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Un padre mata a su hijo pero juzgamos a la madre

Concentración contra la violencia machista. EFE/Morell/Archivo

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Un padre mata a su hijo de 11 años en Sueca (Valencia). Lo hace aprovechando una visita del menor a su casa. Es la madre, quien alertada por la falta de respuesta del hombre y de su hijo, avisa a la Guardia Civil. El crimen destapa una trama enrevesada de final trágico: en julio, separación y convenio regulador de mutuo acuerdo; en agosto, juicio rápido y condena al hombre por violencia de género, que queda sin custodia ni visitas al hijo; en septiembre, ratificación de las partes del convenio regulador, que incluía custodia compartida. En abril, el asesinato. ¿Y en medio?

Desde el principio, las preguntas se dirigen a la madre. ¿Por qué ratificó el convenio de custodia compartida?, ¿por qué nadie alertó de la condena por violencia de género, tampoco ella o su representación legal?, ¿por qué estaba el niño ese domingo en casa de su padre?, ¿por qué dejo que fuera? Un hombre, su ex pareja, ha matado a su hijo, pero las sospechas, el escepticismo, la incomprensión, son para ella.

Son para ella y nos hablan, además, de la tremenda falta de comprensión que sigue existiendo a día de hoy alrededor de la violencia machista. Pareciera que la ecuación sea fácil: te maltratan, denuncias, se toman medidas y listo, ya tenemos la solución. Si una mujer no entra en ese esquema, en lugar de dudar del sistema y de preguntarnos qué está fallando -en las comisarías, en los juzgados, en las escuelas, en los servicios sociales, en las instituciones, en los centros médicos, en las familias, en los medios de comunicación...- sospechamos de la víctima.

Lo hacemos con compasión, eso sí, con condescendencia incluso: pobrecita, pero cómo no avisó, cómo es que permitió que fuera el niño, muerta en vida, pero claro, es que yo no entiendo que hiciera eso, hay algo raro ahí, igual un poco de responsabilidad tiene, aunque suene fatal. Y así, sin pensar en qué ocurrió entre agosto y abril, sin que los ciclos de la violencia, el miedo o la violencia psicológica o institucional aparezca en las conversaciones, reproducimos esa idea de que las mujeres víctimas de violencia machista son un poquito tontas o un poquito incultas o tienen un poquito de responsabilidad en lo que les sucede.

¿Quién va a querer así llamarse víctima, identificarse con esa categoría estigmatizada que te sitúa en una posición donde hay más prejuicios que empatía, más condescendencia que comprensión? El '¿qué llevaba puesto?' ya nos chirría (no a todo el mundo), pero el por qué llevó a su hijo a ver a su padre o el por qué no denunció o el por qué volvió con él son preguntas que aún parecen aceptables y cuyas respuestas parecen ir encaminadas a estigmatizar a las mujeres.

Miedo, prejuicios, fallo del sistema

Es imposible explicar en uno o dos párrafos los mecanismos o situaciones que han podido influir en este caso. Pero aquí va el esbozo de algunas. La abogada de la mujer durante el divorcio ha asegurado que tampoco ella tenía conocimiento de la condena por maltrato. Ella explica así ese silencio: “Tenía miedo de enfadar al monstruo, creía que con eso se había calmado”. Reyes Albero cuenta que muchas mujeres no transmiten información que podría ser útil para sus procedimientos “porque están dominadas por el pánico pensando que puede ser contraproducente o enfadar más a sus maltratadores”.

La mujer tenía motivos para tener miedo, aunque no pensaba que el hombre fuera a dañar a su hijo, sino en todo caso a ella, decía la abogada. Su maltratador incumplió la orden de alejamiento con mensajes insistentes en los que le exigía ver a su hijo. El fin de semana en el que asesinó al niño tenía fijada una visita, según el convenio. La portavoz de la familia materna, Marta Tur, explicaba que no accedían a cumplir la custodia compartida “porque él no estaba en condiciones de tenerla” pero que “debido a que no había precedentes de malos tratos sobre el menor”, le llevaban los domingos unas horas para que viese a su padre. “Él quería pasar tiempo con su padre, aunque últimamente no iba tan convencido”.

Son muchas las voces que han exigido estos días coordinación entre los distintos juzgados para que existan alertas que informen a la judicatura cuando haya condenas por violencia machista antes de tomar una decisión sobre la custodia o las visitas. “No nos puede volver a pasar. Si el juez o el fiscal de lo civil hubieran sabido que existía esa condena, no hubieran tramitado nunca este procedimiento”, decía la fiscal delegada de violencia sobre las mujeres de Valencia, Rosa Guiralt.

Merece la pena recordar que varios relatores de la ONU han llamado la atención al sistema judicial español por no proteger a niñas y niños de “padres abusivos”. En un comunicado, y después de investigar varios casos, señalaban por ejemplo que existe un “sesgo discriminatorio” que hace que el testimonio de las mujeres se perciba como menos creíble que el de los hombres, aún teniendo pruebas de haber sufrido maltrato o abusos. Denunciaban también la aplicación del falso SAP y alertaban de las consecuencias que sufrían muchas mujeres que denunciaban violencia hacia ellas o hacía sus hijos.

El fallo es del sistema, no de la madre. Es la sociedad entera la que debe reflexionar sobre qué prejuicios y estereotipos seguimos guardando en la recámara. Sobre el apoyo social e institucional sin fisuras que debe existir detrás de ese tan manido 'denuncia'.

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