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Y al final Ayuso dirá que es de noche en pleno día

Cientos de miles de manifestantes recorren Madrid por la sanidad pública

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Ni una sola bandera, ni una consigna de partidos políticos o sindicatos, la manifestación por la sanidad pública que está desmantelando el gobierno de Isabel Díaz Ayuso en Madrid fue, el domingo, una celebración de ciudadanía. Esa que resurgía por fin reivindicando derechos esenciales en una de las concentraciones más masivas de los últimos años. Llenando avenidas inmensas como el Paseo de la Castellana, en una serie de brazos que confluían en Cibeles al punto de saturar la plaza por completo y prolongarlo hasta donde alcanzaba la vista y más.

Y, sin embargo, hasta en el aire flotaba la idea de que la maquinaria del sistema se pondría inmediatamente en marcha para borrar la realidad, las caras, los cuerpos, las ilusiones, la lucha, la solidaridad, los derechos de centenares de miles de personas, porque así era lo que estaba ocurriendo. Que Almeida cortara las cámaras de tráfico que toman imágenes del centro o que impidiera subir a los gráficos a su palacio del Ayuntamiento no evaporó la realidad salvo para quienes no quieren verla o no quieren que se vea.

Y tras unas horas de rumiar posturas salieron en tromba los medios afines a cumplir su misión manipuladora: había sido “la izquierda”, la “cultura”, en arranque de campaña electoral. Ayuso pone la cara a los objetivos de los poderes. Y de momento, mientras les sirva, goza de todo el apoyo. Cifuentes y Casado ya cayeron. Feijóo lleva todo el camino.

Luego ya salieron sus empleados a insultar a los ciudadanos. Y por fin, ella en su delirio, en su soberbia, en su mentira permanente, en la siembra de irracionalidad y odio que cala en muchos de sus enardecidos seguidores y que tanto recuerda al trumpismo que asaltó el Capitolio en uno de los episodios más terribles de la Historia de Estados Unidos. Por cierto, los excesos se pagan. El Partido Republicano intenta pasar página y liberarse de Trump tras los resultados de las elecciones legislativas. Tome nota en Madrid. 

Cuesta creer, si se tiene un ápice de eso que llaman alma, que se pueda apoyar la devastadora política sanitaria de Ayuso y atacar a sus víctimas. Porque es lo último que cabe en un ser humano: despreciar la salud y la vida de otros, por ser débiles, o pobres, o “de izquierdas”, es decir no tan de extrema derecha como ella y sus seguidores. Cerrarse en banda a ver la realidad por fanatismo aunque el daño llegue a afectarles a ellos mismos o seres muy cercanos. Es la negación absoluta de la empatía, de la humanidad. Es no tener ni conciencia siquiera.

Hemos sabido de niños que entran en urgencias con convulsiones y no hay médico. De la desesperación de profesionales que, hiper saturados de trabajo, no disponen de tiempo para poder tratar a sus abultados cupos de enfermos. Mil y un testimonios recorren estos días el camino de la desesperación de una sociedad a la que le están despojando de algo tan vital como la atención médica. Ni es cosa de toda España al extremo de Madrid, ni representaría excusa alguna para este tsunami interminable de poda del derecho a la salud.

Ayuso y sus cómplices lo niegan y no se conmueven por el daño que están causando. Por el contrario, atacan sin pausa. La consigna, común en los que podrían llamarse medios afiliados al gobierno de Ayuso, ella misma y el PP en su conjunto, es que la izquierda quería bronca “usando la sanidad como ”excusa“. ¿Excusa? Con todo lo que sabemos, con los hechos ciertos, con el dolor y miedo que han causado el agobio de muchos de sus profesionales, con la indefensión que se llega a sentir. La huida hacia adelante está siendo desmesurada.

Seres irreflexivos capaces de pensar a la vez que no han acudido a la protesta los centenares de miles de personas que sí están y que todos ellos han salido en maniobra política de la izquierda. Dotando a Mónica García, de Más Madrid, en quien centran sus ataques (políticos), de poderes milagrosos como el de multiplicar los panes y los peces echando a la calle a tanta gente, tan diversa y unida. En el Washington Post y otros medios internacionales no se enteraron del fenómeno que publicita el PP y contaron… la realidad.

Ayuso no tiene freno porque carece de escrúpulos, pero con seguridad en la manifestación del domingo estaban muchos de sus votantes. Se les distinguía en su silencio y sus ojos muy abiertos. Son gente poco acostumbrada a que se rían de ellos como hace el PP con todos los demás. Y vieron y oyeron la realidad. Si al día siguiente se toparon ya con las versiones distorsionadas llegarán a comprender que siempre les mienten igual.  Por cierto, habría que suscribir la propuesta del realizador y novelista José María Fraguas. Transparencia.

Asombra que haya tantos ciudadanos a quienes les cuesta entender que personas que podan la sanidad pública o que dejan morir sin atención médica a más de 7.000 ancianos digan la verdad alguna vez. Mentir es lo más fácil de toda la tarea, peccata minuta al lado de todo lo demás. No van a confesar su vandalismo si hay lerdos que se lo tragan. Y a mucha gente le cuesta admitir su error aunque lo vean.

El domingo, la ciudadanía renació en Madrid. Sigue existiendo y emerge cuando es preciso. Con motivo. Nada más esencial que la salud, principio y final de todo. Pero la banda depredadora no descansa. Era de esperar. Y por más que se sepa, ni todo el realismo detiene el vértigo de verse arriba en un proyecto común de cambios, positivo, a sentir el golpe de la perversidad que no deja ni crecer la yerba. Asistimos a una escalada aterradora. Negar una histórica protesta, manipularla e insultar a sus participantes, avalar el destrozo de la sanidad pública y seguir encumbrando a un ser nocivo para la convivencia, surtidor de odio a fanatizados seguidores.

El modelo ya se está extendiendo en España, insistimos un día más. Si esto sigue así, Ayuso terminará diciendo que es de noche a plena luz del día - el colmo de los mentirosos-, y no descartemos que, en crónica de una muerte anunciada, entonces se desencadenen las tinieblas. Depende de la respuesta. Las personas decentes, solidarias, siguen ahí. Seguramente convendría recordárselo cada poco. Habría que repetir la manifestación en breve para que les quede claro. A ver cuántos son, de dónde vienen, a dónde van y por qué. La mollera dura y la desfachatez se combaten con evidencias. Y celebrar juntos la libertad de conciencia, la decencia, la solidaridad, la libertad de ser, de dar.

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