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El fin de una época

Emmanuel Macron. EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON
28 de agosto de 2022 21:39 h

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El pasado día 24, el presidente francés, Emmanuel Macron, abrió por primera vez la puerta a la prensa en un Consejo de Ministros para escenificar con la máxima solemnidad un mensaje que quería transmitir a Francia y al mundo. En su intervención, el mandatario proclamó el “fin de la abundancia” y, con grandilocuencia churchilliana, pidió a sus conciudadanos “esfuerzos” y “sacrificios” ante unos meses que se anuncian turbulentos por los recortes energéticos y la desbocada inflación. A su juicio, la combinación de la invasión rusa a Ucrania y el cambio climático ha puesto en evidencia con toda su crudeza que los recursos naturales no son eternos y que las amenazas a la democracia y a la integridad de Europa no son cosa del pasado.

Unos días antes, tras reclamar en diversas ocasiones a sus compatriotas un “esfuerzo de solidaridad” ante la degradación del medio ambiente y la complicación de horizonte energético, Macron fue sorprendido por fotógrafos conduciendo en el Mediterráneo una moto de agua, vehículo que consume mucho más combustible que un auto corriente, mientras su país afrontaba una brutal ola de calor y luchaba contra los devastadores incendios. Como era de prever, las redes sociales ardieron casi tanto como los campos franceses bajo el sol inclemente del verano.

Estoy abierto a que me tachen de demagogo, pero las dos escenas -la del presidente francés llamando a su pueblo al sacrificio y la del mismo mandatario montado con la piel bronceada en una jet-ski- sintetizan a la perfección la terrible realidad que estamos viviendo y la aún más terrible que estamos por vivir. La prueba indefinida de resistencia que piden los gobernantes afectará con especial dureza a los que menos tienen, mientras que unas minorías privilegiadas continuarán con sus rutinas como si viviesen en una burbuja invulnerable. Algunos de ellos, expertos en “convertir las crisis en oportunidades”, incrementarán sus fortunas, como suele suceder en las grandes desgracias colectivas. De hecho, lo estamos viendo en las cuentas de resultados de bancos, compañías energéticas o conglomerados armamentísticos.

El fin de la abundancia del que habla Macron viene desde antes de que el déspota Putin agrediera a Ucrania y de que las olas de calor de este verano llevaran a su paroxismo las alarmas por el cambio climático. Ese fin de la abundancia lo lleva experimentando buena parte de los europeos desde hace años, con recortes progresivos a los programas sociales y la concentración obscena del capital en manos de unos pocos. La crisis financiera de 2008 llevó a pensar que los líderes pondrían fin a décadas de excesos del neoliberalismo. Un mandatario francés, Nicolas Sarkozy, llegó incluso a proponer la “refundación del capitalismo”; sin embargo, salvo algunas operaciones de maquillaje legislativo, se volvió al ‘business as usual’. Algo más de una década después, muchos creímos –ingenuos de nosotros- que de la pandemia del Covid surgiría un mundo mejor, más solidario, y lo que hemos visto es un incremento imparable de las desigualdades y las dificultades de un número creciente de familias para llegar a fin de mes.

Muchos analistas han elogiado la “franqueza” de Macron y la han contrapuesto a la actitud de otros líderes que no se atreven a llamar las cosas por su nombre. Ciertamente, el presidente francés ha hablado con rotundidad, pero su versión de sangre, sudor y lágrimas no está teniendo el mismo efecto magnético en las conciencias europeas que tuvo la versión original de Churchill cuando llamó a los británicos a la guerra contra Hitler. Muchos europeos, aun teniendo claro que el único responsable de la guerra de Ucrania es Putin y que existe en efecto un grave reto climático, tienen la sensación de que hay un problema más de fondo que los afecta desde antes de la invasión rusa y del calor extremo de este verano, y es la incapacidad del sistema para garantizarles un futuro estable, sin zozobras. Tal como lo reconocen incluso conspicuos pensadores liberales, el capitalismo se encuentra en una crisis profunda, y una de sus consecuencias más notables de esa crisis es el reordenamiento geoestratégico mundial, del cual el conflicto en Ucrania es una dolorosa derivada.

Se me dirá que no es el momento para mezclar temas. Que el reto en este momento es parar los pies a Putin y reaccionar con urgencia ante la aceleración del cambio climático. Que de lo otro ya habrá tiempo de hablar. Sin embargo, me temo que los llamados de los dirigentes europeos a la resistencia y al sacrificio perderán progresivamente poder de seducción si no van acompañados de mensajes clarificadores sobre las compensaciones que en el largo plazo traerá tal calvario. Sobre lo que vendrá después, cuando el ruido de las armas se haya –ojalá- acallado. No basta con repetir machaconamente que estamos ante un duelo entre democracia y autoritarismo; también hay que convencer a los ciudadanos, con compromisos serios, de que en esa democracia vivirán cada vez mejor, con un modelo económico justo que no los deje en la estacada y en el que los sacrificios, cuando haya que hacerlos, se asuman en proporción a las capacidades económicas. 

Pese a los mensajes de unidad de la UE y la OTAN, comienzan a percibir fisuras entre los gobiernos ante el conflicto en Ucrania. Alemania, altamente dependiente del gas ruso, ha bajado la intensidad de su inicial tono belicista. Turquía, socio clave de la Alianza Atlántica, está acusando públicamente a sus socios de falta de voluntad para buscar la paz y ha empezado a ayudar a Rusia a evadir las sanciones de EEUU y Europa. Junto a la convicción generalizada en Europa y EEUU (no en Latinoamérica, África y Asia, que miran los toros desde la barrera) sobre la culpabilidad exclusiva de Rusia en esta invasión ilegal e ilegítima, buena parte de la población quiere algo de claridad sobre el futuro, y no recibe señales de sus gobernantes más allá de los llamados al sacrificio. Estamos ante algo más grave, si cabe, que una guerra: estamos ante un cambio de época. Y lo que esperan los ciudadanos en momentos de tinieblas es luz.

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