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Donde nacen las preposiciones

Un visitante hojea los ejemplares de una de las casetas de la XXXVI Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Madrid

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Hace unos días, se producía un animado debate en Twitter a raíz del tema más insospechado: ¿Las elecciones en Madrid? ¿La situación de la pandemia? ¿La cebolla en la tortilla? No, la lista de las preposiciones. Un dicharachero tuitero compartía su estupor al descubrir que a la lista de las preposiciones que él había estudiado en su etapa escolar (aantebajocabeconcontradedesdeenentrehaciahastaparaporsegúnsinsosobretras), se le habían añadido al menos dos impostoras: mediante y durante

¿Qué milagro de la gramática es este? ¿Cómo puede de la noche a la mañana crecer la lista de las preposiciones? Bajo la cuchufleta tuitera subyace, en realidad, una pregunta de gran enjundia lingüística: ¿De dónde vienen las preposiciones nuevas? ¿Puede crecer la lista de preposiciones? 

Como hablantes estamos habituados a que surjan palabras nuevas con cierta frecuencia. Quincemayista, trolear, podemita, emoji: ninguna de estas palabras existía hace unos años y hoy están moderadamente aclimatadas y son de uso común. Sin embargo, damos por sentado que el ciclo de regeneración léxica afecta exclusivamente a sustantivos, adjetivos y verbos (lo que se consideran palabras plenas), pero deja al margen a las palabras que llamamos funcionales o gramaticales, como preposiciones o conjunciones. Que surja un adjetivo nuevo entra dentro de lo normal, pero uno no espera encontrarse a lo largo de su vida con preposiciones nuevas que vengan a alterar la lista que estudiamos de críos. Pero de algún lado tienen que salir las preposiciones. ¿O acaso bajó Dios y nos entregó un conjunto cerrado de preposiciones que nunca jamás puede variar? 

Si nos detenemos a observarlas, a mediante y durante se les ve de lejos que son unas advenedizas. Al fin y al cabo, es fácil intuir que vienen de los verbos mediar y durar, es decir, tienen una pinta análoga a otras palabras que derivan de verbos, como amante, cantante o picante, palabras que se ganan la vida honradamente como sustantivos o adjetivos, sin que haya rastro preposicional en ellas. 

El caso es que mediante y durante han tenido también un pasado como adjetivo o sustantivo, un uso que aún se deja ver en expresiones viejunas, lenguaje especializado o textos antiguos: la mediante es la tercera nota de una escala musical (un uso plenamente sustantivo, aunque la RAE no lo recoge); en un texto algo redicho y demodé es posible encontrarse con que algo ocurrirá “Dios mediante” (en el que “mediante” no tiene rastro de pre-posición, porque no pre-cede nada); y un paseo por los bancos de datos de textos antiguos nos revelará usos plurales de durante (“durantes los años”, “durantes las guerras”), allá por el siglo XV. Sí: mediante y durante hicieron en su día carrera como palabras plenas, pero el uso y su alta frecuencia las desgastó hasta volverlas invariables, fosilizadas, gramaticales y equivalentes en funcionamiento a otras preposiciones como en o con

Este proceso de alquimia lingüística por el que una palabra plena deviene en palabra gramatical es conocido como gramaticalización, y tiene una serie de etapas bien conocidas. Empieza con un incremento en el uso de la palabra plena en cuestión. La palabra nos es tan útil, que empezamos a utilizarla para todo. Este éxito repentino tiene, no obstante, un coste: el crecimiento de la frecuencia trae consigo un desgaste semántico: es decir, a fuerza de calzarla en cualquier lado, el significado de la palabra se va diluyendo, cada vez es más genérico y menos literal. El aumento en el uso puede hacer mella también en la sustancia misma de la palabra, que tenderá a irse haciendo más corta y menos independiente. El resultado es que una palabra que inicialmente era semánticamente plena, morfológicamente exuberante y sintácticamente independiente queda reducida a un elemento puramente auxiliar cuyo cometido ya no es significar (o al menos no plenamente), sino desempeñar una función gramatical. 

Muchas de nuestras actuales palabras gramaticales vienen de recorrer este camino: la preposición hacia es hija de la gramaticalización del castellano antiguo faze a, literalmente “de cara a”. La palabra vía pervive hoy en dos modalidades, una plena (“las vías del tren”) y otra como preposición gramaticalizada (“Vuelvo a casa vía Chicago”). Pero no solo palabras gramaticales produce la gramaticalización: en los casos más extremos también es capaz de devorar palabras plenas para producir afijos. El ejemplo paradigmático de este fenómeno lo encontramos en la formación del futuro en español: la forma “cantar he” era una manera de construir el futuro en castellano antiguo, con el verbo haber conjugado pospuesto al infinitivo (una forma análoga a nuestros actuales “tengo que cantar” o “he de cantar”). Por obra y milagro de la gramaticalización, ese verbo haber fue desgastando su significado y perdiendo entidad hasta acabar absorbido por el infinitivo y convertido en un mera terminación verbal: cantar he -> cantaré; cantar has -> cantarás. Lo que llamamos desinencia verbal es en realidad un fósil viviente del verbo haber gramaticalizado. En palabras del lingüista Thomas Givon: la morfología de hoy no es otra cosa que la sintaxis de ayer.

Aunque quizá el caso más reciente y deslumbrante de gramaticalización lo encontramos en puto (me perdonen los lectores), al que en cosa de unos años hemos visto pasar de adjetivo (el puto atasco), a adverbio (es puto horrible), prefijo (me putoencanta) y hasta infijo (imputopresionante, qué fantasía morfológica). Los procesos de gramaticalización suelen cocerse a fuego muy lento y tardan años en asentarse, pero puto está desplegando un carrerón meteórico de gramaticalización en tiempo récord.

Nuestra resistencia a la idea de que la lista de las preposiciones pueda crecer demuestra hasta qué punto tendemos a ver la lengua como algo estático: los nombres de las cosas pueden cambiar, pero asumimos que la gramática es permanente. Pero si miramos con la suficiente distancia, veremos que las lenguas son organismos profundamente dinámicos. Al mismo tiempo que unas palabras se crean para engrosar el léxico, otras se destruyen para conformar la gramática (y, de paso, tirar por tierra nuestros aprendizajes escolares).

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