaga y abstracta, sino que tiene su concreción: ahondar en procesos de autonomía y autogestión, intensificar nuestros lazos afectivos, poner en primer término los cuidados. Trazar rutas posibles hacia fuera de las lógicas depredadoras que tratan de imponernos. Sin pretender escribir una receta o fórmula mágica, la estrategia podría ser entonces perdernos, perder de vista este sistema inhumano bajo el que malvivimos, no porque hayamos sido derrotados, ni mucho menos, sino porque esa sea nuestra voluntad. Intermitentes, precarias, nómadas, exiliadas, desorientadas, confusas y difusas, en camino, luchando desde lo invisible, desde donde apenas puedan vernos, impredecibles, aparentemente perdidas, desde todas partes.