Rajoy en el país de las mentiras
Parecemos un país de bobos. Elección tras elección premiamos los engaños. Me dirán ustedes que no es así, que sólo lo hace una parte de esta sociedad, la más conservadora, pero la realidad es que las mentiras en política no tienen ideología. La única diferencia es de calidad. Unos mienten mejor que otros. Quizá porque tienen habilidades teatrales. O acaso porque carecen de escrúpulos. O incluso porque son tan simples que se dejan liar por sus subordinados, como he oído argumentar a alguna tertuliana estos días hablando del presidente y el caso Soria.
La tragedia es que estamos descubriendo ahora que Mariano Rajoy no sabe sumar, lo vimos en su discurso de investidura cuando intentó explicar en qué se gasta España el dinero de los presupuestos, pero tampoco sabe mentir. Balbucea, le baila la mirada y se le rebelan los tics. Hasta el menos espabilado le pillaría de inmediato. Y sin embargo, ahí tenemos a millones de españoles confiando su futuro en tan temblorosas manos.
Hoy echo de menos una generación de políticos que pongan la verdad por delante de todos sus discursos. Que tengan el coraje de no prometer imposibles, de explicar con claridad que los problemas pueden solucionarse, pero no por arte de magia. Que habrá que sufrir y que el reparto justo de ese sufrimiento será la clave del éxito de su programa.
Verdad, coraje y talento. Qué difícil encontrar esta combinación entre nuestros líderes, acomodados en su mayoría en la demagogia y el chalaneo, con el único objetivo de llegar al poder o conservarlo. Y qué pena de ciudadanía, que se acurruca en la comodidad de sus pequeños privilegios manteniendo a esta panda de trileros en el poder.
Escribía el domingo un editorialista que es mejor tener un mal gobierno que seguir como estamos, también que hay que evitar “de cualquier forma” unas nuevas elecciones. Ese cualquier forma sonaba tan estridente, tan viejo, tan paternalista, tan casi golpista, que asusta pensar qué estarán maquinando los que quieren organizarnos la vida. Qué mentiras estarán tramando para convencernos de que votar es malo. Qué fichas estarán moviendo para seguir controlando los resortes del poder.
Mientras tanto, la realidad es que Rajoy, el de los “hilitos” del Prestige y el “Luis sé fuerte”, al que por sus engaños bobos no elegiríamos ni para presidente de nuestra comunidad de vecinos, permanece impasible al frente del gobierno en funciones. Algo tocado, esta vez sí, pero dispuesto a recomponerse y a regresar triunfante al poder con la ayuda de Ciudadanos y la complicidad de unos votantes a los que la ética y la mentira parece no preocuparles.