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¿Quién es la víctima en la violencia vicaria?

Concentración en el Ayuntamiento de Cullera como muestra de repulsa contra el caso de violencia vicaria.

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La violencia contra la infancia también puede ser machista, también puede ser violencia de género. Esto, que puede parecer una obviedad, no lo es. De hecho, se trata de una premisa que debería estar muy presente cuando hablamos de violencia vicaria. Especialmente si no queremos que, al socializar masivamente esta terminología que es tan determinante para el correcto enjuiciamiento de los hechos, se corra el riesgo de dejar en un segundo plano (casi invisible) a las víctimas asesinadas en estos crímenes machistas, a las niñas y niños. 

Sin duda, en casos como el que recientemente se ha producido en Sueca, el asesino de su hijo de 11 años buscaba matar en vida a la madre (ex-pareja) y hacerle daño con lo que más quería. Sin embargo, en los casos de violencia vicaria (de género), el asesino (padre) también quiere hacer daño a su hijo, y lo hace quitándole violentamente una vida que tampoco puede controlar como él querría. Su furia es contra la mujer, pero también es contra los hijos que son asesinados. Es a estos a los que realmente mata. No podemos perder de vista ese desenlace porque de esta forma es como seremos capaces, desde los feminismos y las políticas públicas, de combinar la perspectiva de género con que se necesitan analizar estos casos con la perspectiva de infancia que también aporta una comprensión más amplia de hasta qué punto la violencia machista es algo estructural. 

La violencia machista no es un hecho aislado sobre las mujeres en aquellos hogares donde hay hijas e hijos. Cuando se dice que estos son víctimas directas de la violencia machista (y así lo reconoce la ley desde 2015), no se dice porque estos puedan estar en la escena y ser “testigos” de lo que pasa, sino porque todo eso que pasa en su casa les afecta de forma directa. Les violenta siempre a nivel psicológico e impacta en su desarrollo emocional de una forma determinante, como luego se comprueba en muchos centros educativos cuando observan y detectan señales de que algo no va bien en estas niñas, niños y adolescentes. El solo hecho de estar bajo el mismo techo que un maltratador de tu madre es en sí un maltrato de ese padre a ellos porque está pasando por encima de su integridad y de sus necesidades evolutivas, está pasando por encima del interés superior del menor. Además, de que es muy ingenuo pensar que ellos no reciben gritos, amenazas, coacciones y agresiones. Un hombre que mata a su hijo no es el primer acto de violencia (incluyendo la psicológica) que comete contra este, exactamente igual que sabemos que sucede con una mujer. 

Uno de los dogmas que el mandato patriarcal deposita sobre el hombre cuando este es padre es que como pater familias, sobre él se cimienta la familia. Es decir, que bajo su techo y responsabilidad están su mujer y sus hijos. De él depende el hogar y ser un hombre respetable socialmente y respetado por su mujer y su descendencia, así que, si alguno quebranta sus normas, es el responsable de que vuelva el orden. De este modo, los cuerpos y las vidas de “su” mujer y de “sus” hijos no solo son colonizables, sino que también son agredibles si ese orden patriarcal está en juego: él es el hombre y él es el padre. Y es en este marco donde la frase de que “un maltratador no puede ser un buen padre” es golpe directo al eje vertebrador del sistema patriarcal. Es un movimiento de jaque, antes del mate.

Cuando desde la justicia feminista hacemos la reivindicación de que un “maltratador no puede ser un buen padre” y se piden medidas concretas como que se suspendan los regímenes de visita de los hijos en los casos de violencia machista y se les retire la patria potestad a los condenados por estos, no estamos entrando en una disputa de mujeres contra hombres, que es lo que le gustaría a Vox. La justicia feminista ni es punitivista ni defiende la ley del Talión. Esto no va del ojo por ojo ni del diente por diente, va de derechos humanos. Por eso es importante darnos cuenta de que la violencia vicaria (de género) es mucho más que violencia machista contra la mujer, es violencia machista contra sus hijos e hijas. La premisa de que “un maltratador no es un buen padre” cuestiona el sistema y cuestiona relato ultraconservador de pater familias que tanto impregna a gran parte de los operadores que intervienen los procedimientos por violencia de género y, también, de familia.

Estos operadores disocian –de forma inexplicable desde la perspectiva de derechos de la infancia– al “hombre maltrador” del “hombre padre” como si no fuera el mismo sujeto. Ignoran que el comportamiento del hombre/padre está determinando de forma violenta los valores, conductas y pautas que rigen en el seno de esa familia. Ser un maltratador machista no es un suceso aislado que sufre solo la mujer, es parte de una identidad como hombre, pareja y padre. Es la extensión de una masculinidad intoxicada y cuya fragilidad no se puede ni entrever ni cuestionar, de ahí el uso de la fuerza como (im)potencia masculina. Un uso de la fuerza verbal y física de la que no solo es objeto la mujer, sino también sus hijos e hijas. Y esto no es violencia intrafamiliar ni tampoco doméstica, es violencia machista. 

Cuando se aprobó en junio pasado la Ley de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia, se valoró de forma casi unánime el avance que esta representaba para los derechos de la infancia. Sin embargo, las administraciones afectadas no cayeron en la cuenta del cambio de paradigma que esta supone en su manera de abordar las violencias en las que estén implicadas las niñas, niños y adolescentes. Un cambio que fuerza a que se toman en serio las leyes que articulan los derechos de la infancia sacudiéndose el adultocentrismo ultraconservador que les hace resistirse a ver a las niñas, niños y adolescentes como sujetos de derechos propios. La ley establece, además de la suspensión del régimen de visitas en los casos de violencia machista judicializados, que se preste especial atención a la protección del interés superior de las niñas, niños y adolescentes que conviven en entornos familiares marcados por la violencia de género, y que se detecten estos casos para su respuesta específica. La violencia vicaria mata a niños, y solo cumpliendo la Ley de Infancia y protegiendo su interés superior y no el interés del orden patriarcal, será posible evitar que decenas de vidas de niñas y niños sean arrebatadas por aquellos hombres que creen que sus hijos también les pertenecen.

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