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Futuro imperfecto

Begoña Huertas

El doctor Sigmund Freud reflexionaba tumbado en el diván de su estudio; el escritor Marcel Proust lo hacía metido en su cama. Aunque los dos coincidieron en el tiempo, ninguno leyó la obra del otro, sin embargo, dentro de sus respectivas casas y mirando al techo, ambos se volcaron en su interior y llegaron a la misma idea: el yo estructurado que construimos de puertas afuera es una pantalla de humo: es el inconsciente, desconocido y caótico, el que realmente nos dirige.

El actual ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, en lugar de darse a la introspección en privado, suele ir a meditar al Valle de los Caídos. Allí, desde ese monumento a un dictador que se asienta sobre los casi 34.000 cadáveres de sus víctimas, el ministro sigue el orden inverso al de los dos intelectuales y llega a la conclusión de que la naturaleza es perfecta. Por eso, se permite afirmar que no puede equipararse el matrimonio entre personas del mismo sexo al matrimonio “natural” entre hombre y mujer. (El resto de sus “reflexiones” -el aborto “tiene algo que ver” con ETA, Twitter es el demonio, los inmigrantes son delincuentes- se entienden ahora: A cuáles otras podía conducirle el contexto en el que “medita”.)

Que la perfección no existe empezamos a sospecharlo casi todos antes de cumplir los veinte. Después es un continuo ceder más y más terreno a la dimensión del caos.

La naturaleza no es un reloj suizo. No es un mecanismo perfecto ni un engranaje lógico. De hecho, el universo surge de la imperfección: Stephen Hawking lo recrea en un magnífico vídeo en el que se muestra un suelo lleno de bolas dispuestas en filas y columnas a intervalos regulares, en absoluta simetría, estáticas gracias a la ley de la gravedad. En este contexto de perfección, dice Hawking, el universo no hubiera sido posible. Es la extracción de unas pocas bolas lo que ocasionará el caos al actuar la gravedad de manera irregular en el conjunto, y esa imperfección en la disposición de las bolas permitirá a la larga la formación de la vida.

Tras su irrupción en el panorama político, a Podemos se le ha atacado desde muchas partes, y desde casi todas ellas se le ha tildado de confuso o inmaduro, urgiendo a sus integrantes a demostrar que su programa encaja como una delicada maquinaria. Es increíble que los que reclaman ese encaje simpaticen o formen parte de organizaciones políticas que han hecho aguas por todas partes. ¿Cómo vais a cuadrar las cuentas?, se les pregunta a los líderes de izquierda. ¿Y si se vota a un candidato no óptimo como jefe de la república?, se les espeta a quienes piden un referéndum sobre la monarquía. Pero... ¿cómo han cuadrado las cuentas ellos? ¿Ha sido óptimo el rey?

Podemos “es una formación política del S.XXI, decidida a no cometer ninguno de los errores del S.XX”, dicen sus dirigentes. No obstante, de igual modo que todos los padres del mundo se prometen no cometer el mismo error que sus propios padres y, en efecto, no cometen ese error sino otro, Podemos, como el resto de fuerzas de izquierda, cometerá los suyos, y está en su derecho.

¿Desde dónde juzgan los que critican planteamientos antisistema; los que critican a IU, a Podemos, a Equo? ¿Desde qué superioridad moral, o vital? ¿O es solo desde una superioridad económica? ¿Desde dónde reflexionan para llegar a la conclusión de que es imposible otro sistema, otra manera de organización social? Es más que desagradable, es ofensivo ver el gesto prepotente de ciertos personajes al dirigirse a Pablo Iglesias, a Ada Colau o a un simpatizante de Izquierda Unida. Tanto el PP como el PSOE confunden el poder con la perfección. Lo primero lo tienen, lo segundo no. Que detrás de ellos estén los poderes económicos (Banco Santander, BBVA, Gas Natural, los grandes empresarios…) no los hace perfectos, sí poderosos. Desde ese lugar se ríen de lo imperfecto de cualquier otro sistema. Pero la inmovilidad es imposible en nuestro mundo. El Rey podría ser una de esas bolas que desaparecen en el vídeo de Stephen Hawking.

En su libro Elogio de la imperfección, la neurobióloga italiana Rita Levi-Montalcini (Premio Nobel de Medicina en 1986) afirma: “La razón es hija de la imperfección. Al ser imperfectos, los seres humanos hemos recurrido a la razón, a los valores éticos. Discernir entre el bien y el mal es el más alto grado de la evolución darwiniana”.

Lo imperfecto es un motor para mejorar. Y es desde la calle desde donde habrá que reflexionar sobre esta mejora y conjugar el futuro imperfecto, porque el futuro perfecto no existe, salvo en gramática.

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