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Un fenómeno político extraordinario

Fachada del Palacio de Cibeles en Madrid

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Quizá muchas personas no se hayan percatado de ello, pero en este preciso momento se está produciendo ante nuestras narices un fenómeno político extraordinario y sin precedentes. Aunque soy poco proclive a la superstición, no tengo por el momento más opción que atribuirlo a una conjunción astral, a la espera de que politólogos, sociólogos y expertos en demoscopia se conjuguen para ofrecer una explicación racional que satisfaga mi curiosidad.

Me explico. A raíz de los resultados de las elecciones madrileñas del 4M, y tras constatar que Madrid capital influyó de manera notable en la arrolladora victoria de Isabel Díaz Ayuso, me di a la tarea de indagar cómo se comporta el electorado en otras capitales o grandes ciudades del mundo desarrollado con las que solemos mirarnos al espejo. Remontándome a comienzos del milenio, hice un repaso de lo que ha ocurrido en París, Berlín, Lisboa, Londres, Roma, Bruselas, Ámsterdam, Viena, Copenhague, Estocolmo, Atenas, Dublín, Nueva York, Washington y, por supuesto, Madrid.

Observé que, salvo en Copenhague, Bruselas, Ámsterdam y Viena, donde la alcaldía ha estado ocupada exclusivamente por socialdemócratas –en el caso de la capital austríaca, desde el final de la II Guerra Mundial–, en las demás ciudades ha habido una alternancia casi equilibrada entre los dos grandes bloques ideológicos izquierda/derecha. Madrid es la excepción: desde que Agustín Rodríguez Sahagún, del CDS, se convirtió en alcalde en 1989 gracias a una moción de censura contra el socialista Juan Barranco, el cargo ha estado en manos de la derecha, salvo el paréntesis de Manuela Carmena entre 2015 y 2019. Es decir: en 32 años, la derecha ha gobernado 28. De ellos, 26 el Partido Popular.

En el curso de mis pesquisas me encontré con el fenómeno del que hablaba al comienzo de esta columna. Y es que todas, absolutamente todas, las ciudades citadas tienen en este momento alcaldes progresistas. Excepto Madrid. En París gobierna Anne Hidalgo (Socialista); en Berlín, Michael Müller (SPD), en coalición con el izquierdista Die Linke, en lo que algunos de nuestros analistas vernáculos calificarían de peligroso frente socialcomunista; en Londres, el británico de origen paquistaní Sadiq Khan (Laborista); en Lisboa, Fernando Medina (PS); en Roma, Virginia Raggi (5 Estrellas, un movimiento nacido en el ámbito de la izquierda populista); en Bruselas, Philippe Close (Socialista); en Ámsterdam, Femke Alsema (Izquierda Verde); en Copenhague, Lars Weiss (Socialdemócrata); en Estocolmo, Karin Wanngard (Socialdemócrata); en Viena, Michael Ludwig (SPÖ, socialdemócrata); Atenas, Giorgos Kaminis (Independiente en coalición de izquierdas); en Dublín, Hazel Chu, irlandesa de origen chino (Verdes), en Nueva York, Bill de Blasio (Demócrata), y en Washington-Distrito de Columbia, Muriel Bowser (Demócrata).

He intentado encontrar un precedente de esta coincidencia ideológica y no he logrado hallarlo. En este inmenso mapa rojiverde de las alcaldías en las principales ciudades del mundo desarrollado, está el punto azul de la capital de España. Aquí tenemos como alcalde a José Luis Martínez-Almeida, del PP, que, si bien no fue el más votado en las elecciones de 2019, logró la investidura con el apoyo de Ciudadanos y Vox, un partido que en otros países sería sometido a cordón sanitario para evitar que influya en la vida democrática. Cuatro años antes, cuando se produjo el paréntesis 'rojo', sucedió algo parecido: Manuela Carmena, de Más Madrid, sin ser la más votada en los comicios, logró la investidura al sumar con el PSOE apenas un voto más que el bloque PP-Ciudadanos.

¿Qué ha sucedido para que tantas capitales y grandes ciudades vivan con normalidad una especie de equilibrada alternancia política? ¿Qué está sucediendo para que todas ellas tengan hoy alcaldes progresistas? ¿Y qué ocurre para que Madrid sea una excepción en ambos casos? Algunos conspicuos analistas han explicado el dominio de la derecha en Madrid como un resultado de la concentración de riqueza en la capital, o como la expansión de una clase media materialista, simbolizada en la 'urba' y la piscina, que por nada del mundo quisiera ver mermados sus privilegios, o como un reflejo de la presencia desproporcionada de la burocracia del Estado, que le imprimiría un aire conservador a la Villa y Corte. Las explicaciones no son del todo convincentes, si se tiene en cuenta que la mayoría de las ciudades observadas albergan más riqueza, tienen unas clases medias más amplias y con mayor poder adquisitivo y concentran maquinarias del Estado más poderosas. Hay algo más que debe explicar la excepcionalidad de Madrid como feudo político conservador.

Tradicionalmente, desde la propia aparición de la burguesía, en las grandes ciudades se han congregado las mentes más abiertas, que hoy pueden encontrarse entre progresistas, liberales o democristianos. Por supuesto que no siempre esas sensibilidades son las que han gobernado. En Roma, el berlusconismo ha ostentado varias veces el poder. El imprevisible conservador Boris Johnson, hoy primer ministro británico, fue durante ocho años alcalde de Londres. El ultraconservador Rudy Giuliani mandó siete años en Nueva York. Sin embargo, en términos generales, podría decirse que la alternancia política no ha impedido que en las ciudades prevalezca un espíritu de apertura y modernidad. En Madrid, la hegemonía conservadora ha sido, en ese sentido, ambivalente, con etapas en las que la 'caspa' de los valores de la vieja derecha se ha hecho sentir con especial intensidad.

Confío en que la explicación de lo que aquí se ha expuesto no haya que buscarla en los territorios vaporosos de la astrología. Estoy convencido de que, más que a la casualidad, los hechos obedecen a la causalidad, es decir, a una lógica que puede desentrañarse mediante el análisis juicioso. Una tarea que dejo en las sabias manos de los expertos. Y también, cómo no, de los estrategas y demás gurús de nuestros partidos progresistas, que tendrán algo que decir, porque ellos también forman parte de la curiosa excepcionalidad de Madrid. 

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