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Los jóvenes no somos fachas

El candidato ultraderechista argentino Javier Milei con el líder de Vox, Santiago Abascal.
15 de agosto de 2023 21:43 h

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Me dormí la noche del domingo refrescando una y otra vez mis redes sociales para seguir los resultados de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias argentinas; me preocupé cuando se filtraron las primeras declaraciones de los 'búnkeres' de las coaliciones afirmando que el resultado de Milei, anarcocapitalista declarado a propósito del cual cualquiera que lea estas líneas habrá escuchado y leído ya sobradamente estos días, preocupaba y mucho en el campo peronista de Unión por la Patria. Cuando me desperté, Milei había quedado primero, en un perfecto reparto a tercios de los votos entre él (derechísima), Juntos por el Cambio (derecha) y Unión por la Patria (oficialismo peronista). Las encuestas pronosticaban otra cosa, un escenario distinto y muy remoto, si acaso un tercer puesto. Y muchos argentinos despertaron también, preguntándose si, en realidad, también ellos habían estado soñando.

Los análisis posteriores resaltaron el voto a Milei y La Libertad Avanza en feudos peronistas, su expansión por toda la Argentina –cuando al principio había sido un fenómeno relativamente porteño– y la importancia del voto joven e indignado, de la desafección generalizada con la casta política, el descontento, los criptobros y la radicalización de los streamers y las fake news. No difiere mucho de lo que nos preguntamos por aquí cada vez que se abren las urnas y se habla de Vox, o cuando una encuesta dice que, entre los jóvenes que votan, una parte se inclina por la extrema derecha; tampoco es muy distinto de los comentarios, quién sabe si elogios o meras constataciones, sobre la maestría con la cual organizaciones políticas así se manejan en redes como TikTok. 

Tal discurso parece haber desaparecido un poco hoy, de forma curiosa, casi por entero como consecuencia del resultado “inesperado” del 23J y de extrapolaciones como las de la encuestadora francesa Cluster17, que daban al PSOE como ganador del voto joven, luego a Sumar y después a Vox. Es imposible, viendo la fe otorgada a las encuestas, sólo similar a la fe concedida a Dios, no acordarse de las palabras de Bourdieu sobre el efecto fundamental de toda encuesta de opinión: “constituir la idea de que existe una opinión pública unánime; en consecuencia, legitimar una política y reforzar las relaciones de poder que la fundan o hacen posible”.

Los jóvenes no somos fachas, no, pero no es por ningún voto particular a una formación por lo que no lo somos, ni tampoco por lo que afirmen las encuestas o sondeos sobre nuestras tendencias. No lo somos porque el voto, pese a ser importante, es lo de menos: traduce una realidad, un hábito, unas circunstancias de socialización, unas costumbres, unos orígenes de clase y unas formas de amar y sus cruces, unos caprichos, impulsos, mentiras o protestas. La juventud, hoy, es desafecta, desconectada, cree menos en el poder de la política para las transformaciones, y ese caldo de cultivo lo podrán aprovechar muchos; pero ser desafecta no es ser “facha”. Hablar de un paro juvenil del 27,4% es hablar de un hecho objetivo con consecuencias políticas y vitales, como lo sería hablar de la cantidad de jóvenes que gracias a la reforma laboral han podido firmar por primera vez un contrato indefinido. Pero hablar de una orientación política definitiva para o de “los jóvenes”, como si tal foto fija existiera, como si las mareas políticas nos sacudiera sin que nos enteráramos demasiado bien por dónde o cómo, es simplemente hacernos trampas al solitario.

La política tiene que hacerse cargo del deseo. Deseo de futuro, de estabilidad, de orden, de algo mejor, de libertad, de justicia, de vidas tranquilas y menos aceleradas, sin vértigo, sin redes a punto de esfumarse. Y esa carga de deseo, también la carga de la cual la extrema derecha más exitosa escoge responsabilizarse, no es una carga fachosa: es deseo y así hemos de asumirlo. De orientar su consecución de formas que no sean autodestructivas es de lo que ha de ocuparse toda política transformadora: de ofrecer así, también a la juventud, un futuro. Los jóvenes no somos fachas: simplemente portamos la difícil carga del futuro. Que este futuro sea algo más que el eterno retorno del pasado o algo más que una pesadilla (sea Milei, sea otra) es lo que falta por escribir.

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