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'Profefobia'

Alumnos de un colegio público de Sevilla en una imagen de archivo
16 de diciembre de 2023 22:21 h

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En los debates sobre educación nunca se escucha a los docentes. Un grupo de familias de clase media-alta con tiempo para organizarse y recursos para hacer llegar su mensaje a los medios logra meter en el debate público la necesidad de eliminar las pantallas de las aulas. Pilar Alegría, ministra de Educación, que en un principio dice que es una idea rechazable porque no se le pueden poner puertas al campo, acaba aceptando la propuesta e introduce la medida para que se estudie por las Comunidades Autónomas. De manera inmediata el debate público se abre e interviene y opina sobre pedagogía y la aplicación de la tecnología en el ámbito educativo todo el mundo. Pero los docentes aparecen arrinconados sin que su opinión sea la que prime, porque las familias saben más de educación que quienes estudian, se preparan y tienen años de experiencia. Por eso se tiene más en cuenta a un colectivo de padres y madres que a las reivindicaciones y opiniones de los expertos en educación; que son los docentes. 

Solo hay que pasarse por el grupo 'adolescencia libre de móviles' para comprender el privilegio de clase que emana de los razonamientos y preocupaciones de las familias que se han organizado para esta petición. No es una crítica, es una exposición de hechos. Todos tenemos esos sesgos y es imprescindible conocerlos. Las preocupaciones de quien tiene las necesidades básicas de sus hijos cubiertas por encima de la media prima en los razonamientos que se exponen en el grupo. Una madre expresa su solución al problema de la exposición masiva de los menores a las pantallas: “Mi truco es fácil al llevarlos a una escuela Waldorf. Hay mucha información sobre el daño que se genera en el niño y adolescente con el uso de pantallas. En esta pedagogía se fomentan otras cuestiones como las manualidades, teatro, canto, lectura, talla de madera y mucho juego”. 

Una respuesta a la madre que aconseja llevar a los niños a una escuela privada con pedagogía Waldorf expresa el problema al que se enfrentan estos grupos de padres y madres: “Yo tampoco le pongo pantallas a mis niños, pero lo complicado no me parece eso, sino la presión externa. Es decir, que crezcan sin pantallas y sin sentirse bichos raros por ello”. No es que les preocupe demasiado la toxicidad de las pantallas y sus implicaciones sobre el aprendizaje, porque a sus hijos se las evitan, sino que, como hay familias irresponsables que no pueden llevar a sus hijos a privados con metodología Waldorf o Montessori, les hacen más difícil educar con privilegios a sus hijos. Por eso se prescinde de la opinión del cuerpo docente del sector público. Porque se trata de no intoxicar a sus hijos con las malas costumbres de los hijos de niños más pobres o con padres con menor capital cultural. No importa si es lo adecuado o no en términos pedagógicos porque el asunto que late es más profundo y se concreta en privilegio de clase. Se busca prohibir el acceso a los móviles en las aulas para que quienes han decidido no darles acceso a los móviles a sus hijos tengan menos problemas con ellos para continuar con su libre elección educativa. 

No van a encontrar aquí una posición al respecto de si es adecuado o no prohibir las pantallas para los alumnos en las aulas porque no tengo ni idea de si es lo correcto en términos pedagógicos. Tengo mi opinión sobre la toxicidad de las redes y las pantallas pero es una opinión ambiental, poca estudiada y basada en la experiencia, por lo tanto, falible y parcial, así que de poca importancia y relevancia para ser relatada, pero bastante próxima al grupo de familias que se posiciona en contra de que los menores tengan acceso a los smartphone. Yo a mis hijos les alejaría de los móviles hasta que me obligaran manu militari. Antes les daría a probar la heroína. 

El problema no tiene que circunscribirse a las aulas; si de verdad las redes sociales y la exposición continua a las pantallas es perjudicial, la legislación tiene que ser integral y centrarse en la nocividad de las grandes tecnológicas e incluir regulaciones ambiciosas que no sean luego criticadas como restricciones a la libertad. Pero este artículo se centra en otro ámbito que queda arrinconado. Cada debate sobre educación se afronta con superficialidad y con un desprecio sistemático a la profesionalidad del cuerpo docente que siempre es ignorado, cuando no despreciado, calumniado e incluso criminalizado. No hay profesión más ninguneada que la de los docentes de primaria y secundaria porque todos los padres y madres se creen que saben más que ellos sobre educación, y sobre todo, porque no toleran que nadie les muestre que están educando mal a sus hijos. Porque sí, a veces lo hacéis mal. Muy mal. Y alguien tiene que decíroslo. Mejor que lo hagan los que saben, que son los docentes.

La docencia es el objetivo preferido de crítica para medios y familias. Mención aparte merece la toxicidad y el clasismo que emanan los comentarios recurrentes de profesores universitarios con hijos en edad escolar sobre el modo de impartir clases de docentes de secundaria y primaria. La profefobia es una realidad que conviene denunciar y desterrar. Solo a los profesores se les culpa por sufrir agresiones. Es la única profesión, por denostada, que cuando sufre una lesión en el ojo por una cuchillada recibe además el oprobio generalizado por no haber sabido actuar a tiempo para evitarlo. Una apreciación, además, que va unida a un profundo desconocimiento de su labor y que se une a que todo el mundo que tiene un hijo cree que puede opinar sobre la labor de una profesión que desconoce profundamente. Todo aquel que tiene un hijo se cree que por ese simple hecho tiene los conocimientos necesarios para saber cómo se le puede enseñar y se atreve a dar lecciones al cuerpo docente sobre cómo realizar su labor sobre la educación de sus descendientes. Esa concepción privada de la educación de sus vástagos es la que late en cada debate sobre el sistema educativo, se considera que los docentes no son nadie para inmiscuirse en el modo en el que las familias eligen educar a sus hijos y es a la inversa. Es el sistema educativo el que debe primar sobre la forma en la que los padres y madres consideran adecuado educar a sus hijos. Por eso el pin parental es una aberración, porque los hijos no son propiedad de los padres y están sujetos a unas normas de socialización común que los docentes son encargados de llevar a cabo. 

Los debates en educación que trascienden a la opinión pública siempre lo hacen en forma de intereses de familias pequeñoburguesas que no buscan más que una salida individual a los problemas que se encuentran los padres y madres con mayor capital cultural y económico y que no busca la mejora integral de la educación. El problema de nuestra educación no es el uso de las pantallas, sino la segregación por renta, la falta de recursos en la educación pública, las ratios abusivas y un sistema que privilegia a los que tienen más recursos fuera de la escuela que a quien tiene problemas y acaba abandonando. Pregunten a los docentes y allí están los debates necesarios que debemos darnos sobre la educación de nuestros adolescentes. 

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