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Macroproyectos que amenazan el Pirineo Aragonés

Formigal-Panticosa.

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El Pirineo Central Aragonés encauza sus aguas y sus nieves hacia el Ebro a través de dos poderosos ríos: el Aragón, que prestó su nombre al viejo reino, y el Gállego (Gallicum), cuyo nombre viene de que en época romana se creía que traía sus aguas desde la Galia. Durante siglos, sus gentes han sabido vivir en esta frontera en equilibrio con su entorno.

En 1928, a la orilla del Camino de Santiago, se inauguró la estación de esquí de Candanchú, la primera de España. La llegada del deporte a una incipiente cultura de masas, animaba a gentes de los dos lados de la frontera a deslizarse por la nieve del Tobazo sobre unas tablas que, con el paso de los años, pasarían a formar parte del arsenal de tiempo libre de una parte de población que mezcla ocio y placer, con una dosis variable de presunta distinción social. En 1965 abriría sus pistas la estación de Formigal, en 1976 lo haría Astún y, sin ninguna duda, estas instalaciones permitieron el desarrollo de las gentes de los valles de los ríos Gállego (valle de Tena) y Aragón. 

Negocio y deporte han sido medio de vida para mucha gente de dentro y fuera de estos valles, y las primitivas estaciones han aumentado su extensión al gusto de las exigencias de la ley de la oferta y la demanda, aunque no siempre en armonía con la naturaleza que las sustenta. Los pioneros de esta actividad dejaron paso a importantes grupos empresariales o empresas público-privadas que, cargadas de ambición, aspiran a rivalizar con los Alpes o con las estaciones vecinas de Cataluña o Francia en la atracción de esquiadores de todas las nacionalidades. Para ello cifran sus esperanzas en la unión de estas tres estaciones de esquí, el proyecto “Aragón Ski Circus”, sin contar en sus devaneos que los Alpes tienen mil metros más de montaña hacia el cielo y que, a pesar de que su modelo de crecimiento pueda ser discutible en algunas zonas, las posibilidades de explotación en uno y otro macizo montañoso, nunca podrán ser comparables. 

Cuesta entender que, a día de hoy, haya quien crea que sembrar de cables y telesillas el paisaje es herramienta de progreso. Cuesta creer que subir a un telecabina en la Estación de Canfranc, y de ahí llegar hasta la estación de Astún o la de Formigal, violentando los valores naturales del valle del río Canal Roya (La Canal Roya), sea la forma más adecuada de promocionar las comarcas de montaña. La escasa creatividad de sus regidores parece condenarlas al monocultivo del esquí que, tal y como sabemos de otras zonas, suele ir acompañado de importantes operaciones urbanísticas, que agravarían el gran impacto ambiental que este proyecto que ya por sí solo produciría.

Cuesta creer aún más que el Gobierno Central, por boca del Secretario de Estado de Turismo, bendiga el proyecto de unión de las tres estaciones de esquí, y reproduzca la visión del Presidente del Gobierno de Aragón, que pretende que el Pirineo Aragonés esté en la élite del turismo de nieve, al margen de los condicionantes territoriales y climáticos. Es sorprendente que asuma que todo eso se pueda financiar empleando 60 millones de los fondos europeos, e incumpliendo abiertamente sus exigencias de protección medioambiental, dado el gran impacto que esta actuación produciría. No hay que olvidar que los ecosistemas de alta montaña, ya de por sí bastante sensibles, lo son especialmente en el escenario de cambio climático en el que nos encontramos, por lo que se verían muy gravemente afectados por esta actuación. 

Acompaña al Secretario de Estado en este proyecto la Consejera de Economía del Gobierno de Aragón y presidenta de ARAMON, el holding aragonés de la nieve que, formado por la Diputación General de Aragón e IBERCAJA, ejerce el monopolio de su actividad con una buena dosis de opacidad y siempre amparada en el dinero público.

De este macroproyecto la principal víctima sería la Canal Roya, un espacio que alberga grandes valores ambientales y paisajísticos que, como otros de Aragón destinados por la especulación y el desarrollismo a la explotación del esquí, se dejaron en su momento fuera de la protección que merecían. Pese a eso, se inició a finales de los años 70 el proceso para la tramitación de su Plan de Ordenación de Recursos Naturales (PORN) y esta decisión que sigue en vigor, de acuerdo con la normativa, debería condicionar cualquier uso que se le quiera dar a ese territorio que no sea compatible con la protección del espacio. Si junto a esa realidad formal, bastante anterior a la convocatoria del Plan de Recuperación y Resiliencia del Gobierno de España, se añade la consideración de los objetivos medioambientales definidos en el reglamento de aplicación de este Plan, se observa una total contradicción. El Plan General del Proyecto Aragón Ski Circus, está en las antípodas de representar una adaptación al cambio climático, un uso sostenible de los recursos hídricos, de la activación de la economía circular, del control de la contaminación de la atmósfera, el agua o el suelo, y mucho más aún de la protección y restauración de la biodiversidad y los ecosistemas. 

Por todo ello, resulta inasumible que desde el Gobierno de Aragón se pretenda financiar con los fondos del Plan de Recuperación y Resiliencia, viejos proyectos especulativos basados en un modelo de desarrollo de la economía de la montaña aragonesa que puede que sirvieran a mediados del siglo XX, que empezaron a ser muy cuestionados al final de la centuria y que, en este momento, tanto la realidad social como la emergencia climática, han hecho que queden ampliamente superados, e incluso resulten ya inviables. 

Mientras el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) anuncia una drástica disminución de las precipitaciones, y aún mayor en el caso de las nevadas, y tanto la planificación hidrológica como energética hablan de la necesidad de moderar los consumos, asistimos, como si no pasara nada, al intento de perpetuación de la industria del esquí como si fuera la única actividad que puedan acoger las montañas de nuestro país y el Pirineo en particular.

No se deberían hacer nuevas estaciones de esquí cuando cada vez hay menos nieve, y por ello basan su funcionamiento cada vez más en la producción de nieve artificial, mediante el uso de un agua que escasea y de una energía cada vez más costosa. En cambio, se debería favorecer que los habitantes de las montañas pudieran aprovechar sus recursos naturales de forma sostenible, lejos del modelo especulador que se resiste a desaparecer del horizonte.

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