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Escorar a la derecha

El portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, en una imagen de 3 de junio en Sevilla.
14 de junio de 2022 22:37 h

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En muchos países occidentales, el nuestro incluido, se empieza a ver un cierto escoramiento a la derecha y es algo que no deja de darme vueltas por la cabeza, en un esfuerzo por entenderlo.

Me figuro que, para muchos, se trata simplemente de que quieren mantener el orden anterior -digamos el “antiguo régimen”-. Se consideran a sí mismos “gente de bien” y creen que sus opiniones son las correctas: que los hombres son superiores a las mujeres, que los blancos son superiores a los negros o a cualquier otro color, que los religiosos son superiores a los agnósticos y a los ateos, que los ricos son superiores a los pobres, que los nobles son superiores a los plebeyos, que los heterosexuales son superiores a los homosexuales, y los sanos, superiores a los enfermos y discapacitados... por citar solo unas cuantas. Lo que nos han obligado a pensar a lo largo de nuestra historia, vamos; refrendado por la Iglesia Católica (y otras religiones, claro; la católica no es la única religión clasista, racista, machista, homófoba y otras lindezas) y por el establishment en general.

No quiero ni pensar ni decir ni creer que todas las personas que votan a las derechas piensen de este modo en todos los puntos. No es ni siquiera estadísticamente posible.

Yo estoy convencida de que hay muchísima gente que se considera a sí misma buena gente y que no comprende por qué ahora todo lo que “ha sido así de toda la vida”, de pronto, ya no lo es.

Lo nuevo suele dar miedo, y, por raro que resulte, parece que la justicia, la equidad, la igualdad entre las razas, las religiones, los sexos y géneros, etc. es todavía algo nuevo, o al menos lo bastante nuevo como para que muchas personas quieran volver a los tiempos en los que las cosas estaban claras: los hombres (heterosexuales, por supuesto), blancos y ricos, arriba. Los demás, abajo. Es voluntad de Dios, nos han repetido hasta la saciedad. Es la única manera de que las sociedades funcionen, nos han dicho una y otra vez, de que haya trabajo para todos (los hombres) porque si las mujeres se retirasen del mercado laboral y se quedaran donde deben -en casa- de pronto habría muchas más posibilidades y bajaría la tasa de desempleo. Me figuro que hay quien cree de verdad que la precariedad se acabaría si volviéramos al orden antiguo, donde unos pocos lo tienen todo y el resto apenas si tiene para sobrevivir y cifra su esperanza en el otro mundo. Sigo suponiendo que creen esto porque ellos se consideran personalmente a salvo del peligro de estar abajo, ya que, en esta jerarquía que añoran, siempre hay muchos más que están por debajo del puesto que uno mismo ocupa y eso te convierte mágicamente en miembro de la clase superior.

El hecho de que los partidos de derechas hayan logrado convencer a la población de que todo el mundo es clase media, aunque no puedan llegar a fin de mes incluso teniendo dos trabajos, ha hecho que ya no quieran identificarse con “los obreros”, con “los pobres”, como si las reivindicaciones de los partidos de izquierda no fueran con ellos.

Parece que ni los jóvenes (por desconocimiento), ni los mayores (por falta de memoria) acaban de darse cuenta de que los derechos de los que ahora disfrutamos -nombraré solo unos pocos por mor de la concisión- la igualdad jurídica de hombres y mujeres, la jornada de ocho horas, la prohibición del trabajo infantil, las vacaciones pagadas, la escolarización obligatoria y gratuita, el subsidio de paro, la sanidad para todos, los permisos de maternidad y paternidad, el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual- son conquistas de los partidos de izquierda; conquistas que se lograron a base de largas luchas contra las opiniones conservadoras y retrógadas de las derechas, amparadas por la Iglesia.

Sin embargo, ahora resulta que mucha gente piensa que todo eso es “natural”, que nos cayó del cielo, y por eso se da la inmensa paradoja de que haya homosexuales, inmigrantes, amas de casa ancianas, parados... que votan a la derecha. Supongo que no leen ni diarios ni programas políticos porque, de otro modo, se darían cuenta de que están votando en contra de sus intereses, de sus legítimos intereses. Me figuro -a juzgar por algunas conversaciones que he escuchado recientemente- que piensan que votar a la derecha es más “chic”, si se trata de la derecha más civilizada. Si hablamos de la otra derecha, de la derecha peluda, de la que ya no puede estar más a la derecha porque después solo está el abismo, imagino que mucha gente la vota por ignorancia, o por despecho, o por esa extraña nostalgia de “una mano fuerte” que aparece regularmente en las sociedades. O quizá también porque se identifican con esas personas incultas y vociferantes que les recuerdan a ellos mismos si fueran vestidos con buenos trajes y pudieran tener chófer.

Puedo comprender ciertas actitudes vitales basadas en la costumbre, en los hábitos heredados de generaciones anteriores que pensaban de otro modo y vivían en un mundo muy distinto al nuestro de ahora. Lo que no entiendo es que esas personas bienpensantes, que fueron educadas en la urbanidad, el respeto social y la buena educación, muchos de ellos incluso católicos practicantes, sigan votando a partidos corruptos. Corruptos hasta el punto de que más de un tercio de quienes ocuparon puestos políticos de relevancia hayan sido condenados o estén imputados por fraude, estafas, corrupción, prevaricación, etc.

¿Cómo es posible que ciudadanos honestos que pagan sus contribuciones estén dispuestos a apoyar a partidos en los que hay, manifiestamente, gente que roba, que nos roba a todos, gente que se aprovecha de todo lo que puede, que coloca a dedo a sus amigos y familiares, que se lleva el dinero público a paraísos fiscales para poder seguir disfrutando de lo robado incluso después de cumplir condena de cárcel? Y, sin embargo, sucede. De alguna manera, para mí incomprensible, las y los votantes le quitan importancia a estas fechorías, dicen que al fin y al cabo “todo el mundo roba” y siguen apoyando a los delincuentes. Eso es lo que me cuesta tanto de comprender.

Creo que sería necesario hacer una campaña de pura información objetiva e histórica para la que la población se dé cuenta de que la sociedad que tenemos ahora aquí, sin censura en las publicaciones, sin miedo a que lo metan a uno en el calabozo y lo torturen por disentir política o religiosamente, con todos los derechos que enumeraba unas líneas más arriba, es algo que hemos conseguido a fuerza de luchar, de protestar, de oponernos a un régimen dictatorial. Es necesario que, sobre todo las mujeres, sepan que conquistas como decidir sobre su cuerpo y su vida, la libertad para comprar anticonceptivos, el poder aceptar un trabajo sin permiso del padre o del marido, abrir una cuenta bancaria a tu propio nombre, o comprar y vender sin preguntarle a nadie no nos cayeron del cielo, y que hay que llevar mucho cuidado para no retroceder, para que no llegue al poder un partido dispuesto a volver a someternos a la voluntad (o peor, al capricho) de los hombres.

No hemos llegado hasta donde estamos ni disfrutamos de los derechos que tenemos para dar ahora pasos atrás. No podemos permitir que con cualquier excusa -la crisis, la pandemia- nos vuelvan a arrebatar lo que hemos conseguido a lo largo de las últimas décadas.

Votar es un derecho, y un deber y, para hacerlo, hay que informarse sobre qué es lo que cada partido ha hecho hasta el momento y qué piensa hacer para el futuro de todos. Hay que colaborar para que nuestra sociedad siga siendo -y lo sea cada vez más- igualitaria, solidaria, respetuosa, honesta. Dar nuestro voto a quien mejor pueda garantizar que nos irá bien a todos, no solo a los que más tienen y menos contribuyen.

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