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La libertad a debate

Libertad

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Las ansias de libertad son tan viejas como la humanidad. Tanto, que incluso son anteriores a nuestra aparición en la escala evolutiva. Ni siempre la libertad ha significado lo mismo ni todas las personas -tampoco hoy- estamos de acuerdo sobre su naturaleza, contenidos y límites.

La libertad está a lo largo de la historia en el centro de todos los conflictos sociales, en unos casos como derecho a conquistar y a ejercer, en otros como uno de los mecanismos utilizados por los poderosos -casi siempre hombres- para conseguir el control social. Los más brutos, prohibiéndola; los más sofisticados, instrumentalizándola a su servicio.

Vean lo que decía Adam Smith sobre la libertad de los siervos de la gleba: “Tienen privilegios que los esclavos no tienen, solo pueden ser vendidos si se vende la mina, pueden disfrutar del matrimonio o la religión”.

Observo con preocupación que, últimamente, se está imponiendo en el debate social un concepto de la libertad estrechamente vinculado al mercado, esa institución clave para la humanidad, pero a la que el capitalismo ultraliberal le ha otorgado funciones omnipresentes en nuestra vida social, incluso de la política.

Tampoco eso es nuevo. En los inicios de la industrialización la burguesía, para imponer su dominio sobre la clase obrera, prohibió sus derechos de asociación, negociación colectiva y huelga y lo hizo en nombre de la libertad. Así, los códigos penales de la época – en algunos casos vigentes hasta bien entrado el siglo XX- consideraban delito, penado con elevadas penas de cárcel, el asociacionismo sindical, la negociación colectiva y la huelga, con el poderoso argumento de que atentaban contra la libertad. Pretender negociar las condiciones de trabajo era considerado contrario a la libre fijación de los salarios- que debía dejarse a las libres reglas del mercado. Negociar convenios, asociarse para hacerlo y utilizar la huelga era delito porque atentaba contra la libertad de comercio.

Esa ideología ha llegado a nuestros días y aún hoy se detecta en algunas de las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. En los casos Laval, Viking y otros, el Tribunal de Luxemburgo considera que los derechos colectivos de los trabajadores están limitados por la libertad absoluta de establecimiento empresarial dentro de la Unión Europea, un derecho que en su escala de valores tiene primacía sobre los derechos colectivos de las personas trabajadoras. En esta misma línea ideológica van las últimas sentencias del Tribunal Constitucional, especialmente las referidas a la reforma laboral del 2012. 

Esa jurisprudencia del Tribunal de Luxemburgo convive con sentencias que son especialmente protectoras de los derechos de los usuarios. Puede parecer contradictorio, pero no lo es, la tutela de los clientes frente a las entidades financieras forma parte de la libertad individual de mercado, los derechos colectivos de los trabajadores juegan en otra división y cuando se enfrentan a las libertades del mercado deben ceder el paso.

Cada vez se está haciendo más necesario un debate social a fondo sobre la libertad. En unos casos, los conflictos acerca de la libertad individual y la dimensión colectiva que comportan parecen más nítidos. Por ejemplo, cuando los antivacunas esgrimen su derecho a no vacunar a sus hijos, aunque sea a costa de poner en riesgo la vida, o sea la libertad, de los otros. O cuando los negacionistas de la COVID-19 se niegan en nombre de su libertad a seguir las medidas de salud pública, aunque con ello pongan en riesgo la salud y la vida, o sea, la libertad del resto de la sociedad.

En otros casos los conflictos aparecen de manera más compleja. Estos días hay quien esgrime el derecho a usar sin límites los coches privados en zonas de alta contaminación, aunque sea a costa de la libertad del resto a respirar aire puro.

En otro escenario aún más complejo, la libertad aparece como un argumento de fondo de quienes proponen legalizar la prostitución. Puedo entender el debate sobre la mejor manera –regulación o abolición- de defender a las prostitutas. Me cuesta mucho más comprender que se use el argumento de la libertad de las prostitutas para ejercer este “trabajo”, cuando la realidad nos muestra poca libertad y sí mucha explotación de las mafias de trata de personas y lobbies de proxenetas. La libertad también aparece como el gran argumento para justificar los vientres de alquiler, aunque sea la libertad de los que pueden alquilar el cuerpo de las mujeres pobres, que en muchos casos no disponen de libertad económica para decidir. La llamada gestación subrogada se ha convertido ya en un negocio global regido por las leyes del mercado, que se justifica en nombre de la libertad a ser padres o madres.

La cosa se complica aún más cuando se discute sobre el supuesto derecho de autodeterminación de género. Que quede claro que no me refiero al derecho, para mí indiscutible -que debe ser tutelado por los poderes públicos de manera plena - de las personas transexuales a adoptar el sexo que corresponde a la identidad que sienten, aunque no corresponda a aquel con el que fueron inscritas en el Registro Civil al nacer.

Pero me parece que se puede defender los derechos de las personas transexuales sin necesidad de reconocerme a mí – la referencia es literal y personal- el derecho a decidir libremente si quiero ser hombre o mujer, sin más condicionantes que mi voluntad libremente expresada. Porque igual este derecho que se me reconoce a mí como persona acaba sepultando los derechos por los que las mujeres llevan luchando y han conquistado durante siglos.

Sin duda son debates con muchas aristas, pero en los que a mí me parece detectar una hegemonía ideológica de la libertad vinculada al mercado. Si se me permite la simplificación diré que libertad que parece estar imponiéndose es muy poco libertaria y, en cambio, muy liberal.

Nos urge abordar este debate sobre la libertad, porque agazapados tras la pandemia de la COVID-19 están escondidos algunos de los grandes retos éticos del siglo XXI. De la mano de las grandes investigaciones biomédicas están apareciendo innovaciones que pueden permitir a la humanidad tratar enfermedades genéticas para las que hasta ahora no hay solución. Estos avances, de la mano de la teología transhumanista de Silicon Valley, pueden convertirse en grandes peligros para la sociedad, si no se gobiernan con criterios éticos, en los cuales no puede prevalecer la libertad de mercado como un bien supremo y sin límites. Algo parecido, incluso más peligroso, sucede con los avances en neurotecnología, que pueden ser claves para abordar patologías mentales hasta ahora sin solución, pero también para colonizar y controlar nuestras mentes y a partir de ello, incluso nuestra identidad como personas.

Es tan real y presente este riesgo que ha llevado a 25 científicos a nivel mundial a proponer un código ético para regular y limitar el uso de la neurotecnología.

Por supuesto, son muchas las miradas con las que debemos acercarnos a esta compleja realidad, pero una de ellas pasa por un debate social en profundidad sobre lo que entendemos por libertad hoy, qué naturaleza tiene, su contenido y sus limites. Si no hacemos ese debate como sociedad, la vida y la historia nos dice que terminará imponiéndose el concepto de libertad vinculado a las reglas del mercado. Sobre todo, porque los humanos nos caracterizamos por no tener mucha conciencia de los límites, y eso nos lleva a considerar nuestros ilimitados deseos como un ejercicio de libertad sin límites.

Ignacio, Neus, ¿por qué no ofrecéis elDiario.es como el ágora en el que debatir sobre la libertad en el siglo XXI?

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